viernes, 20 de marzo de 2020

Inciso cinematográfico: "The Maltese Falcon", dirigida por John Huston en 1941.

 Era obvio que, leyendo la novela de Hammet, iba a volver a ver la película de Huston, con Bogart en el papel de Samuel Spade, Mary Astor como Brigid O'Shaugnessy, Peter Lorre como Joel Cairo y Sydney Greenstreet como Kasper Gutman. Inmensa ventaja la de vivir en estos pandémicos tiempos con conexiones a internet de alta velocidad y repositorios de cine clásicos a tutiplén.
Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 La adaptación de Huston es muy fiel a la novela. Incluso detalles nimios como los gestos de Spade (sonreír mostrando los caninos, morderse el labio inferior, fumar su tabaco de liar sujetando la bolsa con los dientes...) están presentes en la cinta, por no hablar de los diálogos que son trasladados palabra por palabra. Como pequeña diferencia, tal vez innecesaria, la película comienza con una aclaración que no se hace en la novela: se explica el origen de la figura del halcón que, elaborada en oro y piedras preciosas, había sido un tributo de la Orden de los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén al entonces Emperador Carlos V. Lo demás es prácticamente igual (si obviamos la descripción física de Samuel Spade, "alto, al menos seis pies de altura" que no concuerda con Bogart).
 El reparto es de lo mejorcito de la época: Bogart (salvando el físico) está inconmensurable, con ese gesto cínico tan propio de sus actuaciones que encaja perfectamente con Spade; Mary Astor en el mejor papel de su carrera, apabullando con su actuación en los últimos minutos de la cinta; Peter Lorre, siempre convincente, especialmente en papeles extranjeros, aquí, un griego; Sydney Greenstreet, a otro nivel, un maestro entre maestros; y un montón de secundarios, incluyendo un corto papel para el padre del propio Huston. Todos excelentes, pero para mis gustos, creo que ya son conocidos, me quedo con Greenstreet y Lorre, aquí están:
Imagen tomada de Wikimedia Commons
 Sydney Greenstreet y Peter Lorre son los monstruos que redondean cualquier buena película, más aún, son los genios que hacen que una película regular sea más que aceptable. Sus estilos actorales son muy distintos, más clásicos y teatrales los del inglés, más cinematográficos y modernos los del austriaco. Pero ambos encandilan. El ligero acento germánico de Lorre contrasta con la ortodoxa dicción de Greenstreet; la voz de éste corre como un pañuelo de seda por un ojal mientras que la de aquél se trastabilla coquetamente como un escotado vestido de miles de euros en una golfilla de la calle. La crème de la crème.
 Ya escribí sobre la afortunadísima relación entre literatura y cine. Estos años atrás se sucedieron huelgas de los guionistas en Hollywood, obligando a hacer refritos de clásicos de calidad ínfima. Uno, en su ingenuidad, se pregunta: ¿no podrían adaptar buenas novelas con la fidelidad y el respeto que tuvo Huston en esta maravilla eterna?

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