sábado, 30 de noviembre de 2024

Quinto concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Elgar, Arnold, Walton y Howard.

  En el día de ayer tocaba homenajear a compositores británicos. O eso parece. Desde luego, Inglaterra principalmente y, por extensión, el Reino Unido no tienen la pléyade de compositores geniales que tienen los países germánicos (lo digo así para no decir sólo Alemania y Austria, porque con algunos de ellos, los barrocos como ejemplo, no existía propiamente Alemania), ni tampoco Italia, ni aún Francia. De hecho, los británicos, nación melómana por otro lado, siempre buscó sus compositores para poder competir en igualdad de condiciones con otras naciones europeas. Es por ello que tenían la pésima costumbre de incluir entre sus compatriotas a compositores que habían nacido y se habían formado musicalmente en sus países, aun cuando hubieran residido y trabajado varios decenios en Inglaterra. El ejemplo que estoy narrando es, obviamente, Georg Friedrich Händel, prusiano de nacimiento, origen y formación musical, pero que vivió sus últimas décadas en Londres, donde moriría. Eso lo convierte, para los británicos, en más londinense que el Big Ben. Bueno, pues aparte de casos así, sí que hay grandes compositores británicos. No, no son Mozart, ni Beethoven, ni Bach, ni Vivaldi, ni Haydn, ni Tchaikovsky, ni... pero también los hay de gran calidad, como Henry Purcell en el periodo barroco, Gustav Holst en el romántico o Edward Elgar, autor que se representó anoche.
 Lo que sí hay son muchos compositores de un nivel inferior a los que nombré antes, pero que tienen un pequeño número de obras muy potables (ya hablé de Ralph Vaughan Williams en otra entrada, un compositor del siglo XX con un par de piezas geniales). Del siglo XX es precisamente Malcolm Arnold, autor prolífico que no desdeñó la composición para bandas sonoras de películas (como, por ejemplo, la de El puente sobre el río Kwai) o de series televisivas. Se interpretó la Obertura Peterloo, compuesta en 1968, una pieza dividida en tres grandes partes: un inicio muy suave con melodías dulces interpretadas por las cuerdas y el viento-madera, que poco a poco va siendo arrollada por los timbales, acompañados del resto de la percusión y el viento-metal en un in crescendo que va sustituyendo esa dulce melodía inicial por sonidos desasosegantes, de resonancias militares y bélicas; después vuelve la melodía placentera y relajada del inicio. No conocía yo la obra antes de saber que la tocaría la OSCyL ayer, la escuché varias veces, me pareció una música escénica, que ponía imágenes visuales muy claras y me monté yo mismo una película en cuanto a su significado. Se me ocurrió pensar en una pareja de jóvenes enamorados en un principio, cuyo amor es roto por la brutalidad de la guerra, que se lleva al chico al frente, por el final, supuse que el joven regresaba de la batalla vivo y sano y se reencontraba con su enamorada. Pues eso, una película que me monté, pero la música, tan visual es, justificaba plenamente la idea que me había formado. Pero no, lo cierto es que la Obertura Peterloo hace referencia a la "masacre de Peterloo", en 1819, cuando en una manifestación pública reclamando reformas políticas y sociales el cuerpo de caballería real cargó contra los manifestantes, matando a quince de ellos. De ahí la música militar, los timbales y el viento-metal a tutiplén.
 El concierto para solista fue el Concierto para viola de William Walton, interpretado esta vez por el violista francés Antoine Tamestit. Es esta una obra un tanto insulsa, que no acaba de llegar a ningún lado. Compuesta en 1928, aunque retocada por el autor en 1961, al menos está perfectamente dentro de la tonalidad y permite demostrar la maestría del solista de viola. Creo no ser injusto al decir que no fui ayer el único en el auditorio al que se le hizo interminablemente larga la obra que no dura más de treinta minutos. Obra anodina y banal.
 Después del descanso tocó el turno de Dani Howard, una joven compositora de poco más de treinta años y su The Butterfly effect. Es otra obra menor, muy menor comparada, por ejemplo, con la que termina el concierto, pero es grato encontrar jóvenes que componen música sinfónica en una época en la que parece que los pocos compositores de música culta se decantan por la más lucrativa creación de bandas sonoras.
 Y, para finalizar, lo mejor. Del concierto de ayer, que duda cabe, lo más interesante fue Elgar. De Edward Elgar todo el mundo ha escuchado Pompa y circunstancia, aunque sea en las solemnes celebraciones monárquicas a las que son tan caros una parte de la sociedad británica. Menos conocida, al menos por nombre, aunque reconocible por muchos al escuchar los primeros acordes es el bellísimo adagio Nimrod de las Variaciones Enigma. Bueno, pues la Obertura de concierto In the South es también conocido para muchos melómanos, aun cuando no se conozca su nombre o autor. Es ésta una pieza de una rotundidad apabullante. No hay movimientos propiamente dichos, pero se distinguen claramente tres temas, uno impetuoso, otro más elevado y un último evocador. Parece ser que Elgar compuso esta obra en una visita a Alassio, una pequeña ciudad en la Liguria italiana, quedando prendado de la belleza del paisaje. Para ser sincero, la obra de Elgar salvó el concierto de ayer, que de otro modo hubiera quedado desdibujado. En fin, por volver al principio, la música culta británica está varios escalones por debajo de la de otros países europeos, lo dicho, Purcell, Holst y Elgar salvan un poco los muebles, pero...

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