viernes, 3 de enero de 2025

"La historia de tu vida", de Ted Chiang.

  La creatividad es un talento extraño, pero muy deseable. Por supuesto, es imprescindible el trabajo tedioso, rutinario y minucioso para llevar a buen puerto la nave; pero si no hay creatividad, no hay nada que hacer. Quizá se pueda aplicar esto a cualquier actividad humana, pero la creación literaria es, junto con la pictórica o la musical, una tarea que necesita esa chispa que da la imaginación, cualidad que no necesita de trabajo pesado, sino que surge como un impulso natural, algo que no se puede forzar, se tiene o no se tiene. Así que, guste o no, los buenos escritores, no me refiero a los que lanzan las editoriales, sino los buenos creadores que despuntan por talento propio, necesitan tener esa inspiración. Ted Chiang, estadounidense de origen chino, la tiene, estoy seguro. Para ser un hombre de casi sesenta años esta chispa a la que aludo no debe brotarle con mucha frecuencia, pues sólo ha publicado unas pocas decenas de relatos de ciencia ficción, pero, a juzgar por lo que he leído en este tomo, esa inspiración tiene una calidad extraordinaria.
 Ted Chiang es un escritor a medio camino entre la ciencia ficción y la fantasía. Algunos relatos podría haberlos firmado Asimov, otros están más relacionados con leyendas y mitos tradicionales. En todos, sin embargo, se aprecia una originalidad y una brillantez fuera de lo común. Su prosa es cuidada, lenta, muy adjetivada, tanto que no sé que tal se comportaría en una novela larga, que tal vez podría ser un tanto farragosa, pero en cuentos breves es un autor sobresaliente.
 En La historia de tu vida hay ocho relatos, incluyendo el homónimo. Son muy variados de temática aunque la estructura formal, claro, es semejante. La torre de Babilonia es un ingenioso relato que se inspira en la historia veterotestamentaria de la Torre de Babel, dándole un giro para demostrar la redondez de la Tierra. Es francamente brillante, deslumbrante, a medio camino entre la fantasía y la "historia ficción", sacándole punta a una de las historias más viejas de la humanidad: el afán de ser como Dios. Comprende es un cuento que relata otro afán, en este caso en el ámbito científico: conseguir un fármaco que ampliara la inteligencia hasta límites también divinos. Es uno de esos textos que enganchan hasta el punto de no poder dejar la lectura, esperando, imaginando incluso cuál será el siguiente avance en la inteligencia de un conejillo de indias humano. Dividido entre cero es un breve relato que trata de demostrar la inutilidad de las matemáticas, o, mejor dicho, lo relativo de éstas, cómo están planteadas para obtener un resultado previsible. No es poco desafío si sabemos que Chiang tiene formación académica como matemático e informático. La historia de tu vida, cuento que da título al volumen y que ha sido adaptado con éxito a la gran pantalla, explora la posibilidad de comunicación con seres alienígenas. Su mero planteamiento argumental ya despierta atracción: se ha producido un aterrizaje alienígena y los militares convocan a una lingüista para que se comunique con ellos. Las descripciones de los intentos para descubrir el tipo de lenguaje que utilizan los alienígenas y cómo encontrar palabras comunes es un desafío extraordinariamente bien pergeñado. Setenta y dos letras mezcla el Londres victoriano con la apasionante leyenda hebrea del golem, juntando así la producción de autómatas propia de la Revolución Industrial con la leyenda fantástica de ese ser de barro que cobraba vida. La evolución de la ciencia humana es un imaginativo estudio llevado a cabo por unos "metahumanos" que analizan los primitivos avances que han tenido los humanos corrientes.
 Todos los relatos están muy cuidados tanto en el plano formal como en el argumental. En este último sentido no se aprecian incongruencias que suelen ser tan frecuentes en otros escritores de ciencia ficción. Es lo que alguien llamó "hard science-fiction" ("ciencia ficción dura o realista"), es decir,  ciencia ficción escrita por autores con conocimientos muy amplios de las distintas disciplinas científicas, algo así como Asimov hacía con la robótica y la informática. Pero, como antes decía, lo mejor es la originalidad y la capacidad de ingeniar giros argumentales insospechados, que dejan un sabor excelente al leerlo.

miércoles, 25 de diciembre de 2024

Natividad del Señor.

Giorgione (Giorgio da Castelfranco). Adoración de los pastores (Natividad allendalle). (C.1505-1510). Óleo sobre tabla. Galería Nacional de Arte, Washington, Estados Unidos.  
Imagen tomada de Wikimedia Commons.

sábado, 21 de diciembre de 2024

"Love Story", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

"Sol invictus" (Solsticio de invierno).

 

Brueghel el Viejo, Pieter. (1565). Los cazadores en la nieve. Óleo sobre tabla. Museo de Historia del Arte, Viena.
Imagen tomada de Wikimedia Commons

lunes, 16 de diciembre de 2024

"Fantastes", de George MacDonald.

  Cada vez estoy más convencido de no admitir consejos o sugerencias de terceras personas, menos aún extraídos de internet. Porque lo que me ha pasado en los últimos días, hacía mucho que no me pasaba. No sé dónde exactamente leí de este autor, un pastor presbiteriano escocés del siglo XIX que, en sus tiempos libres, escribió varias novelas de fantasía. Lo que me atrajo fue que algunos autores tan eminentes como C.S. Lewis e incluso J.R.R. Tolkien llegaran a considerarlo como un maestro. De hecho, el autor de Las crónicas de Narnia es quien prologa esta novela que he desistido de acabar. En ese prólogo, Lewis reconoce que leyó al escocés (esta novela, además) cuando contaba dieciséis años y que lo marcó profundamente, creyendo que su atracción por lo sobrenatural y lo feérico comenzó con su lectura. Puede ser cierto, ¿por qué no? Pero, desde luego, si C.S. Lewis quedó prendado por el mundo feérico gracias a MacDonald, luego superó amplísimamente a su maestro, porque la saga de Las crónicas de Narnia está a años luz en argumento, temas, descripción de personajes, estructura y ambientación de este Fantastes. Y dicho eso de C.S. Lewis, no digamos ya de J.R.R. Tolkien y sus El señor de los anillos o El hobbit. Tal vez, aunque pueda parecer un poco rebuscado y marginal, el hecho de que el tal George MacDonald fuera un ministro cristiano (de hecho, también tiene multitud de libros religiosos publicados) pudo con la sensibilidad de Lewis, que ya se sabe que tuvo una conversión hacia el catolicismo (MacDonald era presbiteriano, ¡cuidado!) en buena medida por la amistad con Tolkien y, por tanto, como persona era alguien muy cercano a la sensibilidad y modo de vida cristianos... No sé, un tanto rebuscado quizá.
 En todo caso, la reseña en la que se hablaba de MacDonald como fuente de inspiración de Lewis fue lo que me llevó a leer esta novela. ¡Notable desilusión! No he llegado ni a la mitad de la novela, y eso que me he forzado a continuar, pero es que me ha parecido una narración tan falta de enjundia y estructura que no pienso malgastar más horas leyéndola. Hay mucha literatura de calidad esperando a ser disfrutada como para continuar con este bodrio. Durante muchas páginas me ha parecido que era una novela juvenil, casi infantil diría, por su falta de estructura, su superficialidad y su predictibilidad; pero al final diría que más que una novela para chicos es una novela escrita por un chico. Sí, no puedo evitar pensarlo, parece la novela de un chico de quince años que hace sus pinitos sobre el papel. Eso o que alguien ha tenido unos sueños muy intensos (quizá febriles) durante varios días y los transcribe con más ganas que talento.
 El argumento de Fantastes (que, por cierto, el autor subtitula con un extraño "Una novela de hadas para hombres y mujeres", vaya usted a saber por qué) es bastante sencillo y, como decía antes, previsible: un joven, Anodos, es arrastrado al mundo onírico de las hadas, poblado por esas pequeñas criaturas; árboles que hablan, algunos buenos, otros malvados; estatuas de mármol que encarnan el ideal de la belleza perseguido por el joven; caballeros andantes como Perceval y su armadura oxidada; y dragones. Como en todo libro de fantasía que se precie, el protagonista es perseguido por criaturas malvadas y auxiliado por otras benéficas. Ignoro cuál es es el fin de la novela, porque ya digo que me parece tan ramplona que no la he terminado. Es un argumento simplón, ya digo, pero la forma está a su altura: es tan superficial, con un único personaje protagonista, siendo los demás secundarios y tan irrelevantes que aparecen y desaparecen sin dejar huella que pareciera estar escrita por un adolescente. No quiero parecer egocéntrico, pero un servidor escribió cuando tenía unos doce años un relato en el que un chico se aventuraba en el proceloso mar; no tuve que esperar mucho más de un año cuando lo releí y comprendí que había escrito un pésimo remedo de las 20.000 leguas de viaje submarino de Verne. Por supuesto, rompí inmediatamente aquel relato del que antes tanto me ufanaba. Bueno, pues la calidad de Fantastes no creo que supere en mucho a aquel infame relato mío.
 En conclusión: no conviene hacer caso a las recomendaciones internáuticas so pena de acabar leyendo novelas sin valor alguno.

domingo, 15 de diciembre de 2024

"Mario y el mago" y otros relatos, de Thomas Mann.

  Cuentos del autor de las excelentes novelas La montaña mágica, Los Buddenbrook o La muerte en Venecia. Son relatos, pero con leer unos pocos párrafos le llega a uno la prosa cocinada a fuego lenta del escritor de Lübeck. Y no sólo es la lentitud de su narrativa, plena de oraciones subordinadas, sustantivos adjetivados dos o tres veces, descripciones minuciosas hasta la farragosidad; también son los argumentos y temas de siempre: el crecimiento personal, la sensación de extrañamiento, la condición de artista inserto en la sociedad, tal vez los sentimientos homosexuales; y también son frecuentes las mismas localizaciones: sanatorios, balnearios, hoteles... Los tres relatos son muy semejantes, pues, y de hecho alguno parece un esbozo de las famosas novelas que he citado antes. Veámoslo uno a uno.
 El primer relato contenido en este volumen es Tristán, que hace referencia sin lugar a dudas al mito medieval Tristán e Isolda y a su adaptación operística por Richard Wagner. En esencia es el amor imposible, que sólo puede acabar con la muerte de los enamorados. Al igual que en La montaña mágica, la ambientación es en un sanatorio para tuberculosos al pie de los Alpes. Allí se encontrarán la señora Klöterjahn, casada con un hombre de negocios más preocupado por el dinero que por la salud de su esposa, con el señor Spinell, un escritor huraño y misantrópico que, aparentemente, se recluye en el sanatorio para huir del mundo. El tal Spinell tiene toda la pinta de ser un alter ego de Mann, no sólo coincidiendo en la profesión, sino también en su aparente rechazo del mundo, así como en el enamoramiento platónico de la belleza, comportamiento propio del poeta. Al igual que en La montaña mágica, algunos internos de este sanatorio, entre ellos la señora Klöterjahn se engañan a sí mismos disminuyendo la gravedad de su enfermedad, hasta que los síntomas inequívocos de la tuberculosis se manifiestan con toda su crueldad. La imposibilidad del enamoramiento no sólo está en la condición de casada de ella, también en la aparente tara de ser poeta en mundo de negociantes (esto también es típico de Mann). La localización en la montaña, referente de pureza inmaculada, choca frontalmente con la industriosa ciudad de la que proviene Klöterjahn y en la que su marido obtiene pingües beneficios económicos; en este caso, la contraposición es clara: montaña como pureza, ciudad como corrupción.
 El segundo relato es Tonio Kröger, el más largo de los tres. Narra la vida de ese personaje, mezcla (de nuevo) de lo pasional y artístico (reflejado en su madre meridional -se insinúa, italiana-, en su nombre de pila y en sus ojos oscuros) con lo racional y mercantil (reflejado en su padre alemán, negociante y su apellido). La breve novela es lo que los alemanes llaman "bildungsroman" o novela de aprendizaje, en la que se narran los profundos cambios psicológicos  que se dan en el personaje protagonista desde su infancia hasta la adultez, también otra constante en la obra de Mann. El caso es que el tal Kröger nace en una familia burguesa de una ciudad costera del Báltico, pero con madre meridional que desemboca en el alma inconformista del poeta. En todo momento se pone de manifiesto esta disyunción en el personaje, que lleva al sentimiento de extrañamiento al que antes hacía alusión: Tonio Kröger (y, por ende, Thomas Mann) se siente diferente a los demás y, a la vez, quiere ser como los demás, es un poeta que anhela la soledad pero también quiere formar parte de la sociedad.
Thomas Mann. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 Por último está el relato que da título al volumen, Mario y el mago, situado en una localidad turística a orillas del mar Tirreno. Esta vez está narrado en primera persona, omnisciente, a diferencia de lo que es habitual en Mann, que siempre narra en tercera personal. El protagonista está con su familia (mujer e hijos pequeños, aunque ninguno es nombrado ni tiene relevancia) en un hotel repleto de locales (que son pintados como ruidosos y dicharacheros, pero también patrioteros y nacionalistas) que  organiza veladas para entretenimiento de los residentes. Entre esas veladas está la actuación de un mago, el caballero Cipolla, que es en realidad un hipnotizador. Se trata de un personaje estrambótico que maltrata y ridiculiza a los voluntarios que saca al escenarios para que sean objeto de sus trucos de hipnosis. Entre ellos está Mario, un camarero del hotel al que deja en situación grotesca delante de todos los clientes. Tras el mal trago en público, Mario saca una pistola y asesina a Cipolla. Este cuento ha sido interpretado de muchas formas: el ambiente patriotero y ultranacionalista que describe es asociado al Fascismo, pues fue escrito por Mann en una estancia en la Liguria allá por el año 30 del pasado siglo, cuando Mussolini ya había llegado al poder; otros interpretan que es una reflexión sobre el libre albedrío, siendo el hipnotizador el elemento limitante del mismo, pero también la pusilanimidad del protagonista, que queriendo huir de aquel hotel no se decide a hacerlo.
 Son tres relatos muy típicos de Mann. No llegan a la calidad de La montaña mágica, pero al tener tantos elementos en común son muy gratos para alguien que haya encontrado en Thomas Mann una de las voces más interesantes de la intelectualidad europea de la primera mitad del siglo XX.

Sexto concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Dvorak y Stravinski.

  Anoche la OSCyL estuvo dirigida por la batuta hongkonesa Elim Chan, directora asociada a esta orquesta desde la temporada 23-24. El programa no pudo ser más contrastante (en realidad, meter a Stravinski en cualquier programa ya contrasta con todo lo demás), por las suaves melodías románticas de Dvorak, a veces suaves, a veces enérgicas pero siempre concordantes, con la disonancia forzada e impactante de La consagración de la primavera  de Stravinski. Pero vayamos por partes: Todos hemos escuchado con arrobo y delectación la Sinfonía del Nuevo Mundo, una obra optimista y alegre como pocas, reflejo, según parece, de la excelente acogida que recibió el compositor checo en Estados Unidos. Bien, el Concierto para violonchelo en sí menor que la OSCyL y el violonchelista ruso Ivan Skanavi interpretaron anoche sigue esas líneas optimistas de su obra más aclamada. Cuentan los musicólogos que, al igual que con la Sinfonía nº9 (del Nuevo Mundo), con esta también se puede trazar el estado anímico en el que estaba Dvorak, tras conocer el fallecimiento de una cuñada, de la cual se encontraba enamorado. Lo cierto es que sus tres movimientos: Allegro, Adagio, ma non troppo y Finale, Allegro moderato fueron compuestos también en Estados Unidos, aunque incluyen melodías folclóricas checas, algo habitual en el llamado "nacionalismo musical" que inundó el Romanticismo. El virtuosismo de Skanavi levantó a los espectadores, especialmente con el bis, una obra del chelista siciliano Giovanni Sollima.
  Pero después del descanso vendría la obra rompedora, la que no deja indiferente a nadie (ayer tampoco, ahora lo cuento), La consagración de la primavera de Igor Stravinski, esa obra que provocó un escándalo en su estreno en el Teatro de los Campos Elíseos de París. Bien, ayer no provocó un escándalo porque desde su estreno en 1913 se ha representado tantas veces que la mayor parte del público está curado de espanto. Con todo, entre las dos grandes secciones (no se puede decir propiamente, movimientos) un tipo cerca de mi localidad, en la platea par, salió con aire enfurruñado y, al franquear la puerta de salida más próxima, le dijo al empleado de turno en un tono audible más de la cuenta "me sangran los oídos", así como lo cuento ocurrió. Bueno, al margen de ese fulano que probablemente no sabía dónde estaba, La consagración de la primavera es una obra escénica, ideada para ser representada junto con un ballet, ballet con movimientos bruscos y espasmódicos en los que se describen los primitivos rituales de primavera de las tribus precristianas rusas que acaban con un sacrificio humano. Sin tener ni idea de música, sin saber quién era Stravinski, sin tener siquiera un poco de curiosidad pero con el ballet se entiende perfectamente la música discordante, explosiva y violenta que compuso Stravinski. Y es que la música escénica debe siempre interpretarse junto con la danza o la actuación correspondiente para que, en esta obra, muestre cómo compiten los jóvenes entre sí, cómo bailan las adolescentes, cómo se enfrentan con otras tribus rivales, cómo evocan a los ancestros y cómo acaban sacrificando a una joven virgen. Algunas obras escénicas se entienden mejor o peor sólo con la música, pero es más fácil entender la Cabalgata de las Valkirias, por ejemplo, con la correspondiente escenificación que sin ella, aun cuando la propia melodía wagneriana ya es suficientemente explícita. Esto no ocurre con La consagración de la primavera, si no se ha leído sobre ella, si no se ha visto el ballet, si nadie le ha contado a uno nada al respecto es fácil que espere una primavera como la concebía Vivaldi, y claro, nada que ver... En todo caso, incluso sin la escenificación, La consagración de la primavera es una obra impactante, eso no se puede dudar, poderosa e inolvidable. Es, por otro lado, un verdadero espectáculo ver la orquesta sinfónica al completo, con sus más de cien componentes, con las secciones de viento-metal y de percusión a tope, ejerciendo todo su potencial.
 En fin, otro concierto memorable, otra pequeña "pica en Flandes" que supone la representación de grandes obras de música culta con músicos de primera categoría en una ciudad y una sociedad que no parecen especialmente dispuestos a cultivarse voluntariamente. Quien tenga entendimiento que entienda.

sábado, 7 de diciembre de 2024

"Madre (el drama padre)", de Enrique Jardiel Poncela.

  El título de la comedia se presenta así, como lo he transcrito arriba: Madre (el drama padre), aunque supongo que con errores de puntuación, pues, según el argumento, los temas tratados e incluso los diálogos, lo más correcto sería: ¡Madre! (El drama padre). Así lo voy a transcribir yo, aun cuando corrija al dramaturgo. Los signos de exclamación son necesarios porque reflejan una emoción. Esta comedia, ahora lo desarrollaré, es una parodia de los melodramas sensibleros que estaban en boga en los años 30 y 40 del pasado siglo, así que son imprescindibles los signos de exclamación que muestran esos sentimentalismos desbordados que buscaban la lágrima fácil del espectador. Lo cierto es que, sorpréndase el lector, varios críticos teatrales de la época (la obra se estrenó en 1941) la tildaron de "inmoral" por hacer burla de la condición de madre, supuesto ideal de toda mujer que no quisiera consagrar su vida a Dios. Y claro, con ese afán aleccionador y moralista (¡cuidado, esto no es exclusivo de los años 40, en nuestros días todos los políticos, por ejemplo, nos dicen cómo hay que vivir y qué hay que pensar!) las obras de teatro no podían quedarse al margen, sobre todo cuando en aquella época el teatro era una de las aficiones principales de las clases medias y populares. Así, los melodramas en los que los sentimientos estaban desbordados, los hombres eran aguerridos y valerosos, las mujeres maternales y cariñosas y todos acababan por sacrificarse por los más nobles asuntos, esos melodramas, digo, eran un arma de alienación masiva tan potente como lo es hoy en día la televisión. Y, por supuesto, alguien tan genialmente iconoclasta como Enrique Jardiel Poncela tenía que derribarlo del pedestal. Por eso esta obra, una comedia que pone en solfa esos sentimentalismos de cartón piedra, más afectados y falsos que un billete de quince euros. Jardiel pergeña una comedia en la que el enredo llega a tal absurdo (siempre el absurdo en su obra) que el espectador y el lector inteligentes se dan cuenta del abuso que han hecho con él en aquellos melodramas. Es fácil comprender la potencia de esta obra si se programaba a la vez que esos folletines teatrales que buscaban aflorar los sentimientos más primitivos y vulgares del público; se puede uno imaginar fácilmente el contraste del público de ¡Madre! (El drama padre) en el Teatro de la Comedia de Madrid, junto a obras perfectamente olvidables (y hoy, en efecto, olvidadas) como Dueña y señora, La madre guapa o La infeliz vampiresa, cuyos títulos ya adelantan la estupidez de sus argumentos. Era evidente que esos dramaturgos comerciales creadores de bodrios sentimentaloides serían olvidados (por mucho que en su momentos obtuvieran gran éxito de público), mientras que Jardiel Poncela, a pesar de ser rechazado por gran parte de la crítica oficial de la época, quedaría como ejemplo de excelencia.
 El argumento de ¡Madre! (El drama padre) es tan enrevesado y caótico como los propios melodramas inverosímiles que parodia, eso sí, la obra de Jardiel tiene gracia, pero gracia de la buena, con la que te ríes unas horas al leerlo y te espabila intelectualmente después cuando reflexionas sobre ella. En buena medida, esta comedia parodia el chantaje emocional que todos hemos sufrido alguna vez cuando nuestros bienamados progenitores o individuos de semejante condición tratan de obtener beneficio de la relación familiar o de amistad. Es, por tanto, la burla del abuso del sentimiento desgarrado a las que ciertos tipos (más habitualmente, tipas) hacen profesión de éxito.
 La comedia está estructurada en un prólogo y dos actos, en las que se presenta a una viuda, madre de familia numerosa, Maximina, que tiene cuatro hijas gemelas: Cristina, Catalina, Josefina y Adelina. Estas mozas se ennoviarán con Emilio, Cecilio, Basilio y Atilio (la semejanza de nombres es, evidentemente, otra broma más). Nada más celebrarse la boda estalla la bomba: resulta que los cuatro chicos son también hijos de Maximina, la cual pensaba que habían fallecido al nacer. Por tanto, la boda está invalidada porque los contrayentes son hermanos. Pero el enredo continúa con varios personajes secundarios, que demuestran al final, que los ocho son de distintos padres y distintas madres, con lo que, en realidad, las bodas son perfectamente válidas. Obviamente, Jardiel Poncela lo enreda de forma humorística con situaciones descacharrantes, personajes absurdos y salidas sorprendentes, dejando un sabor de boca muy agradable al leerlo. Además, como antes decía, la obra de Jardiel tiene una lectura posterior, con un humor más ácido, de ése que no deja títere con cabeza. El autor no se casa con nadie (quizá eso lo llevó en sus últimos años al ostracismo en un país como el nuestro en el que todos buscan su bando en busca del corporativismo más visceral), burlándose hasta de su propia sombra.
 Eso es lo bueno que tiene Jardiel Poncela, que cualquier obra, por pequeña que parezca tiene una lectura ulterior que sirve de aplicación diaria y que es atemporal, vale tanto para 1941 como para 2024. Es el humor inteligente que cura la estupidez supina que predomina en nuestra sociedad. Una verdadera vacuna frente a la estolidez.

lunes, 2 de diciembre de 2024

"¡Pégame, Luciano!", de Pedro Muñoz Seca.

  Buscando dejar por unos días la narrativa que siempre leo, me adentro de nuevo en teatro. Pero quiero hacerlo, mi estado anímico así lo aconseja, con comedia, y con comedia española, para ser más concreto. Y, tal cual hice hace no muchos meses, vuelvo a dos gigantes de la dramaturgia española, en el subgénero cómico: Pedro Muñoz Seca y Enrique Jardiel Poncela. De Muñoz Seca leí su obra cumbre, La venganza de don Mendo, una comedia genial que no desmerece nada a cualquier gran drama de toda época, con el aliciente de lo descacharrante de la trama. Así que, con el tomo de las Obras selectas sacado de la biblioteca, continúo con la siguiente, ¡Pégame, Luciano!
 Y mucho me temo que, comparada con La venganza de don Mendo, resulta muy flojita. Lo malo de leer teatro es que, si la obra no es muy buena, no se disfruta como cuando se ve la representación. Me explico: una obra tan redonda, tan especial como La venganza de don Mendo es un deleite leerla y, si la puesta en escena es buena, mucho más todavía; pero cuando es muy floja, ésta tiene un pase para verla representada si los actores, director y demás troupe son buenos, pero leída deja un poco frío. Esto me ha ocurrido con ¡Pégame, Luciano!, que me parece muy normalita. Reconozco que tiene momentos muy bien traídos, con personajes hilarantes y situaciones deliciosamente absurdas, pero también es muy predecible y, a ratos, anodina.
 Argumento de ¡Pégame, Luciano!: enredos en una familia acomodada de Madrid. El marqués, Ramiro, viudo, tiene la rareza de que le gusta que las mujeres le peguen, y busca una señora entrada en carnes que "le dé lo suyo". El marqués tiene dos hijos, Otón, un personaje atolondrado y vividor que sólo quiere conducir deportivos y pilotar aeroplanos, y Mercedes, que se enamorará locamente de un médico de extracción social humilde, Luciano. El marqués, en sus correrías pasadas tuvo dos hijos ilegítimos con una mujer humilde, a los cuales ha abandonado completamente, siendo el tal Luciano quien se ha hecho cargo de ellos. Por otro lado, Mercedes, sabiendo que el médico tiene un sentimiento de pertenencia a clase social baja muy arraigado, le ha mentido diciendo que no es marquesa sino la mecanógrafa del marqués. Además de todos estos, otros personajes completan la comedia, con Porciúncula y Niceta enamoradas del marqués (y de su dinero), don Remedio como el tutor del ya veinteañero Otón, o don Jesús, bufón engreído al que nadie toma en serio. Los enredos principales son la relación de Mercedes y Luciano, la de Ramiro con Porciúncula, amén de las contribuciones peculiares de los criados y sirvientes de la casa. Finalmente todo se aclarará y las relaciones medrarán.
 Es, ya digo, una comedia muy flojita. Al leerla queda un tanto desdibujada. Con todo, hay personajes muy bien pergeñados, como el tal Otón, de un humor absurdo que, si está representado por un actor eficaz, puede dar mucho juego en el escenario. Por otro lado, hay momentos de comicidad que funcionan muy bien al ser representada, como cuando don Remedio queda nervioso y descompuesto después de haber tenido que saltar en paracaídas de un avión y se trabuca y tartamudea.
 Y es que, seamos comprensivos, todos los dramaturgos escribían sus obras para ser representadas, no para ser leídas. Esto es especialmente entendibles con las comedias, que tienen muchos gags que se comprenden plenamente cuando el actor los interpreta, quedando demasiado fríos cuando se leen. Pero es que, como antes decía, cuando un comediógrafo escribe la maravilla de La venganza de don Mendo, todo lo demás sabe a poco.

domingo, 1 de diciembre de 2024

Adventus Dei

       Robert Campin. ca. 1415-1425. Anunciación. Óleo sobre tabla. Bruselas, Musées royaux des Beaux-Arts de Belgique
                                                                                                 Imagen tomada de Wikimedia Commons