Hay clásicos literarios que se convierten en clásicos cinematográficos gracias, en primer lugar, a un escrupuloso respeto a la obra escrita; en segundo lugar, a un elenco actoral de primera categoría capaz de entender la esencia última de sus papeles; y, en tercer lugar, a una excelsa combinación de todos los oficios necesarios para sacar adelante una película: dirección, fotografía, producción, decorados, ambientación... Todos esos factores se dan en la adaptación cinematográfica de la novela de Dickens que se rodó en 1935, dejando una obra emblemática del séptimo arte a partir de uno de los mejores textos del genio inglés. Y no será porque haya tenido pocas adaptaciones al cine... nada menos que en siete ocasiones (en 1911, 1917, 1922, 1927, 1935, 1958 y 1980). Pero, claro, es que Historia de dos ciudades, la novela de Dickens, lo tiene todo: un pedazo de la Historia suficientemente lejana para que se pueda ver con cierta objetividad; y sentimientos universales y atemporales que afectan a todos los seres humanos, a saber, amor, egoísmo, venganza, perdón o entrega hasta el fin.
Imagen tomada del sitio filmaffinitty.com
El argumento principal, bien conocido por todos, es la comparación (no siempre odiosa y, desde luego, nunca chovinista) entre la sociedad francesa y la inglesa en el albor de la Revolución Francesa. En ese contexto sociopolítico que cambió el mundo, la vida de un puñado de personas, algunos nobles, otros sirvientes, sociedad más injusta en el continente que en la isla. En París, con la desigualdad social brutal del Antiguo Régimen se gesta la sangrienta venganza que acabará en el Reinado del Terror que restó casi toda la justificación que tuvo la Revolución Francesa, revolución, sin la cual hoy el mundo no sería como es, para bien o para mal. El Terror impuesto por los sans-culottes acabó siendo una escabechina sin fundamento alguno en el que se guillotinaba por delaciones sin justificar. Eso es lo que acaba poniendo en negro sobre blanco Dickens, y nadie podrá decir que Dickens fue partidario de la aristocracia y sus privilegios; no sólo en esta novela, en toda su narrativa, Dickens (gran moralista) muestra a los ricos como gente animalizada y brutal, poseedores de todos los vicios de los que es capaz el ser humano, mientras que de la clase obrera siempre salía algún héroe, dechado de virtudes y ejemplo de perfección.
Eso es la novela de Dickens. La adaptación de Conway es extremadamente fiel al texto (imposible mejorarlo, por otro lado) y es capaz de juntar todos los ingredientes que antes citaba (elenco, fotografía, ambientación, decorados...) para dejar una película a la misma altura que la novela. Cabría decir que Charles Dickens se hubiera sentido orgulloso de esta adaptación de su obra.
Imagen tomada del sitio classicsandcraziness.wordpress.com
Del elenco actoral, el que está impresionante (como debe ser al ser el protagonista principal) es Ronald Colman en el papel de Sydney Carton, el abogado borrachín, con la autoestima por los suelos pero capaz de las mayores heroicidades que un hombre puede hacer, inteligente, cínico, sarcástico, desesperado del mundo y de la sociedad, pero enamoradizo e idealista. Colman consigue enamorar al espectador desde el principio, reuniendo todas las virtudes que Dickens había otorgado a Carton. Gran actuación también de Blanche Yurka interpretando a Madame Defarge. En la novela, Defarge personaliza la brutalidad del Terror: partiendo de un terrible sufrimiento de años, el afán de justicia reparadora se acaba convirtiendo en sed de venganza ciega; en la película, Yurka consigue esa actitud y esa mirada fanática que sólo puede calmarse con el derramamiento de sangre... violencia que sólo generará más violencia...
La ambientación y la fotografía es más que aceptable, ya sea de interiores o de las multitudes tomando La Bastilla, teniendo en cuenta, sobre todo, que la peli es del 35.
Repito aquello con lo que inicié esta entrada: una gran película para una excelente novela, el séptimo arte haciendo honor al cuarto.
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