Vigésima entrega de la serie del Mundodisco, la genial sátira de Pratchett sobre absolutamente todo lo concerniente al homo sapiens y la sociedad que ha creado. Ahora le toca el turno a las tradiciones sociales, familiares y religiosas (aunque las principales lo son todo a la vez), no en vano, el título en español hace referencia, obviamente, a Papá Noel. Pero, como siempre, Pratchett va mucho más allá para poner en solfa la razón última de estos bonitos cuentos infantiles que, como tantas mentiras humanas, se desmoronan al llegar a la adultez.
En esencia, Papá Puerco es un remedo "mundodisquiano" de Papá Noel, esto es, un tipo risueño, gordo y barbudo que va dejando regalos para los niños en la Vigilia de los Puercos. El nombre hace referencia a los animales que tiran del trineo, que, en lugar de ser elegantes y estilizados renos son grasientos y gruñones verracos. Pues bien, Papá Puerco ha desaparecido (aquí he de hacer un inciso para corregir la traducción al español: en inglés se dice que Papá Puerco se ha ido -is gone-, con el sentido que tiene también de "ha muerto", así se deja abierta la posibilidad de que haya pasado una cosa u otra; en español se ha traducido como "ha muerto", con lo cual se rompe el doble sentido... las traducciones, ya se sabe...). Lo cierto es que el primero en detectarlo ha sido nada más y nada menos que La Muerte, y no se le ocurre nada mejor que sustituirlo personalmente.
Solamente esta sustitución supone un filón de equívocos y situaciones hilarantes (como cuando, por ejemplo, La Muerte sustituye a Papá Puerco en el centro comercial más importante de Ankh-Morpork y comienza a sentar a pequeños niñitos en sus huesudas rodillas) para un genio de la ironía como Pratchett. Pero eso es muy poco para el bueno de Terry: aprovecha para destripar todas esas tradiciones, por ejemplo, la del Hada de los Dientes (en España, el Ratoncito Pérez) haciendo que la aparentemente inocente criatura angelical, toda alitas, resplandor y magia tenga montado un negocio con terceros, ya que gracias a los dientes de leche que consigue puede pervertir la voluntad de los niños (y de éstos cuando lleguen a adultos) para que se comporten de una forma determinada.
Por otro lado, Susan Sto Helit, la nieta de La Muerte, con todo lo que eso significa... trata de investigar por qué su abuelo, alguien concentrado en cuerpo y alma (huesos y túnica, mejor) a su labor de segador de vidas para actuar de forma altruista sustituyendo al gordo barbudo. Para ello le ayudará el Oh dios de las resacas, la personificación de un dios fallido que tiene como toda característica sobrenatural sufrir las resacas y dolores de cabeza de todos aquellos que han bebido el día anterior.
La Muerte, con barba postiza y un cojín debajo del abrigo rojo, tiene como ayudante a Albert, antiguo mago reconvertido en criado de la Parca. Albert está mucho más versado en comportamiento humano, ya que su amo se limita a segar las vidas, no a conocerlos; así, Albert se convierte en el guía que abre los ojos a La Muerte. Hasta tal punto es así, que muchas veces recuerdan a Scrooge y los espíritus de las distintas Navidades, del inmortal Cuento de Navidad de Dickens.
En definitiva, otra historia inmortal de Pratchett, otra vuelta de tuerca de la sátira con la que el genial autor inglés nos abre los ojos a los convencionalismos y estupideces humanas... eso sí, de la mejor forma: con una sonrisa.
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