Decimoctavo concierto de abono de la temporada 23-24 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por su batuta habitual, Thierry Fischer. El concierto de hoy se dedica casi en exclusiva a la monumental e intensa Sinfonía nº7, "Leningrado" de Dmitri Shostakóvich, aunque también se interprete una obra de encargo de la OSCyL con estreno absoluto del compositor contemporáneo catalán Albert Guinovart, presente en la sala, por cierto.
Albert Guinovart, actualmente en la sesentena, es un reconocido pianista y, sobre todo, compositor de bandas sonoras, óperas y música folclórica catalana (sardanas). Para el concierto de ayer, como antes decía, se interpretó una obra por encargo para la propia OSCyL, titulada Concierto para flauta nº2, diría que una obra muy "clásica" en sus hechuras y muy "romántica" en su planteamiento. Me explico: es muy clásica por estructuración como concierto con tres movimientos y también por la claridad de sus melodías dominantes; es muy romántica por la elección de la flauta y su excepcional capacidad de expresión como instrumento solista, por los contrastes rítmicos y por el uso de modernos instrumentos como el "eolífono" que simula el viento. Porque precisamente de viento va la obra de Guinovart. Sus movimientos son Y del viento llegó la luz (Allegro), El corazón de Eolo (Adagio) y La danza del aire (Allegro molto), que no dejan duda de la importancia de dicho agente meteorológico, simulado con las flautas (tanto la solista, interpretada por Emmanuel Pahud -quien, por cierto, será artista residente la próxima temporada- como las ayudantes) y por esa máquina tan peculiar incluida dentro de la percusión y que llaman "eolífono" (instrumento sencillo en verdad, que consta de una tela que rodea un cilindro de madera que, al girar, simula el sonido del viento). La obra es alegre (predominan los movimientos inicial y final), con toques nostálgicos. El virtuosismo de Emmanuel Mahud aporta toda la capacidad de expresiva que tan notable es en la flauta travesera.
Y, después del descanso, la Sinfonía nº 7 en Do mayor, opus 60. "Leningrado" de Dmitri Shostakóvich. Es ésta una obra intensa, apasionada, apabullante incluso. Con la orquesta sinfónica completa, con una representación notable de la percusión y del viento-metal, nadie queda indiferente. El primer movimiento (Allegretto) comienza suavemente, con flauta y violín; luego se va imponiendo la percusión y va entrando en un in crescendo emocionante el viento-metal. Según el propio compositor, el inicio sería el recuerdo de su ciudad natal (en su época, San Petersburgo), de ahí la suavidad primera, que contrastaría con la invasión de los ejércitos nazis, que preludian la destructora guerra. El segundo movimiento (Moderato (poco allegretto)) es una verdadera incógnita: es un scherzo que no tiene nada que ver con el primer movimiento, verdaderamente contrastante. El tercer movimiento (Adagio) es otro rondó, que también tiene un evidente aumento en la intensidad. El cuarto movimiento (Allegro non troppo) vuelve, como el primero, a las melodías grandiosas, con un carácter épico notable, con un tutti impresionante, muy del gusto de las autoridades soviéticas del momento, que refuerza la sensación de victoria épica sobre el invasor.
Es una obra verdaderamente espectacular. No sé si por saber con anterioridad en qué condiciones la compuso Shostakóvich, tanto por la extrema situación bélica del momento como por la terrible injerencia de las autoridades soviéticas... lo cierto es que me parece muy coyuntural. Quiero decir: cuando escuché anoche en el auditorio esta pieza, y todas las veces previas, siempre me venía a la cabeza la brutalidad de la guerra y las políticas aplastantes de la creatividad y del ser humano en general (especialmente el nacionalsocialismo y el comunismo); en cambio, no siento ese apego a unos hechos y unos tiempos concretos cuando escucho, por ejemplo, cualquier obra de Mozart, que siento más atemporales y universales. Luego, además, hay que sumar toda la leyenda que acompaña a esta sinfonía de Shostakóvich, como la de los músicos hambrientos que la tocaban casi al borde de la inanición debido a la extrema situación bélica, o la de la representación de la misma en todas las ciudades soviéticas para enardecer el ánimo de los ciudadanos soviéticos y que lucharan hasta la última gota de su sangre en la que denominaron "Gran Guerra Patria"... En fin, espero no parecer frívolo, pero, desde 2024, pensar en esos términos me produce por igual un terrible cansancio y una gran pena por todos aquellos chicos de apenas veinte años que murieron en las trincheras, ya fuera con el uniforme soviético o con el nazi. Quiero pensar que la música culta está por encima de esas coyunturas espaciotemporales creadas por el mono con pantalones que vanidosamente llamamos Homo sapiens, quiero pensar que escuchar y disfrutar la música culta aleja de mí toda la barbarie bélica que los jerarcas soviéticos trataron de glorificar con la obra de Shostakóvich (quien, por cierto, dicho sea de paso, todos sabemos los encontronazos que tuvo con esos jerarcas).
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