Hace un mes y pico quedé prendado de una película dirigida por Jean Negulescu en 1944, The Mask of Dimitrios (ya puse una entrada en este blog). La película en cuestión me agradó por estar protagonizada por los gigantescos Peter Lorre y Sydney Greenstreet, pero también porque el argumento era bastante sólido e interesante. Me prometí a mí mismo leer la novela en la que estaba basada (al parecer, con muy pocos cambios) la cinta, y como lo que se promete es deuda (sobre todo, o quizá únicamente, lo que se promete a uno mismo) pues aquí está.
No soy aficionado a las novelas de espionaje, salvo que estén muy bien urdidas me parecen pretenciosas e infantiles. Es verdad que entre los mejores escritores de este subgénero hay antiguos agentes de agencias de inteligencia, como John Le Carré, por ejemplo, que trabajó varias décadas para el MI5, el servicio secreto británico, lo cual quiere decir que experiencia al respecto tienen, otra cosa es que no lo sepan plasmar en el papel. Parece que Eric Ambler no estuvo vinculado a servicios de espionaje de ningún país, pero he de reconocer que La máscara de Dimitrios está muy bien tramada.
El argumento narra la ambición de un escritor inglés, Charles Latimer, que, accidentalmente, es introducido a un suceso misterioso tras el hallazgo de un cadáver nadando en las aguas del Bósforo, en Estambul. El cuerpo lleva una identificación personal de Dimitrios Makropoulos, un traficante de armas y drogas bien conocido por la policía turca. El escritor decide investigar por su cuenta para sacar información para una futura novela, lo cual lo llevará a Esmirna, Atenas, Sofía, Ginebra y París, tratando con gente del hampa europea. Latimer tendrá como apoyo principal a un tal Peters, antiguo empleado de Dimitrios, dispuesto ahora a extorsionarlo o denunciarlo a la policía.
La novela es entretenida y engancha lo suficiente para que un ávido lector se la lea en tres o cuatro días. A mí lo que más me ha gustado es cómo crea los personajes, muy en particular el de Dimitrios, que no aparece hasta los últimos capítulos, lo cual es notable, porque el protagonista es creado en su ausencia, es decir, descrito por otros personajes de forma antagónica: la policía lo retrata de una manera, sus compinches de la forma contraria, el propio escritor imagina la suya... Al final, el lector ha de ir componiendo el carácter del personaje con los retazos de cada uno. Es francamente ingenioso y seductor.
Otro aspecto positivo de esta novela es que no cae en la ingenuidad intencionada (con la intención, precisamente, de dirigir la empatía del lector hacia uno u otro) de presentar a buenos y malos, héroes y canallas, nobles y ruines, sino que presenta una caterva de tipejos que tratan de ganarse la vida de la forma más cómoda posible, al margen de convenciones morales. Por poner esto en las palabras que el propio Ambler pone en labios de Latimer: No hay héroe, tampoco heroína; sólo bandidos y tontos. ¿O tendría que decir tontos, únicamente?