Los lectores de verdad (no los que hacen gala de leer, sino los que leen de verdad) somos seres demasiado solitarios como para entrar en determinados grupos sociales (en todos, vamos). Por eso nunca entendí los clubes de lectura, salvo que la lectura fuera una mera excusa para conocer gente y demás. Tan poca identidad colectiva tengo que no consigo sentir nada especial hacia los libreros y mucho menos hacia los editores, por mucho que entienda que los necesito para poder leer. Así, la celebración de ferias del libro no me entusiasman grandemente: no son más que multitudes con afán comercial (ahora que lo pienso, no difieren mucho de las avalanchas que se ven en las tiendas de moda al inicio de las rebajas), son, mayoritariamente, lectores del montón ("lectores de best seller") siendo tentados por meros negociantes.
Pero, vamos, que he ido... En todo caso y para ser justo, en estas ciudades pequeñas las ferias del libro son un escaparate para pequeñas librerías, negocios unipersonales que subsisten a duras penas. No están, por supuesto, las grandes editoriales que eligen el rumbo que han de seguir las neuronas de los lectores que siguen sus modas. Así, todo queda como más de andar por casa, lo cual lo hace más soportable.
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