Una película rara, en el buen sentido de la expresión: con muchas interpretaciones -probablemente tantas como espectadores-, con una estética tan peculiar que hechiza; con una actuación del genial Cristoph Waltz, la bella y sensual miniatura femenina de Mélanie Thierry, la hierática dureza de la gigantesca Tilda Swinton y la afortunadamente escasa aparición de Matt Damon.
La acción -poca en el sentido físico, más en el intelectual- ocurre en un futuro "distópico" en el que Waltz es un matemático informático que, trabajando desde "su casa" -luego hablaré de "su casa"-, trata de demostrar el sentido de la vida. El tipo en cuestión, Qohen Leth, es un verdadero enfermo psicológico, no más que cualquier otro; desde su ordenador -a medias futurista a medias sacado de una novela de steampunk- busca la explicación a la existencia mientras espera una llamada que se la dé y que nunca llega. En su vida se cruza una prostituta virtual que se acaba enamorando de él interpretada por Mélanie Thierry, la nueva Lolita del cine francés: una tipa de poco más de metro y medio que desborda sensualidad por todos los poros. También, quizá como antítesis física, a Leth le trata una psicóloga virtual interpretada por Tilda Swinton, la gigantona Bruja Blanca de Las Crónicas de Narnia que tiene la sensualidad de un contenedor de basuras.
En mi opinión, -la opinión buena siempre es la propia, lo contrario es dogmatismo-, The Zero Theorem es una alegoría de la vida, de la búsqueda de sentido de la misma. La "casa" de Qohen Leth a la que antes hice alusión no es sino una iglesia abandonada, en el altar está el soberbio ordenador de su puesto de trabajo y en el órgano está su cama. Es sencillo representarse a Qohen Leth como un eremita que busca a Dios en un mundo sin Dios; la espera de la llamada es algo que todos los que tenemos ya cierta edad hemos escuchado cientos de veces en nuestra catequizada adolescencia: "la llamada de Dios". Frente a la espiritualidad y la búsqueda de sentido a todo, la sensualidad apasionada de la Thierry, que desempeña una versión actualizada de la profesión de María Magdalena y que supone la tentación para el timorato de Leth.
La respuesta final a la búsqueda de sentido parece estar en un agujero negro, reduciendo así la noción de Dios a la más razonable, científica y desesperanzadora del Big Bang.
Una muy buena película, de nuevo, para mí. Waltz no alcanza la pericia interpretativa con la que nos deslumbró en Inglorious Bastards, pero cumple ampliamente; el resto del elenco cumple sobradamente con las expectativas. Pero lo más destacable es la fotografía de la película, casi en su totalidad de interiores, con una espléndida adaptación de esa casa-iglesia.