Poco a poco, Chesterton se va convirtiendo en uno de los autores más reseñados en este humilde blog, y lo es porque siempre que busco una lectura de calidad que tenga un componente humorístico importante pienso en él. El napoleón de Notting Hill es Chesterton en estado puro: en la Inglaterra de 1984 (la novela fue escrita en 1904) la democracia ha sido sustituida por el despotismo; ahora gobierna un rey elegido siempre al azar cambiando también así la tradición monárquica británica. En ese contexto político es elegido rey un tal Auberon Quin, un hombre dedicado en cuerpo y alma a la buena vida y a la contemplación humorística de todos los hechos de la existencia, alguien que no se toma absolutamente nada en serio. Tanto es así que decide volver a una concepción cuasi medieval del reino, y propone que los barrios de Londres sean regidos por prebostes (también elegidos al azar) e incluso que los ciudadanos vistan colores determinados en función de que sean habitantes de uno u otro barrio. La mayor parte de los prebostes son tipos con tanto sentido de humor como el propio rey, pero uno de ellos, romántico arrebatado se tomará todo a la tremenda.
Será concretamente el preboste de Notting Hill (barrio hoy mundialmente famoso por su abundante población de origen afrocaribeño que celebra un vistoso carnaval por sus calles), Adam Wayne, quien se tomará tan en serio su ridícula función de gobernador del barrio que hará que sus habitantes se levanten en armas contra los de los barrios vecinos cuando otros prebostes planean la construcción de una calle que atraviese de lado a lado el barrio en cuestión.
Como siempre en Chesterton, el argumento en sí acaba siendo lo de menos. Lo de más es la pregunta que deja en el aire la novela: ¿qué es más importante en la vida, tomarse todo con humor o aplicar un romántico idealismo a todo? Por supuesto, no hay respuesta prefijada. Cada lector responderá en función de su cosmovisión. Algunos coincidirán con Auberon Quin en la necesidad de poner distancia con la cotidianeidad aplicando un sentido de humor con una deportividad que permita seguir adelante sin matar o morir por cualquier minucia; pero otros aplicarán un romanticismo pleno de ideales que nos eleven de una vida meramente animal.
¿Y Chesterton qué papel representaría, el humorista o el idealista? Bien, conociendo la biografía del inglés habría que admitir que precisamente esos dos aspectos son los más característicos de su existencia. No he encontrado novela de Chesterton que no tenga su característico humor inglés, sarcástico e irónico que pone en solfa todos y cada uno de los supuestos principios inamovibles de la vida humana; pero por otro lado sabemos que Chesterton, inicialmente ateo, buscó toda su vida una razón de índole cristiana para existir, convirtiéndose primero al anglicanismo y posteriormente al catolicismo. Los dogmas religiosos, ya se sabe, no tienen ni pizca de humor, sí, por supuesto, de romanticismo ideológico, con lo que a veces cuesta imaginarse a este gigantón perdido en dudas morales cuando tenía un humor tan fino e irreverente.
En todo caso, la lectura de Chesterton, si bien no da líneas que seguir, plantea dudas que en cualquier cabeza pensante promueven el pensamiento filosófico aplicado al día a día, algo que en estos tiempos tan mediocres que nos ha tocado vivir es absolutamente necesario. Sin embargo, hoy la mayoría de la población cree lo que algún patán anónimo vomita en su cuenta de twitter...
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