Sigo con el respiro de la narrativa anglosajona, por eso continúo con teatro español. Pero un teatro español que, si no de orden menor, si menos altanero que Lope, Tirso o Calderón. Me adentro en una de esas llamadas comedias de principios de siglo pasado que tanto gustaban en la época, probablemente porque liberaban (entonces como hoy) de la grisura de la cotidianeidad aplastante.
Siendo una obra estrenada en 1918, fue conocida del gran público no sólo en teatros sino también en cine y televisión. De hecho, la mayor parte de la gente conoce La venganza de don Mendo de las cuatro adaptaciones que hizo TVE (en los años 64, 72, 79 y 88 del pasado siglo), así como una memorable película para cine dirigida y protagonizada por el gran Fernando Fernán Gómez.
Recordemos el argumento: ambientada en el siglo XII, en España ("a las afueras de León" y en Andalucía), doña Magdalena es visitada secretamente en su castillo por el marqués don Mendo; por otro lado, el padre de aquella, don Nuño, la promete en casamiento al duque de Toro, don Pero. Cuando la joven es informada del casorio, lejos de entristecerse, ve las ventajas sociales que le reportará, en tanto sigue siendo visitada por don Mendo. Un día, don Pero sorprende a don Mendo en la alcoba de su prometida; para librarla de afrenta, don Mendo miente y se acusa falsamente de haber acudido a robar. Don Nuño lo hace apresar y así la dama queda salva. Es ahí, sin embargo, cuando don Mendo abre los ojos, pues descubre que Magdalena no valora el sacrificio de su amante y, antes al contrario, se hace la agraviada mientras disfruta de las mejoras sociales que supone casar con un duque. Don Mendo jura venganza, y, tras ser liberado de prisión por Moncada, su amigo, inicia una nueva vida como trovador acompañado de tres judías y dos moras como bailarinas. Por otro lado, la propia Magdalena es amante del rey Alfonso, y se establece un lío amoroso pues todas las damas se enamoran del trovador, tanto la reina Berenguela, como la mora Azofaifa y la propia Magdalena que no identifica a su antiguo amor. Todo acaba en una cueva serrana, donde don Mendo se descubre. Don Pero se ve burlado no de don Mendo sino del rey, suicidándose con su propia espada; el rey Alfonso mata a don Nuño; Azofaifa mata a Magdalena; Mendo mata a Azofaifa y, por último, se clava su propio puñal.
La genialidad de Muñoz Seca estriba en la cantidad de rimas facilonas, verdaderos ripios, que provocan la carcajada del lector o espectador. ¡Cuidado! Serán ripios, pero respetan totalmente la métrica de las distintas estrofas, muchos sonetos, por ejemplo el que sigue:
¿Moriré sin venganza? ¡Cielos! ¡Nunca!
Ha de morir la que mi vida trunca,
y morirá a mis manos... Mas, ¿qué exclamo?
¿Cómo podré matalla si aún la amo?
Acaso por salvarse aquella noche
aceptó del de Toro sin reproche
el amor y la fe y el galanteo...
Mas aquel "Pero mío", estuvo sobeo
delante de mi faz, estuvo feo;
porque él llegó a palpalla
y ella debió oponerse, ¡qué caray!,
al ver lo que yo hacía por salvalla.
Este delirante soliloquio de don Mendo de la Jornada segunda en el que se hace consciente del engaño de Magdalena, además de la ingeniosidad del texto, tiene rima consonante, son versos endecasílabos que riman AABB CCDD EFE (dos cuartetos y un terceto), es decir, un soneto de toda la vida. Eso sí, más vale leerlo y reírse que contar sílabas...
Y precisamente por eso, porque lo importante es divertirse y abandonar esa grisura rutinaria a la que antes hacía referencia, transcribo uno de los fragmentos más conocidos, aquel en el que don Mendo le describe a Magdalena el juego de las siete y media.
Magdalena
¿Un juego?
Mendo
Y un juego vil
que no hay que jugarlo a ciegas,
pues juegas cien veces, mil,
y de las mil, ves febril
que te pasas o no llegas.
Y el no llegar da dolor,
pues indica que mal tasas
y eres del otro deudor.
Mas ¡ay de ti si te pasas!
¡Si te pasas es peor!
Magdalena
¿Y tú... don Mendo?
Mendo
¡Serena
escúchame, Magdalena,
porque no fui yo... no fui!
Fue el maldito cariñena
que se apoderó de mí.
Entre un vaso y otro vaso
el barón las cartas dio;
yo vi un cinco, y dije "paso",
el marqués creyó otro el caso,
pidió carta... y se pasó.
El barón dijo "plantado";
el corazón me dio un brinco:
descubrió el naipe tapado
y era un seis, el mío era un cinco;
el barón había ganado.
Otra y otra vez jugué,
pero nada conseguí,
quince veces me pasé,
y una vez que me planté
volví el naipe... y perdí.
Ya mi peculio en un brete
al fin me da Vedia un siete;
le pido naipe al de Vedia,
y Vedia pone una media
sobre el mugriento tapete.
Mas otro siete él tenía
y también naipe pidió...
y negra suerte la mía,
que siete y media cantó
y me ganó la porfía...
Mil dineros se llevó,
¡por vida de Satanás!
Y más tarde... ¡qué se yo!
de boquilla se jugó,
y me ganó diez mil más
¿Te haces cargo, di, amor mío?
¿Te haces cargo de mis males?
¿Ves ya por qué no sonrío?
¿Comprendes por qué este río
brota de mis labrimales?
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