Décimo concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL. Esta vez dirigida por Vasily Petrenko, con la interpretación como solista invitado del jovencísimo pianista gijonés Martín García.
Hoy no encuentro tan fácilmente el hilo conductor que enhebre a los compositores y las obras que hemos escuchado. No hay una ligazón nacional (como, por ejemplo, hubo en un concierto pasado con compositores húngaros), ni de tipo genérico o estructural (como hubo otro concierto de clara referencia a la sinfonía como composición típica)... Claro está que tanto Falla como Chaikovski y Sibelius pueden ser englobados en ese enorme totum revolutum que es el llamado "Romanticismo musical", que sí, que tiene características comunes tanto temporales (de 1810 a principios del siglo XX), como musicales (desarrollo máximo del poema sinfónico, uso del piano como instrumento solista favorito, gusto por las melodías enérgicas y contrastantes...), pero las diferencias entre el español, el ruso y el finlandés son, a mi entender, mayores que las semejanzas. En todo caso, mejor aún, así se disfruta de un concierto con posibilidad de gustar a un público más variado.
Comienza el concierto, pues, por Manuel de Falla, uno de los grandes genios que elevó a la más alta categoría la música patria. Nunca mejor dicho esto de "música patria", ya que, como es bien sabido, el gaditano universal gustaba del llamado "nacionalismo musical" (algo habitual, por otro lado, en el Romanticismo) que incluía melodías populares propias del territorio nacional del compositor. No creo que haya nadie en este mundo (al menos, en este país no debería haber nadie) que no haya escuchado aunque sean los compases más conocidos de El amor brujo o de El sombrero de tres picos; sí, a pesar de ser música culta ya forma parte del acervo cultural popular de España. Tiene una calidad tan alta que no se sabe muy bien si esas obras reflejan el patrimonio cultural español o es al revés, que el patrimonio cultural español está marcado por esas composiciones antes citadas. Bien, "Fantasia Baetica" (no está mal escrito, ni faltan tildes, su nombre original está en latín) también retrata los colores propios de la "piel de toro", concretamente de su Andalucía natal. Es una obra para piano, los musicólogos consideran que fuertemente influenciada por la Suite Iberia de Albéniz; eso sí, sus melodías no son rotundas y apabullantes como las de Albéniz. El pasado viernes, escuchamos la adaptación orquestal que propuso Francisco Coll. La verdad es que su interpretación por una orquesta completa no desvirtúa la naturaleza de la obra, pero me sigue gustando más la versión exclusivamente pianística que creó Falla. Como en la Suite Iberia de Albéniz, la "Fantasia Baetica" tiene un tono claramente nostálgico y melancólico, quizás de anhelar las tierras andaluzas, algo que tenga su explicación pensando que el gaditano compuso la obra en 1919, cuando lleva años alejado de su tierra, primero en París y luego en Madrid.
Como obra elegida para el solista invitado se escogió nada más y nada menos que el Concierto nº1 para piano y orquesta de Chaikovski. De nuevo, como antes decía, una obra que todos han escuchado, aunque no gusten ni escuchen música culta, el inicio del primer movimiento (Allegro non troppo e molto maestoso) es tan contundente que todos esbozan una sonrisa de "ah, eso, sí, ya lo había escuchado...". Pues eso, la genialidad del ruso compuso la obra contrastante por excelencia, con la fuerza arrolladora del viento metal, la delicadeza de las cuerdas y la precisa "vocalización" del piano. No hay movimiento mejor que otro, porque el segundo (Andantino semplice) contiene un diálogo lírico entre la flauta, el oboe y el sempiterno piano, que es de una belleza abrumadora. El solo de piano estuvo a cargo, ya dije, del joven gijonés Martín García García, un genio de veintitantos años que ya está a la altura de los grandes. Por cierto, no podría asegurarlo al cien por cien, pues mi localidad en el auditorio no está cercana al escenario, pero juraría que el pianista tarareaba la melodía a la vez que la interpretaba, algo en principio inaceptable, pero que uno de los mayores pianistas de todos los tiempos, Glenn Gould, hacía habitualmente (como se puede comprobar en casi todas las grabaciones suyas que están en el mercado); ya digo, no lo puedo asegurar, pero creo que García no sólo gesticulaba al interpretar, si no que también tarareaba.
Y, después del descanso, el compositor finlandés más admirado de todos los tiempos. Hay países demográficamente pequeños que, sin embargo, gozan de haber tenido un genio de la música que pone en el mapa al país de forma indefinida. Es el caso de Finlandia y Jean Sibelius. Esto lo sabe cualquiera en cualquier punto del planeta, pero para los finlandeses está fuera de toda duda. Porque de nuevo el nacionalismo (en el sentido bueno de la palabra, de incorporar melodías populares del país a la música culta, claro) anidó en el corazón del compositor. Esto es especialmente notable en el poema sinfónico Finlandia, que ha sido considerado el himno oficioso del país nórdico. En el día del concierto, disfrutamos de la Sinfonía nº1, obra de la primera época del compositor, en la que utilizaba la mitología finlandesa recogida en el Kalevala, una recopilación de poemas, cuentos y leyendas populares. Como suele ser frecuente, estas leyendas están repletas de personajes fuertes y heroicos que acometen épicas hazañas, lo cual requiere de una música igualmente épica y vigorosa; con todo, Sibelius también incluye melodías dulces y melosas en la misma sinfonía.
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