Aunque, lamentablemente, sólo soy capaz de leer en lengua extranjera en inglés obras de renombre, me jacto vanamente de haber catado y catar con regularidad la literatura de todas las lenguas y culturas, para ello, obviamente, he de recurrir a los traductores, malhadada tribu que subvierte demasiado a menudo los textos con los que trabaja. Pero, aun así, al menos de lenguas europeas, me siento razonablemente satisfecho de ser omnívoro; no tanto por afán de ilustración, sino de evasión. Porque, sí, para que ocultarlo, leer a autores de lenguas y culturas ajenas es emprender una suerte de viaje mental que lo aleja a uno de la asfixiante cotidianeidad que lo subyuga. Pero claro, hete aquí que leo a uno de los clásicos del teatro español del siglo XX, Antonio Buero Vallejo (por cierto, muchos sesudos académicos lo siguen incluyendo en el Simbolismo, que me expliquen que narices tiene de simbolista Historia de una escalera, ejemplo perfecto de realismo social, pero bueno...), pues eso, que leo a Buero Vallejo, tipo nacido en Guadalajara pero criado en Madrid, en puro casticismo de esta ciudad, pergeñando personajes y ambientes típicos de la capital ("Costumbrismo", lo llaman los sesudos), y no puedo por menos pensar que no es que no haya viajado, es que me he metido de nuevo en mi propia familia, los que viven y los que ya han pasado, me he metido en sus costumbres, sus hábitos, sus mezquindades... ¡Buff! Tengo que buscar narrativa de Extremo Oriente una vez más...
Porque, vamos a ver, la obra es una crítica social a la pequeñez de los habitantes de un bloque de pisos de cualquier ciudad, pero, utilizando el lenguaje popular como lo usa Buero, sólo tengo que cerrar los ojos para imaginar a mis abuelos, mis padres o mis tíos en EXÁCTAMENTE la misma situación, con ilusiones fracasadas que devienen en rencores y resentimientos de por vida, mientras ésta, la vida, se les escapa como arena entre los dedos. Apenas hora y media de lectura, pero me ha costado Dios y ayuda terminarla... No porque no me gustara o porque fuera ardua, ni mucho menos, sino por lo hirientemente cercana que lo he sentido.
Grosso modo, se trata de un drama en tres actos ambientado en una casa de vecindad de una ciudad innominada (como antes decía, los modismos de los personajes son del habla popular de Madrid a mitad del siglo XX). En esa escalera, dos personajes principales, Fernando y Urbano, jóvenes en un principio, hacen proyectos de vida, proyectos muy diferentes entre sí pero que tienen en común la huida de ese vecindario, cada uno con su respectiva enamorada. En el tercer acto los encontramos ya talluditos, con sus ilusiones fracasadas, viviendo en la misma escalera, casados con sus parejas contrarias y con hijos "en edad de merecer". Merecer una h*stia, porque resulta que se emparejan entre ellos y, ante el horror de los padres, se aprestan a vivir la misma vida mezquina y sin futuro que ellos mismos han vivido.
Es una historia de pobreza material, pero mucho más de pobreza moral. Pero, tal cual yo lo veo, la miseria moral viene de juzgarse unos a otros con una dureza sólo equiparable, por contraste, a la displicencia con la que se juzgan a sí mismos. ¡Esa es la inmoralidad de los personajes! Tratan de elevarse un milímetro por encima del otro para poder criticarlo. Son insectos humanos emponzoñados por la envidia que viven en el sucio hormiguero que es esa escalera.
O sea, que se repite el ciclo como una maldición insoslayable. Buero es muy explícito, haciendo decir lo mismo a dos personajes distantes treinta años en el tiempo, a Fernando y a su hijo, también Fernando, a cuenta de las ilusiones futuras. Yo prefiero copiar dos fragmentos, uno del primer acto y otro del tercero, que pone en evidencia este círculo vicioso en el que están inmersos los personajes:
De Fernando a Urbano, en el primer acto: Y mañana, o dentro de diez años que pueden pasar como han pasado los últimos..., ¡sería terrible vivir así! Subiendo y bajando la escalera, una escalera que no conduce a ningún sitio; haciendo trampas en el contador, aborreciendo el trabajo..., perdiendo día tras día...
De Fernando (hijo) a Carmina (hija): Tenemos que ser más fuertes que nuestros padres. Ellos se han dejado vencer por la vida. Han pasado treinta años subiendo y bajando esta escalera... Haciéndose cada día más mezquinos y más vulgares.
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