Esta novela tuvo más éxito internacionalmente por su adaptación cinematográfica dirigida en 1964 por Stanley Kubrick, que, en España, fue traducida como ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú. La novela fue escrita por el galés Peter George mientras servía en la Royal Air Force durante la Segunda Guerra Mundial. Parece ser que, años después, la modificaría y le daría el aspecto final, publicándose en 1958.
Es una novela hija de su tiempo (como todas), en el sentido de que plasma una preocupación que la mayor parte de los occidentales tenía en aquellos tiempos: que la sinrazón de los gobernantes acabara desatando una guerra mundial con armamento atómico que exterminara la vida en el planeta. Vamos, lo que se conoce como "Guerra Fría". Peter George, quien por cierto se suicidaría en 1966, dio un enfoque humorístico a la narración, un humor negro, muy británico, pero apropiado a la delirante situación sociopolítica que se vivió en aquellos decenios.
El texto está estructurado en cortos capítulos no numerados y distribuidos en tres localizaciones: el bombardero B-52 conocido como "el Lazareto", encargado de lanzar la primera bomba atómica; la Sala de Guerra, despacho del Pentágono donde el Presidente de los Estados Unidos se reúne con sus asesores militares y políticos; y la base aérea de Burpelson, desde donde partirá la orden que desencadenará todos los acontecimientos. Es una narración humorística pero no carente de verosimilitud, que pone en solfa el estúpido protocolo que podía acabar con la vida en la Tierra. Este protocolo estaba pergeñado para que nadie pudiera inactivarlo, con lo que una vez todo estuviera en marcha el fin de los tiempos era imparable. Ante esa perspectiva, un general norteamericano, Ripper (burla evidente, tradúzcase por "destripador") acaba dando la orden de bombardeo por, claramente, un problema mental, vamos, que el tipo se vuelve chaveta y decide suicidarse colectivamente junto con unos cuantos miles de millones de humanos más. La tripulación del bombardero B-52 es el ejemplo evidente de militares incapaces de hacer otra cosa que no sea cumplir órdenes de forma estricta, sin reflexionar lo más mínimo sobre su bondad o maldad, sin capacidad de juicio. Por otro lado, en el Pentágono se juntan militares mezquinos y un personaje especial: el doctor Strangelove, una parodia de los científicos nazis que fueron reclutados para seguir desarrollando armamento en Estados Unidos cuando la Segunda Guerra Mundial acabó. Finalmente, y a pesar de todos los esfuerzos llevados a cabo para acabar el holocausto nuclear, el B-52 alcanza su objetivo y desencadena la temida guerra atómica. En los últimos pasajes, cuando ya todo está a punto de finalizar, el doctor Strangelove expone su idea de conseguir que unos pocos miles de seres humanos sobrevivan en minas a gran profundidad; el delirio militarista hace que los generales del Pentágono empiecen ya a calcular cómo pueden iniciar actividades bélicas que consigan tomar minas a otros países.
Es, pues, una burla del belicismo jingoísta de aquella época y su paranoia destructiva, de la escalada armamentística que acumulaba bombas hasta destruir el planeta varias veces, de los militares patrioteros y fanáticos, y del comportamiento infantiloide de esos "grandes hombres" que dominan el mundo.
La forma en que está escrita esta novela está acorde a su temática: es una prosa rápida, por momentos casi telegráfica, que lleva a una lectura febril, tan delirante como los hechos que narra pero que, por desgracia, no eran en absoluto inverosímiles.
El texto, ya dije, fue llevado a la gran pantalla por Kubrick en 1964, con uno de los mejores cómicos de todos los tiempos, Peter Sellers, en un triple papel: el del capitán Mandrake, auxiliar del enloquecido general Ripper; el sesudo Presidente de los Estados Unidos, uno de los pocos personajes sensatos de la novela; y el extravagante y fanático doctor Strangelove, un tipo para el que nunca acabó la Segunda Guerra Mundial.
Es, por tanto, una novela antibelicista, pero de una manera curiosamente interesante, pues no se basa en la barbarie y destrucción que causa cualquier guerra, sino que ridiculiza a los tipejos que llevan esa crueldad extrema a término; éstos son seres acomplejados, estúpidos o fanatizados que, desgraciadamente, tienen en sus manos el botón que puede acabar con todo en pocos instantes.