Joseph Sheridan Le Fanu es un escritor infravalorado. Es notable como, cuando ciertos escritores pertenecen por edad a una determinada generación literaria, siempre surgen críticos que aseguran que algunos se han subido al carro de los triunfos de forma inmerecida... ¡Bien, estoy de acuerdo! Todos conocemos altibajos en las distintas generaciones, y sí, a alguno lo han aupado a un podio sin merecerlo (lo han aupado, porque normalmente han sido los ladinos editores que, aprovechando el tirón comercial, meten en el mismo saco a todos). Pero no es menos cierto que en ocasiones hay autores que han sido olvidados cuando no lo merecían, ese es el caso de Sheridan Le Fanu.
Sheridan Le Fanu nació en Dublín en 1814 y murió en la misma ciudad en 1873, época en la que Irlanda formaba parte del Imperio británico, así que fue no solo coetáneo sino también compatriota de todos los "monstruos" de la llamada literatura victoriana: Dickens, Thackeray, las hermanas Brontë, George Eliot, Lewis Carroll, Oscar Wilde... ¡con semejante plantilla cualquiera es titular! Así, el irlandés pasó un tanto desapercibido, pero es que, además, dedicó su talento creativo a un subgénero que, aun no siendo infrecuentemente utilizado por los escritores antes mencionados, se consideraba marginal: el de terror y misterio.
Sheridan Le Fanu es un maestro en lo que algunos llaman "narrativa gótica", otro cajón de sastre que incluye terror, fantasía y, en general, aquello que no encajaba bien en el realismo preponderante de la época. Su obra son, principalmente, relatos cortos con esa temática: fantasmas, vampiros, apariciones, hechos inexplicables... pero todo aderezado con la reconocible "salsa victoriana", es decir: prosa muy cuidada con adjetivación profusa y meticulosidad extrema en las descripciones.
Nuestros amigos de Valdemar le hacen justo homenaje (ya habían incluído algún relato en sus famosas compilaciones) en un pequeño volumen de su colección "El Club Diógenes" que hará las delicias de todos aquellos que disfruten con el subgénero fantástico sin querer prescindir de la calidad literaria más alta.
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