Hace casi dos años leí la quinta entrega de la serie La Tierra Larga, titulada El largo Cosmos. Lo hice por error, la verdad, creí que era una novela independiente. No me entusiasmó, sobre todo por comparación con las novelas del Mundodisco, verdaderas obras maestras del subgénero narrativo de ciencia ficción. Bueno, como ya acabé las cuarenta y una espléndidas novelas del Mundodisco, empecé a echar de menos la sutil ironía de Pratchett, su capacidad de reírse de la vanidad humana que tanto daño hace. Así que saqué la primera entrega de La Tierra Larga, con título homónimo.
El concepto básico de ciencia ficción aquí son los viajes en el tiempo, pero no en un sentido más clásico (como, por ejemplo, la extraordinaria novela de H.G. Wells, La máquina del tiempo, verdadero icono mil veces imitado), sino con la supuesta existencia de multitud de planetas Tierra que se dispondrían en paralelo y a los que se podría saltar con un pequeño ingenio llamado "cruzadora". En estas Tierra paralelas, carentes de vida humana, se van produciendo cambios geológicos y climáticos que promueven la aparición de nuevas especies animales y vegetales. Aparentemente, el número de Tierras es infinito, denominando "Tierras bajas" a los planetas más cercanos al planeta original (rebautizado como "Datum"), planetas estos con pocas variaciones al habitado por humanos; y "Tierras altas" a los planetas que están a miles de cruces de uno a otro, estos ya tienen cambios geológicos, de clima, así como de fauna y flora. Los personajes principales son Joshua Valienté, un "cruzador natural", alguien que no necesita de la conocida máquina para pasar de un planeta a otro; Lobsang, un monje budista tibetano reencarnado como inteligencia artificial en una máquina expendedora (ironía "pratchettiana" típica); y Sally Linsay, hija del desarrollador de la famosa cruzadora de marras, que vagabundea por las Tierras altas en busca de aventuras y conocimientos. Juntos irán pasando de un planeta a otro en un dirigible llamado "Mark Twain" (guiño metaliterario), para ir registrando los cambios bruscos que se acentúan cuanto más se alejan del Datum.
Ése es el esbozo del argumento principal, los temas incluidos son: la evolución de seres vivos, que toman infinitos caminos en cada planeta; la búsqueda de soledad y el aislamiento personal en planetas carentes de vida humana, algo presente en multitud de novelas de ciencia ficción; y el afán explorador de otros mundos, por muy parecidos que puedan ser al nuestro. Esos tres temas son muy habituales en narrativa de ciencia ficción, especialmente el de la misantropía, tanto del autor como de los lectores, que los lleva a imaginarse a sí mismos en enormes planetas carentes de humanos, (por otra parte, qué lector empedernido no ha soñado con alejarse de la sociedad para siempre... el propio hecho de leer supone dejar de estar con nuestros semejantes, aunque sea por unas horas).
Bien, La Tierra larga no es la mejor novela de ciencia ficción con viajes en el tiempo que haya leído, pero engancha lo suficiente como para desear seguir leyendo la saga al terminarla. Echo de menos el mordiente humor de Pratchett que lo caracteriza en el Mundodisco, aquí, salvo un par de pequeños brillos, todo parece demasiado serio para un humorista genial como el inglés, capaz de sacarle punta al tema mas anodino. Es probable que la influencia de Stephen Baxter, coautor de la saga, sea muy notable, toda vez que, por lo que parece, este autor tiene varias novelas de ciencia ficción con argumentos muy semejantes (entre ellas, una continuación de La máquina del tiempo de Wells). No he leído nada más de Baxter, con lo que no puedo juzgar con propiedad. En todo caso, no deja de ser una novela entretenida, original y recomendable. Continuaré en un futuro la lectura de la saga.
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