Una de las novelas menos conocidas de Verne, nada que ver con Viaje al centro de la Tierra, De la Tierra a la Luna, La vuelta al Mundo en ochenta días o Miguel Strogoff. Sin embargo, todas las características que hicieron de Verne un referente de la novela juvenil de aventuras están ahí: aventuras épicas narradas desde la admiración a un personaje principal, siempre inmaculado; narraciones lineales, sin apenas analepsis; finales gloriosos, en los que el bien y sus representantes triunfan; personajes extremos, héroes o villanos... Es un "Verne menor", sin duda, sin la brillantez en la trama o la redondez de los personajes de Veinte mil leguas de viaje submarino, por ejemplo. De hecho, da la impresión de que El castillo de los Cárpatos es una novela procedente de descartes tanto de argumentos como de personajes; de argumentos porque es una trama muy sencilla y, sobre todo, muy corta; de personajes porque la novela está claramente dividida en dos mitades, en la primera los personajes principales son el médico Patak y el guardabosques Deck, éstos desaparecen en la segunda mitad de la novela para dar lugar a Franz de Telek y al conde Gortz entre otros.
No obstante, los personajes siguen estando tan estereotipados como siempre, tanto que parecen arquetipos: los jóvenes valientes, esforzados y un tanto irreflexivos (aquí serían Nic Deck, principalmente, y también el propio Franz de Telek); por otro lado están los hombres maduros, gente de ciencia y sabiduría (en la novela, el médico Patak y el juez); además, claro, están los antihéroes, tipos igualmente geniales, pero vencidos por el rencor hasta el punto de no albergar un solo sentimiento honorable.
Además, otra constante en Verne, no sólo de esta novela, es que los capítulos son iniciados con una profusa descripción, ya sea de un paisaje, del castillo, de un pueblo o de personajes; después pasa ya a la narración de los hechos. Es una estructuración muy acertada, ya que la descripción inicial es una suerte de introducción, un prólogo que pone en antecedentes al lector, como las acotaciones en una obra de teatro, y, una vez que ya te has puesto en situación, te cuenta lo que ha pasado. Una forma de enganchar al lector, de hacérselo fácil para que no pierda el hilo.
Los de la editorial Alba, haciéndose eco de la creencia generalizada según la cual Verne fue un visionario y auténtico inventor de todo tipo de aparatos tecnológicos, dicen que en El castillo de los Cárpatos se describe "la invención del holograma y la televisión". Vale, sí, algo por el estilo. El holograma se describe al presentar "una caja fonográfica" que ha registrado la última actuación de la soprano Stilla (enamorada tanto de Franz de Telek como del conde de Gortz) a la que se superpone una imagen de la cantante gracias a un retrato, espejos y luz (se esboza, obviamente no se detalla). La televisión también se presenta añadiendo imagen al teléfono gracias a la sucesión de espejos enfrentados parcialmente. En realidad, teniendo en cuenta cuando fue escrita la novela (1892), se puede inferir sin ser muy benévolo que Julio Verne era un tipo de una imaginación desbordante, que, unido a que tenía gran interés y grandes conocimientos de todos los avances tecnológicos que se habían alcanzado hasta su época, ponía en negro sobre blanco inventos a los que les quedaban décadas para existir. Dicho con un ejemplo: tras el asombroso desarrollo del primer teléfono en 1871, alguien con imaginación podía haber deseado que la voz llegara con imágenes, de ahí a la televisión todo es tecnología, tecnología que llegaría en 1898, seis años antes de que Verne escribiera esta novela.
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