Soy pesimista. Todos aquellos que han tenido la suerte o desgracia de conocerme lo saben. Me recuerdo desde mi adolescencia temiendo siempre lo peor; y sin embargo, a mis más de cuarenta años, todavía en proceso de auto-aceptación, asumo ese pesimismo como algo natural, algo consustancial a mí mismo... y sobre todo, asómbrense amigos pesimistas con careta de optimistas -ya se sabe, dime de qué presumes...-, sobre todo, digo, algo que tiene su vertiente positiva, de preparación ante la posibilidad cierta del fracaso.
Vaya por adelantado que en esto tan extraño de la creación literaria, el pesimismo es, en mi opinión, una condición sine qua non para entrever mundos o vidas distintas a las reales. Por tanto la escritura, que tanto tiene de introversión, necesita un cierto desencanto de la cotidianeidad, un afán de buscar algo que sabemos que no pasará... es posible que la creatividad sea la escapatoria natural del pesimista...
Pero todo lo anterior es pura racionalización, por tanto discutible, seguro que más de uno está negando la mayor del párrafo anterior... perfectamente respetable. Sea como fuere, el pesimismo forma parte de mi ser -como en tantísimos otros-, me acompañará hasta que exhale el último suspiro, igual que mi estatura, mi aspecto físico, mis distintas tendencias de comportamiento, mis supuestas virtudes y presuntos defectos... forma parte de mí y todo lo que sea tratar de suplantarlo sería en vano, supondría, ya dije antes, ponerse una falsa careta de optimista -como hacen tantos millones de seres humanos, como, quizá, el que esto lee ahora- con la seguro fracasada intención de "caer" mejor a los demás... No, soy pesimista y no lo intentaré cambiar.
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