jueves, 12 de septiembre de 2024

"La ópera de cuatro cuartos", de Bertolt Brecht.

  Tengo que decir que, aunque reconozco su papel innovador en la dramaturgia, considero que Bertolt Brecht está sobrevalorado. Es verdad que supuso un enfoque nuevo al teatro del siglo XX, que influyó sobre muchos dramaturgos contemporáneos... pero de ahí a decir que es el inventor del Teatro dialéctico o que antes de él no había teatro social o crítico... En fin. Tanto se ha elogiado a Brecht, que cuando uno lee sus obras espera tan alta calidad que fácilmente se siente uno defraudado. Así, Brecht ha pasado a la historia como "azote del poder", "agitador de conciencias", "revulsivo social"... Y, hombre, hay que reconocer que sus obras no son de mero entretenimiento (que también hace falta que las haya, ¡eh!), pero, vamos... El caso es que La ópera de cuatro cuartos cae en este cajón de sastre del Teatro dialéctico o épico que en tono de acerba crítica social pone en solfa la hipocresía dominante.
 La acción tiene lugar en el Londres victoriano, concretamente en los días de la Coronación de esa poderosa monarca. Todos los personajes forman parte de un lumpemproletariado pero con jerarquización y autoritarismo entre ellos. Está el jefe de los mendigos, Peachum, serio y vanidoso con su empresa que contrata personas con amputaciones para mendigar en las principales calles comerciales de la capital inglesa. Su actividad empresarial le reporta poder y prestigio social entre los suyos, siendo un personaje temido y odiado. Su hija, Polly, va a casar con Mackie Cuchillo, líder de bandidos. La boda se celebra con muebles robados y gran asistencia de toda la delincuencia local, aprovechando que la policía está ocupada con la Coronación de la reina; el jefe de policía, de hecho, está invitado a la boda. Peachum no consiente la boda de su hija con el criminal, por lo que convence al jefe de policía para que lo detenga con cualquier excusa. Se produce la detención de Mackie Cuchillo y su traslado a la prisión de Old Bailey, de la cual escapará con ayuda de carceleros corruptos y del gremio de prostitutas. Ellas lo protegerán hasta que vuelva a ser apresado y, ya sin dilación, condenado a la horca. Pero finalmente, cuando está a punto de ser ajusticiado, llega una orden real de la nueva monarca que no sólo lo libra de la pena capital, sino que además lo nombra barón y le otorga una renta vitalicia además de la posesión de un castillo.
 Evidentemente, Brecht está creando una sociedad paralela a la de la "gente bien", equipara los  honores sociales de los reyes con los de criminales, prostitutas y mendigos, criticando así la sociedad humana y sus burdas hipocresías. 
 Por otro lado, La ópera de cuatro cuartos nació como una suerte de obra musical, pues tiene varias canciones en cada uno de sus tres actos. Parece ser que Brecht tenía previsto que el insigne compositor y amigo suyo, Kurt Weill, compusiera la música que las había de acompañar.
 En fin, leída en 2024, esta obra no es tan rompedora como supongo que lo fue en 1928. Se reconoce la crítica sociopolítica, evidentemente, pero resulta un tanto ingenua.

martes, 10 de septiembre de 2024

"Obligación impuesta" y "Wondrak", de Stefan Zweig.

  ¡Y pensar que hay quién se aburre leyendo! Quien diga que no le gusta leer es que no ha tenido la paciencia de seguir buscando hasta encontrar el autor o autores, estilo o estilos, tema o temas que le atraen. Digo esto porque pasando de un autor contemporáneo de entretenimiento puro como Jonasson a un clásico (aunque haya fallecido hace poco más de ochenta años) de gran altura como Zweig le da a uno un vértigo semejante al que debe dar tirarse en paracaídas para caer al mar con traje de buceo y continuar buceando sin solución de continuidad. Quiero decir: disfruto leyendo autores de poca enjundia (perdón por el agravio) pero divertidos e ingeniosos, pero necesito leer a autores que estimulen mi intelecto. Y es que leer lo es todo. Leer te anima cuando estás hundido, te hace razonar si estás eufórico, te sitúa en el mundo cuando estás perdido, te acompaña cuando estás solo... Leer es vivir. Suena un poco cursi todo esto, lo sé, pero lo creo de veras. Y precisamente estos cambios de tercio tan bruscos te permiten comprobar la grandeza de la actividad intelectual más enriquecedora, porque si se cae en el error de desdeñar la lectura de autores más livianos acaba por perder uno el norte en el sentido más lato de la expresión.
 Bien, pues eso, que acabo de leer dos cortos relatos de Zweig (el segundo inconcluso, de hecho) y la conjunción de una prosa cuidada, refinada sin caer en el amaneramiento con argumentos de profundo calado (el pacifismo, el individualismo y la defensa acérrima de la vida humana) me reconcilian de nuevo con el "mono con pantalones" y su capacidad de elevarse por encima del resto de los animales.
 Obligación impuesta es un corto relato fundamentalmente antibelicista, escrito en una época de guerra (¿cuándo no lo es?), 1918, supone el rechazo absoluto de un pintor residente en Suiza cuando, desde el consulado de su país, se le insta a tomar las armas. Quizá por el estigma de la cobardía, insulto supremo de las mentes adocenadas  que todavía en aquella época podía llevar al ostracismo social, es la mujer del pintor la que más fieramente niega la barbarie militarista, defendiendo siempre la libertad individual. Como la prosa de Zweig es tan maravillosa, mejor copiar fragmentos del texto, como cuando Paula le dice a Ferdinand, su marido: 
 "El individuo siempre es más fuerte que los conceptos, sólo tiene que seguir siendo él mismo, seguir fiel a su voluntad. Sólo tiene que saber que es un hombre y querer seguir siéndolo, entonces esas palabras que lo rodean con las que ahora se quiere cloroformizar a la gente, patria, deber, heroísmo, esas palabras se vuelven pura cháchara, charlatanería que apesta a sangre, a sangre humana caliente, viva."
 Extraordinario, ¿no es así? Más adelante, Paula sigue convenciendo a Ferdinand para que rompa la citación con las siguientes palabras:
 "No dejaré que me arrebaten nada por un pedazo de papel, no reconoceré ninguna ley que lleve al asesinato. No inclinaré la cerviz por razón de la autoridad... Se puede pertenecer a un pueblo, pero cuando los pueblos se vuelven locos, no hay por qué seguirlos. Si para ellos no eres más que una cifra, un número, una herramienta, carne de cañón, yo todavía te siento como un hombre vivo, y no consentiré que te lleven."
 Incluso, ya a punto de coger el tren que lo sacará de la pacífica Suiza, el afecto de su propio perro le devuelve la humanidad que los militares y gobernantes le quieren arrebatar, Ferdinand piensa:
 "Todavía queda algo en la tierra que me ama y no me desprecia, pensó, para él todavía no soy una máquina, un instrumento para matar, no soy un débil voluntario, sino simplemente un ser con el que está hermanado por el amor. Acarició tiernamente con su mano la blanca piel una y otra vez. El perro se apretaba a él cada vez más, como si supiera de su soledad, ambos respiraban pausada y suavemente ante el sueño incipiente."
 Una vez más, es Paula quien tiene las ideas más claras, quien más rechaza los convencionalismos sociales, como cuando dice:
 "¡La gente! La gente -gritó airada-, ¿qué me preocupa a mí la gente? ¿De qué me servirán cuando yazcas muerto de un tiro o vuelvas a casa cojeando, hecho pedazos? Me río yo de la gente, de su compasión, de su amor, de su gratitud... Yo te quiero a ti como persona, una persona que vive libre. Te quiero libre, libre como corresponde a un hombre, no como carne de cañón..."
 Felizmente, Ferdinand, al ver circular un convoy de soldados franceses hechos prisioneros, muchos de ellos heridos, amputados, destruidos de por vida recapacita y, saltando en marcha del tren, huye de nuevo a los brazos de su mujer, a la paz verdadera de cualquier hombre, finalizando así:
 "Alzó la mirada y reconoció conmovido y con fe que para los hombres no rige más ley que la de la propia tierra: que, en realidad, no existe mayor obligación que la de estar unidos."
 En Wondrak es otra mujer, una madre, la que protege de la barbarie militarista al hijo de diecisiete años que es llamado a filas. Ella, una mujer que ha sufrido el rechazo de los suyos por un simple defecto estético, carecer de apéndice nasal, lo que la convierte para los maledicentes campesinos en "La Calavera", defiende a ultranza la vida del otro. El hijo, incluso, es producto de una violación brutal, pero daría su vida por él. Lo protege de la soldadesca porque lo siente destinado a más altas metas (por otro lado, ¿hay alguna meta más baja que ser carne de cañón?), como cualquier ser humano que tiene derecho a existir, a no ser asesinado y no tener que asesinar para sobrevivir.
 Son, pues, dos relatos extraordinarios, lúcidos e impactantes. Si todos fueran capaces de entenderlos haría más de cien años que no habría guerra alguna.

domingo, 8 de septiembre de 2024

"La analfabeta que era un genio de los números", de Jonas Jonasson.

  Cuarta novela que leo del autor de superventas sueco (aunque sea la segunda publicada en orden cronológico), muy parecida a las otras tanto en forma como en argumento. Pero es que, supongo, cuando un periodista y empresario de medios de comunicación decide publicar algo de lo que escribió en el pasado y tiene el rotundo éxito mundial que tuvo con su El abuelo que saltó por la ventana y se largó no tiene mucho sentido cambiar las formas. Ésta en concreto es igual de disparatada, azarosa, irónica, sarcástica y bienhumorada que las anteriores, demostrando que cualquier situación vital, por penosa que sea, puede enfocarse con positividad para no quedarse encallado definitivamente. En ese sentido, leer a Jonasson es un ejercicio de liberación y superación de complejos; en otro sentido, más formalista o académico, leer a Jonasson es simple entretenimiento, sin más aspiraciones. Cada cual enfoque su lectura como quiera.
 El autor sueco narra la vida de una limpiadora de letrinas de Soweto, Nombeko Miyaki, que, a pesar de no tener educación formal alguna, tiene gran aptitud por las ciencias, ganas de aprender y una cabeza muy bien amueblada. Esas características, combinadas con un mucho de buena suerte, la pondrán en contacto con el fracasado proyecto nuclear sudafricano y el servicio de inteligencia israelí que controla el proceso para acabar saliendo de África y recalar en un país tan poco prono a las armas nucleares como Suecia, donde, a pesar de todo, contactará sin querer con  las dos únicas personas que tienen tanta animadversión a la monarquía del país escandinavo y al establishment político como para querer detonar una bomba atómica en su país. Y así,  como sin quererlo, acaba una bomba nuclear de tres megatones en un desvencijado camión robado rodando por las pacíficas carreteras suecas. Finalmente, claro, no explosiona nada; para más inri de los anarquistas, el propio rey sueco y su primer ministro acaban por reconducir personalmente la situación, llegando a tener una relación de amistad con la huérfana sudafricana.
 Como en otras novelas, Jonasson, a pesar de lo surrealista del argumento, hila una trama relativamente fiel a la historia reciente de los distintos países, tanto Sudáfrica como Suecia, con personajes reales de los mismos, como Nelson Mandela, el rey Carlos Gustavo de Suecia o el primer ministro Fredrik Reinfeldt. Es interesante, porque esto aporta una cierta verosimilitud a una narración inverosímil, lo cual nos recuerda lo fácil que cualquier situación sesudamente reflexionada toma un derrotero inesperado por puro azar.
 Una lectura fresca y rápida, sin complicaciones, ideal para un verano agonizante.

sábado, 31 de agosto de 2024

"Twice Cursed". Relatos fantásticos de terror.

  Es claro que los archiconocidos cuentos tradicionales centroeuropeos no tenían afán formativo ni lúdico, sino el de amedrentar a los niños para que se portaran bien, fueran obedientes, no frecuentaran malas compañías, etcétera. Lo que ocurre es que a las últimas generaciones nos han llegado tras un doble filtro que ha dulcificado y tergiversado sus finales, haciendo de ellos relatos mucho más comerciales y vendibles para  público que ya no necesitaba las advertencias que daban. Porque los cuentos se crearon, probablemente, en la Baja Edad Media o principios de la Edad Moderna, cuando la vida, especialmente en el medio rural, era mucho más dura de lo que sería siglos después y no era extraño que los niños desaparecieran para no volver a aparecer jamás, por ejemplo. Es sabido que los que pasaron de la tradición oral al negro sobre blanco fueron los hermanos Grimm en Alemania y Charles Perrault en Francia (cronológicamente, en orden inverso de como los he citado). Éstos ya moderaron notablemente los finales de los cuentos, quizá, como dije antes, porque en su época la cosa no estaba tan mal como cuando se crearon y ya no era necesario meter tanto miedo a los niños, quizá porque fueran más rentables para la editorial de la época. Pero lo cierto es que los cuentos tradicionales centroeuropeos sufrieron una mayor modificación en el sentido de hacerlos menos duros, más pasables cuando fueron adaptados al cine, especialmente por un empresario, creador de un verdadero emporio cinematográfico llamado Walt Disney. Sí, así es, cuando los niños veían, desde los años cuarenta del pasado siglo, las adaptaciones de esos cuentos al cine no veían el peligro que se les quería anunciar, no había moraleja. Sí, es verdad que había "malos y buenos", pero éstos se salían siempre con la suya mientras que aquéllos salían escaldados. Cuando esos niños crecían, recurrían (los que tenían una cierta inquietud cultural, claro) a las versiones de Perrault y de los Grimm encontraban un final más acerbo y despiadado, pero de todos es conocido que los originales de la tradición oral eran mucho más duros aún. Bueno, pues la recopilación de relatos fantásticos de terror que comento va en el sentido contrario de lo que pasó en los últimos siglos: a partir de esos cuentos tradicionales, un grupo de reconocidos escritores de fantasía y terror los retuerce para sacar un final más sangriento y terrorífico, lejos ya de cualquier moraleja posible.
 Algunos de ellos son muy conocidos para los amantes del subgénero narrativo, como Neil Gaiman, quien inicia la lista en la misma portada; Joe Hill, hijo del afamado Stephen King; Mike Carey, notable entre los lectores de cómics; o Laura Purcell. Todos ellos, claro, anglófonos, toda vez que el inglés se impuso a partir del llamado Romanticismo Literario (lo que ellos llamaron "Literatura Victoriana) como lengua principal para este tipo de narrativa. La mayor parte de ellos han trabajado como guionistas para distintas plataformas de entretenimiento, bien adaptando obras propias o haciendo aceptables por el séptimo arte, así que los de la editorial no debieron dudar mucho cuando buscaron relatos para una antología de terror.
 En el volumen encontramos a una niña vampira que devora a su propio padre en "Snow, Glass, Apples", de Gaiman, evidentemente la inversión de Blancanieves (que siempre fue analizado como el afán de un padre de que su hija no llegara a la pubertad -simbolizando el pinchazo con la aguja y el sangrado con la primera menstruación-), precisamente cuando la niña llega a los doce años.  En "The Red Shoes", A. C. Wise adapta Las zapatillas rojas de Hans Christian Andersen, en la que una niña pobre tiene como toda herencia unas zapatillas rojas, que elige para calzar los principales días de su vida (Primera Comunión y Confirmación), hasta que descubre que están embrujados; los zapatos la hacen caminar a toda velocidad por bosques y pueblos, hasta que, arrepentida, pide perdón a Dios por su vanidad. Bueno, pues Wise va más allá y les otorga a las zapatillas vida propia, haciendo que la niña baile sin poder evitarlo hasta su muerte. "Wake", de Laura Purcell es la reinterpretación de La bella durmiente, continuando el cuento donde éste acaba, llegando la princesa a ser reina, dándole ahora un tono tétrico, muy alejado del dulce final del cuento recopilado por los Grimm
 Son modificaciones interesantes, muy diferentes de calidad, que aprovecha la creatividad del escritor en textos ya clásicos, una forma más de crear literatura.

jueves, 22 de agosto de 2024

"The Right Words", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

"A cada cual, lo suyo", de Leonardo Sciascia.

  Otra novela policiaca del escritor siciliano. Una novela sobre Sicilia y los sicilianos (quizá extrapolable al resto de italianos y europeos meridionales, quizá). Una novela sobre la mafia. Pero una mafia sorda, callada, íntimamente imbricada en la sociedad, no la mafia de los grandes titulares periodísticos, sino la de los asesinatos de ciudadanos "anónimos" que tienen la mala suerte de mirar demasiado o escuchar cosas que no se deben conocer. La verdad es que deja una sensación desasosegante, triste y sórdida de la sociedad siciliana.
 Con respecto a la forma, la brillantez de Sciascia asegura una prosa muy cuidada, lenta, adjetivada y exquisita. Teniendo en cuenta que el siciliano trabajó muchos años como periodista, es de agradecer que su narrativa no se abaje a lo que conocemos precisamente como "prosa periodística", muy directa y explícita, pero plana y sosa como un epitafio de tercera.
 Luego están los giros argumentales que dan tanta vida a las novelas de Sciascia. Giros, normalmente al final, que lo sorprenden a uno gratamente, que lo dejan sin respiración, anhelando leer algo más del autor. No soy prono a las novelas policiacas, lo he dicho muchas veces, pero estas de Leonardo Sciascia tienen mucha enjundia, no sólo trata sobre un investigador astuto que acaba por descubrir al asesino por un detalle nimio que pasó desapercibido para los demás, Sciascia pergeña un paisaje y un paisanaje perfectamente reconocible en la isla de mayor extensión del Mediterráneo.
 Tan buena es la descripción de la sociedad siciliana, que el argumento de la novela acaba siendo secundario. Éste consiste en el asesinato de un farmacéutico rural tras una amenaza anónima aparentemente irrelevante, y, como por casualidad, la muerte del médico Roscio. La amenaza previa, con letras sacadas de un periódico parece justificar el asesinato posterior. Aquí está el primer tópico siciliano: el de la maledicencia generalizada, si el anónimo decía que "morirás por lo que has hecho" es que sin duda el asesinado había hecho algo. Es la aplicación del dicho popular "piensa mal y acertarás", que presupone culpabilidad en la víctima. Eso por no hablar del médico asesinado, Roscio, al que se lo considera un daño colateral por estar en el lugar equivocado en el momento erróneo (de caza con el farmacéutico amenazado). De manera tal, que el común de la ciudadanía cierra el caso antes que los jueces dictaminen: el farmacéutico habría cometido algún desmán, tal vez con una mujer casada o una disputa personal. Fin del caso. No hace falta ni saber quién es el asesino. Sólo un profesor de instituto, Laurana (evidente álter ego de Sciascia), no queda satisfecho con esa explicación popular y decide investigar. Y ahí comete su terrible error: querer saber. Poco a poco empieza a tirar del hilo, suponiendo lo contrario que todos pensaban: que al que querían eliminar de primeras era al médico, y que el farmacéutico, y sobre todo la amenaza previa, no era sino una cortina de humo para tapar lo anterior. La relación de la viuda del médico con un primo suyo, poderoso abogado con altísimos contactos en la isla y fuera, y los peligrosos vínculos de éste con criminales llevarán al desenlace de la novela, el giro argumental, que conlleva la desaparición (y evidente asesinato) del pacífico profesor de instituto. Aquí está el segundo estereotipo de la sociedad siciliana: la llamada "omertà" o ley del silencio, un supuesto "código de honor" que no es sino mirar hacia otro lado, no querer saber, hacerse el tonto, el desentendido... Ya se sabe, la curiosidad mató al gato.
 Y todo acaba ahí. El giro argumental final, como antes decía, dota de brillantez al texto, le da una frescura que le hace a uno ansiar la siguiente novela de Sciascia. Pero, como antes decía, el siciliano pergeña personajes y sociedades con una maestría extraordinaria; se convierte en un verdadero cronista social, uno casi cree vivir en la isla al leer sus novelas. En todo caso, Sciascia no hace un juicio de valor explícito sobre el comportamiento mafioso de la mayoría de sus habitantes, simplemente hace un retrato fidedigno de su sociedad; sin embargo, sí hay un protagonista más mimado, en este caso el profesor Laurana, y otros que son tratados con menos benevolencia. Al final queda un regusto amargo, el que da una sociedad enfangada en una violencia sorda, asumida por sus ciudadanos como algo inevitable a lo que uno tiene que evitar mirar. Es paradójico que a esa ley del silencio se la suponga un código de honor, toda vez que es el deshonor del cobarde, que, anidando en el corazón de los sicilianos, llevó a la isla al subdesarrollo económico y a la emigración masiva en tiempos pasados.

martes, 20 de agosto de 2024

"La mansión de las pesadillas. Antología de relatos sobre casas encantadas", editado por Valdemar.

  Aun a riesgo de repetirme, glosaré las virtudes que la colección El Club Diógenes de la Editorial Valdemar tiene para un lector empedernido como quien esto escribe: En apenas diecinueve por doce centímetros (y antes era mejor, pues era de diecisiete por once), formato que permite llevar el libro a cualquier parte, incluso introducirlo en algún bolsillo, Valdemar selecciona los mejores cuentos de narrativa fantástica y de terror de distintas temáticas: casas encantadas, vampiros, fantasmas, pesadillas, la muerte como personaje, ambientados en el mar, sabios enloquecidos, momias, zombis... Todo ello en antologías selectas de lo mejorcito que tiene este subgénero narrativo. Por poner un ejemplo, en el volumen que acabo de leer están autores como Poe, Sheridan Le Fanu, Lovecraft, Ambrose Bierce, M.R. James o W.H. Hodgson. El resultado es, pues, una pequeña obrita de bolsillo de una calidad excelsa. Vaya por ello mi agradecimiento a la Editorial Valdemar, activa desde 1989, que en estos cuatro decenios y pico de egregia labor de difusión cultural ha dejado ya un acervo literario impagable al reeditar textos ya descatalogados e incluso publicar nuevas traducciones (puesto que la inmensa mayoría de los textos son de autores anglosajones del siglo XIX) con una sobresaliente calidad. Creo que es justo reconocer la imprescindible labor editorial, sobre todo cuando un servidor es tan crítico con las grandes editoriales (y que no cambio de opinión en este sentido, ¡eh! Las editoriales dominantes del mercado sólo son meras máquinas de hacer dinero, explotar escritores y manipular a los lectores). Pues eso, dicho queda.
 En narrativa de terror, las casas encantadas son un tema recurrente. La mezcla de mansiones abandonadas en parajes remotos, con historias truculentas previas, poca o ninguna luz, mobiliario arcaico y desvencijado... genera en muchos una sensación de desasosiego e inquietud que es la antesala del miedo. Tal vez el instinto animal primitivo que nos sitúa como posibles presas de criaturas más grandes y poderosas que nosotros en una localización que no dominamos sea la razón de ese miedo irracional. Los mejores escritores de terror, Edgar Allan Poe es un buen ejemplo han explotado esta mina con frecuencia. En este volumen, concretamente, el de Poe es el mejor relato, no es otro que el archiconocido El hundimiento de la casa Usher, uno de sus relatos mejor pergeñados y admirados. Otros autores imitados hasta la saciedad por miles de admiradores como Howard Phillips Lovecraft no es tan pródigo en localizaciones como casas para ambientar sus terroríficos relatos, aunque Valdemar ha seleccionado uno, La casa evitada, en el que el genio de Providence desgrana con método periodístico, comportándose él mismo como un investigador alejado del sensacionalismo supersticioso, el terror de un viejo caserón. En todo caso, las características "lovecraftianas" están en el texto con la aparición de un ser viscoso, no descrito plenamente, que habita bajo la mansión, chupando las vidas de los que allí viven a lo largo de los siglos. Otro grande es John Sheridan Le Fanu, con El espectro de madame Crowl en el que ese fantasma, contrito y apesadumbrado, se aparece a los habitantes de la casa para confesar el crimen que cometió decenios atrás.
 Y así hasta veinticinco relatos, agrupados en cuatro secciones en función de cómo se genera el terror en el lector: El teatro del miedo, La noche en vela, Fantasmas del pasado y Poltergeist. Un pequeño volumen (de dimensiones, pero de casi setecientas páginas) con lo más granado del terror en casas encantadas y fantasmagóricas, una pequeña joya literaria.

lunes, 29 de julio de 2024

"El ojito derecho", "Amores y amoríos" y "Malvaloca", de los hermanos Álvarez Quintero.

  Reconozco leer poco teatro, y menos aún teatro español, lo cual es lamentable. Es lamentable leer poco teatro español, pero sobre todo si tenemos en cuenta el del Siglo de Oro, época en la que nuestro país marcaba el ritmo a nivel mundial, no sólo en el ámbito político y económico (Descubrimiento y conquista de Ámerica, expansión en Europa, Asia y África...) sino también en el cultural. Vamos, que (en mi opinión) no se puede tener un buen conocimiento de la cultura hispánica si no se ha leído las obras principales de Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Quevedo o Góngora. Mucho me temo que, con el correr de los siglos, el Teatro patrio fuera (al igual que la influencia del país a nivel mundial) decayendo. Con las augustas excepciones de Cervantes en la segunda mitad del XVII, Fernández de Moratín en el XVIII, Espronceda y Zorrilla en el XIX, y Benavente en el XX, nuestro país quedó al margen de los grandes movimientos teatrales. Es verdad que en el siglo XX abundaron los autores que desarrollaron una comedia muy coyuntural (en el sentido de estar relacionado con una sociedad y una época muy concreta) aunque muy rentable en taquilla (el teatro era la diversión principal de las clases medias de entonces). De entre estos autores de comedias populares cabe destacar a Carlos Arniches, Jardiel Poncela, Miguel Mihura y los Hermanos Álvarez Quintero. Así que, ni corto ni perezoso, me adentro en tres obras señeras de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, un entremés (El ojito derecho), una comedia (Amores y amoríos) y un drama (Malvaloca).
 Y la sensación que he sacado, lamento decirlo, no es positiva. Tengo la sensación de que estas obras han envejecido mal, reflejan una sociedad que ya no existe y están muy ligadas a un regionalismo cargado de tópicos y clichés (por cierto, los Álvarez Quintero defendían escribir tal cual sus personajes hablaban, con todos los andalucismos y vulgarismos propios de la Andalucía "profunda", lo cual hace muy incómoda la lectura).
 El ojito derecho es un entremés, es decir una corta pieza cómica pensada para ser representada en el entreacto de una comedia de más enjundia. Es el engaño del vendedor de un burro viejo y enfermo, que está conchabado con un corredor, supuestamente amigo del comprador.
 Amores y amoríos es una comedia romántica con enamoramientos, desenamoramientos y vuelta a enamorarse de una parejita de jóvenes muy al estilo de la época: retraída en un inicio ella, animosa y corajuda después; mujeriego y superficial en un principio él, enamorado y sincero después. Es previsible el desenlace desde el primer acto.
 Malvaloca está considerada como drama, aunque tiene un final feliz en el que el amor se impone a todos los prejuicios y dificultades sociales. Presenta ese amor trágico que lleva a los enamorados a sentirse más desgraciados que felices. Ha sido representado en teatro multitud de veces, y llevada a la pantalla cinematográfica en tres ocasiones, en todos los casos con gran éxito de público y crítica.
 Ya digo, temo que sean obras demasiado populares, pensadas para llenar teatros más que para dejar referencias culturales. No tratan de hacer pensar sino de entretener, no buscan la excelencia sino el pasatiempo.

domingo, 28 de julio de 2024

"Marianela", de Benito Pérez Galdós.

 Pequeña obra genial del inmortal autor de Los episodios nacionales. Digo pequeña porque no se puede comparar con aquéllos, pero tampoco con otras novelas como Fortunata y Jacinta, Misericordia o Doña Perfecta; pero digo genial porque todas las características de Galdós están presentes: la minuciosa descripción de los ambientes, la crítica social, la toma de conciencia por los desfavorecidos frente a la hipocresía general... todas ellas comunes al llamado Realismo literario. Sí, es un disfrute intelectual leer hoy a Galdós. Su calidad lo ha elevado a la categoría de atemporal, principalmente porque, aun cuando describe tan detallista los ambientes, los personajes retratados son arquetipos humanos, propios de cualquier época y lugar. Eso por no hablar de la prosa reposada, adjetivada, con muchos arcaísmos (a mí me gustan, especialmente, los verbos reflexivos con el pronombre personal incluido en la palabra, "lavábase", "sentose", "aproximose"...). En fin, entiendo que leer a Galdós a finales del XIX o principios del XX no era más que un ejercicio de modernidad, toda vez que el propio autor ejerció como periodista y político y sus novelas parecían aceradas críticas a la sociedad del momento, al clericalismo que se resistía a morir, o la defensa del aperturismo que tanto deseaba el autor para su país... pero leído cien años después se nos antoja totalmente ácrono, sin exclusiva trabazón con su época.
 Argumento de Marianela: en una ficticia localidad cántabra, Socartes, se desarrolla la triste vida de Marianela, huérfana, deforme, maltratada por todos, que sirve de lazarillo a Pablo Penáguilas, hijo de un rico de la zona, ciego de nacimiento. Pablo es el único que no veja a Marianela, hasta el punto de que ella queda prendada de él. A la localidad llega Teodoro Golfín, médico oftalmólogo, hermano de Carlos, ingeniero de las minas de la zona. Teodoro cree poder curar la ceguera de Pablo, algo que es visto allí como un milagro por todos excepto por Marianela, que teme que Pablo recobre la vista y la aborrezca por su fealdad. Tal ha sido el maltrato recibido por la chica, que su autoestima se encuentra por los suelos, sintiéndose un ser sin valía, molestia para todos, útil tan sólo para el pobre ciego; si éste deja de serlo, ¿qué sería de ella? Finalmente, Teodoro Golfín opera a Pablo y éste recupera su vista, llevando a Marianela a ocultarse en el campo para que nadie pueda verla. Allí, en soledad, intenta suicidarse, pero es rescatada in extremis por Golfín y llevada de nuevo al pueblo. En todo caso, la salud de Marianela se ha deteriorado notabilísimamente, de modo que cuando Pablo la reconoce por el tacto de sus manos y su voz ya está agonizando. La novela termina con la muerte de la protagonista y su entierro en un sepulcro ornamentado y lujoso, contraste absoluto con la mísera vida que llevó.
 Es, pues, un drama absoluto, una obra de un pesimismo muy marcado. Los estudiosos de Galdós la denominan "novela de tesis", por mostrar tan a las claras la ideología de su autor, lo que antes decía de la denuncia de la hipocresía social y la falta de caridad cristiana en boca de quien se autodenomina cristiano con la boca llena. Todo ello contrasta con un paisaje idílico, como para constatar todavía más fehacientemente las injusticias de la sociedad humana.
 En fin, un clásico de la literatura española del XIX que no debe olvidarse nunca, tanto desde un punto de vista formal, para no disminuir la calidad prosística de lo escrito y leído, como desde el punto de vista temático, para tratar de mejorar nuestras vidas y las de los que nos rodean.

viernes, 19 de julio de 2024

"La máscara de Dimitrios", de Eric Ambler.

  Hace un mes y pico quedé prendado de una película dirigida por Jean Negulescu en 1944, The Mask of Dimitrios (ya puse una entrada en este blog). La película en cuestión me agradó por estar protagonizada por los gigantescos Peter Lorre y Sydney Greenstreet, pero también porque el argumento era bastante sólido e interesante. Me prometí a mí mismo leer la novela en la que estaba basada (al parecer, con muy pocos cambios) la cinta, y como lo que se promete es deuda (sobre todo, o quizá únicamente, lo que se promete a uno mismo) pues aquí está.
 No soy aficionado a las novelas de espionaje, salvo que estén muy bien urdidas me parecen pretenciosas e infantiles. Es verdad que entre los mejores escritores de este subgénero hay antiguos agentes de agencias de inteligencia, como John Le Carré, por ejemplo, que trabajó varias décadas para el MI5, el servicio secreto británico, lo cual quiere decir que experiencia al respecto tienen, otra cosa es que no lo sepan plasmar en el papel. Parece que Eric Ambler no estuvo vinculado a servicios de espionaje de ningún país, pero he de reconocer que La máscara de Dimitrios está muy bien tramada.
 El argumento narra la ambición de un escritor inglés, Charles Latimer, que, accidentalmente, es introducido a un suceso misterioso tras el hallazgo de un cadáver nadando en las aguas del Bósforo, en Estambul. El cuerpo lleva una identificación personal de Dimitrios Makropoulos, un traficante de armas y drogas bien conocido por la policía turca. El escritor decide investigar por su cuenta para sacar información para una futura novela, lo cual lo llevará a Esmirna, Atenas, Sofía, Ginebra y París, tratando con gente del hampa europea. Latimer tendrá como apoyo principal a un tal Peters, antiguo empleado de Dimitrios, dispuesto ahora a extorsionarlo o denunciarlo a la policía.
 La novela es entretenida y engancha lo suficiente para que un ávido lector se la lea en tres o cuatro días. A mí lo que más me ha gustado es cómo crea los personajes, muy en particular el de Dimitrios, que no aparece hasta los últimos capítulos, lo cual es notable, porque el protagonista es creado en su ausencia, es decir, descrito por otros personajes de forma antagónica: la policía lo retrata de una manera, sus compinches de la forma contraria, el propio escritor imagina la suya... Al final, el lector ha de ir componiendo el carácter del personaje con los retazos de cada uno. Es francamente ingenioso y seductor. 
 Otro aspecto positivo de esta novela es que no cae en la ingenuidad intencionada (con la intención, precisamente, de dirigir la empatía del lector hacia uno u otro) de presentar a buenos y malos, héroes y canallas, nobles y ruines, sino que presenta una caterva de tipejos que tratan de ganarse la vida de la forma más cómoda posible, al margen de convenciones morales. Por poner esto en las palabras que el propio Ambler pone en labios de Latimer: No hay héroe, tampoco heroína; sólo bandidos y tontos. ¿O tendría que decir tontos, únicamente?