El título de la comedia se presenta así, como lo he transcrito arriba: Madre (el drama padre), aunque supongo que con errores de puntuación, pues, según el argumento, los temas tratados e incluso los diálogos, lo más correcto sería: ¡Madre! (El drama padre). Así lo voy a transcribir yo, aun cuando corrija al dramaturgo. Los signos de exclamación son necesarios porque reflejan una emoción. Esta comedia, ahora lo desarrollaré, es una parodia de los melodramas sensibleros que estaban en boga en los años 30 y 40 del pasado siglo, así que son imprescindibles los signos de exclamación que muestran esos sentimentalismos desbordados que buscaban la lágrima fácil del espectador. Lo cierto es que, sorpréndase el lector, varios críticos teatrales de la época (la obra se estrenó en 1941) la tildaron de "inmoral" por hacer burla de la condición de madre, supuesto ideal de toda mujer que no quisiera consagrar su vida a Dios. Y claro, con ese afán aleccionador y moralista (¡cuidado, esto no es exclusivo de los años 40, en nuestros días todos los políticos, por ejemplo, nos dicen cómo hay que vivir y qué hay que pensar!) las obras de teatro no podían quedarse al margen, sobre todo cuando en aquella época el teatro era una de las aficiones principales de las clases medias y populares. Así, los melodramas en los que los sentimientos estaban desbordados, los hombres eran aguerridos y valerosos, las mujeres maternales y cariñosas y todos acababan por sacrificarse por los más nobles asuntos, esos melodramas, digo, eran un arma de alienación masiva tan potente como lo es hoy en día la televisión. Y, por supuesto, alguien tan genialmente iconoclasta como Enrique Jardiel Poncela tenía que derribarlo del pedestal. Por eso esta obra, una comedia que pone en solfa esos sentimentalismos de cartón piedra, más afectados y falsos que un billete de quince euros. Jardiel pergeña una comedia en la que el enredo llega a tal absurdo (siempre el absurdo en su obra) que el espectador y el lector inteligentes se dan cuenta del abuso que han hecho con él en aquellos melodramas. Es fácil comprender la potencia de esta obra si se programaba a la vez que esos folletines teatrales que buscaban aflorar los sentimientos más primitivos y vulgares del público; se puede uno imaginar fácilmente el contraste del público de ¡Madre! (El drama padre) en el Teatro de la Comedia de Madrid, junto a obras perfectamente olvidables (y hoy, en efecto, olvidadas) como Dueña y señora, La madre guapa o La infeliz vampiresa, cuyos títulos ya adelantan la estupidez de sus argumentos. Era evidente que esos dramaturgos comerciales creadores de bodrios sentimentaloides serían olvidados (por mucho que en su momentos obtuvieran gran éxito de público), mientras que Jardiel Poncela, a pesar de ser rechazado por gran parte de la crítica oficial de la época, quedaría como ejemplo de excelencia.
El argumento de ¡Madre! (El drama padre) es tan enrevesado y caótico como los propios melodramas inverosímiles que parodia, eso sí, la obra de Jardiel tiene gracia, pero gracia de la buena, con la que te ríes unas horas al leerlo y te espabila intelectualmente después cuando reflexionas sobre ella. En buena medida, esta comedia parodia el chantaje emocional que todos hemos sufrido alguna vez cuando nuestros bienamados progenitores o individuos de semejante condición tratan de obtener beneficio de la relación familiar o de amistad. Es, por tanto, la burla del abuso del sentimiento desgarrado a las que ciertos tipos (más habitualmente, tipas) hacen profesión de éxito.
La comedia está estructurada en un prólogo y dos actos, en las que se presenta a una viuda, madre de familia numerosa, Maximina, que tiene cuatro hijas gemelas: Cristina, Catalina, Josefina y Adelina. Estas mozas se ennoviarán con Emilio, Cecilio, Basilio y Atilio (la semejanza de nombres es, evidentemente, otra broma más). Nada más celebrarse la boda estalla la bomba: resulta que los cuatro chicos son también hijos de Maximina, la cual pensaba que habían fallecido al nacer. Por tanto, la boda está invalidada porque los contrayentes son hermanos. Pero el enredo continúa con varios personajes secundarios, que demuestran al final, que los ocho son de distintos padres y distintas madres, con lo que, en realidad, las bodas son perfectamente válidas. Obviamente, Jardiel Poncela lo enreda de forma humorística con situaciones descacharrantes, personajes absurdos y salidas sorprendentes, dejando un sabor de boca muy agradable al leerlo. Además, como antes decía, la obra de Jardiel tiene una lectura posterior, con un humor más ácido, de ése que no deja títere con cabeza. El autor no se casa con nadie (quizá eso lo llevó en sus últimos años al ostracismo en un país como el nuestro en el que todos buscan su bando en busca del corporativismo más visceral), burlándose hasta de su propia sombra.
Eso es lo bueno que tiene Jardiel Poncela, que cualquier obra, por pequeña que parezca tiene una lectura ulterior que sirve de aplicación diaria y que es atemporal, vale tanto para 1941 como para 2024. Es el humor inteligente que cura la estupidez supina que predomina en nuestra sociedad. Una verdadera vacuna frente a la estolidez.