Cuarta novela que leo del autor de superventas sueco (aunque sea la segunda publicada en orden cronológico), muy parecida a las otras tanto en forma como en argumento. Pero es que, supongo, cuando un periodista y empresario de medios de comunicación decide publicar algo de lo que escribió en el pasado y tiene el rotundo éxito mundial que tuvo con su El abuelo que saltó por la ventana y se largó no tiene mucho sentido cambiar las formas. Ésta en concreto es igual de disparatada, azarosa, irónica, sarcástica y bienhumorada que las anteriores, demostrando que cualquier situación vital, por penosa que sea, puede enfocarse con positividad para no quedarse encallado definitivamente. En ese sentido, leer a Jonasson es un ejercicio de liberación y superación de complejos; en otro sentido, más formalista o académico, leer a Jonasson es simple entretenimiento, sin más aspiraciones. Cada cual enfoque su lectura como quiera.
El autor sueco narra la vida de una limpiadora de letrinas de Soweto, Nombeko Miyaki, que, a pesar de no tener educación formal alguna, tiene gran aptitud por las ciencias, ganas de aprender y una cabeza muy bien amueblada. Esas características, combinadas con un mucho de buena suerte, la pondrán en contacto con el fracasado proyecto nuclear sudafricano y el servicio de inteligencia israelí que controla el proceso para acabar saliendo de África y recalar en un país tan poco prono a las armas nucleares como Suecia, donde, a pesar de todo, contactará sin querer con las dos únicas personas que tienen tanta animadversión a la monarquía del país escandinavo y al establishment político como para querer detonar una bomba atómica en su país. Y así, como sin quererlo, acaba una bomba nuclear de tres megatones en un desvencijado camión robado rodando por las pacíficas carreteras suecas. Finalmente, claro, no explosiona nada; para más inri de los anarquistas, el propio rey sueco y su primer ministro acaban por reconducir personalmente la situación, llegando a tener una relación de amistad con la huérfana sudafricana.
Como en otras novelas, Jonasson, a pesar de lo surrealista del argumento, hila una trama relativamente fiel a la historia reciente de los distintos países, tanto Sudáfrica como Suecia, con personajes reales de los mismos, como Nelson Mandela, el rey Carlos Gustavo de Suecia o el primer ministro Fredrik Reinfeldt. Es interesante, porque esto aporta una cierta verosimilitud a una narración inverosímil, lo cual nos recuerda lo fácil que cualquier situación sesudamente reflexionada toma un derrotero inesperado por puro azar.
Una lectura fresca y rápida, sin complicaciones, ideal para un verano agonizante.
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