¡Y seguimos con Perec! ¡Qué obsesión! No, lo cierto es que leer a Perec es un ejercicio semejante al de un descubridor en un mundo desconocido. Antes leí Las cosas, quizás su obra más "convencional"; luego La vida, modo de empleo, con su descripción de los habitantes de un bloque de viviendas a lo largo del tiempo, pero usando como recorrido el movimiento del caballo del ajedrez; después Un hombre que duerme, ejemplo de la llamada "literatura Bartleby", un tipo que de un día para otro abandona toda acción y, cabe suponer, toda pasión, lo cual hace que el lector (al menos yo así lo hice) reflexione sobre la futilidad de las rutinas; seguí con El secreto, tremendo ejercicio de poder literario, un lipograma en el que se omite la letra E, la más frecuente en francés; hace unos días continué con Cámara oscura, un "diario de sueños" en tres años de la vida de Perec; por último empiezo la breve ¿Qué pequeño ciclomotor de manillar cromado en fondo de patio?
Me adentro en él con una prevención gozosa... prevención porque Perec es tan provocador intelectualmente que nadie sabe que habrá tras su nombre, pero prevención gozosa al fin, pues sé que en uno u otro sentido me sentiré sorprendido, apabullado incluso por el talento de Perec.
Reconozco que Georges Perec me está marcando más de lo que yo suponía, lo cierto es que fue una temible pérdida su muerte prematura (con tan solo 45 años, inicio de la madurez creativa en casi todos los autores), si estuviera vivo actualmente (tendría 76) nos habría dejado una obra verdaderamente portentosa.
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