domingo, 26 de enero de 2025

Inciso musical: séptimo concierto de temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Frank Martin, Schumann y Beethoven.

  Ayer tuvo lugar el séptimo concierto de la temporada 2024-2025 de la OSCyL, dirigida por Thierry Fischer, se interpretaron obras de Frank Martin, Robert Schumann y Ludwig van Beethoven. Inicialmente estaba prevista la actuación de la chelista Alisa Weilerstein, pero, por razones de salud, fue sustituida por Daniel Müller-Schott, cambiándose el Concierto para violochelo "Dzonot" de Gabriela Ortiz por el Concierto para violonchelo en la menor, opus 129 de Robert Schumann.
 El director oficial de la OSCyL, Thierry Fischer, suizo de nacimiento, es un gran defensor y promotor de su compatriota, el compositor Frank Martin. Ha programado ya varias obras suyas tanto con la OSCyL en su sede, el Auditorio Miguel Delibes, como con otras orquestas y otras salas de concierto. Hoy se ha interpretado la Pavana "Coleur du temps", compuesta en 1920, de poco más de siete minutos de duración, que, como toda pavana, es un baile lento de melodías suaves, graves y rítmicas. Parece ser que Martin diseñó inicialmente esta pavana para un quinteto de cuerda, siendo adaptada en varias ocasiones para otras configuraciones, hasta llegar a su adaptación para una orquesta sinfónica completa. Es una obra con una melodía amable, con su ritmo repetitivo pero no cansino. Según los musicólogos, Martin se inspiró en un cuento infantil recogido por Charles Perrault, Piel de asno, con su princesa triste y desgraciada, maltratada por su padre, el rey, y la aparición final de un príncipe azul. Yo, que no conocía el cuento, no he conseguido encontrar una relación directa con la suave melodía de Martin, pero supongo que lo que tiene en la cabeza el compositor es distinto de lo que tengo yo.
 Tras esa breve obra, el Concierto para violonchelo en la menor, opus 129 de Robert Schumann. ¿Y cómo fue? Fatal, oiga, fatal. La orquesta, su director, el chelista y todo lo demás estuvieron fantásticos, pero un servidor no. Al poco de comenzar su interpretación sufrí un violento ataque de tos, de esos que no se pueden tener en un auditorio de música clásica, y tuve que salir apresuradamente de la sala para no molestar al resto de espectadores. Afortunadamente, mi localidad está situada muy cerca de una salida y no tengo que molestar a nadie para salir, con lo que mi indisposición pasó desapercibida para todos. Ya en la soledad del foyer pude aliviar mi inoportuno picor de garganta y toser a gusto. El paso del tiempo y un humilde caramelo hicieron el resto.
 Recuperado de tan incómoda adversidad, pude volver a la sala para disfrutar del plato principal del día, la Sinfonía nº 5 de Beethoven. Y la verdad es que la genialidad del maestro de Bonn me hizo olvidar el incidente rápidamente. ¿Qué decir de la Quinta sinfonía de Beethoven? Pues, por lo menos, que es asombrosa la capacidad que tenía el genio sordo para combinar enérgicas y heroicas melodías que apabullan a cualquiera con su grandiosidad con tonalidades suaves, sutiles y acariciantes unos segundos después. Los musicólogos incluyen esta sinfonía en su periodo intermedio, el heroico, época de cambios con la progresiva sordera que le acuciaba. Así, las melodías denotan esa lucha interior, esa crisis en la cabeza de un gigante que habría de generar, sin embargo, algunas de las piezas más hermosas que la humanidad ha conocido. La Quinta sinfonía está estructurada en cuatro movimientos. El primero, Allegro con brio, se inicia con unos de los arpegios más conocidos de todos los tiempos. Sí, ese "pa-pa-pa-chán" (perdón por la chabacanería) que hasta los que no escuchan jamás música culta han escuchado decenas de veces e incluso asocian a Beethoven; el resto del movimiento es grandioso, con una fuerza rítmica implacable, con arrebatadores crescendos que embelesan al más frío. El segundo movimiento, Andante con moto, son dos temas musicales que se alternan, uno interpretado por todas las cuerdas y el otro por el viento madera. Continúa con un Scherzo, Allegro que incorpora el ritmo como elemento principal, lo normal en un baile. Finaliza con el cuarto movimiento, Allegro, con una conclusión exhilarante y triunfante que devuelve el carácter heroico a toda la obra. Desde luego, el viento-metal está muy presente, pero hay que asombrarse de la fuerza brutal que tiene la Quinta sinfonía sin casi percusión (sólo los timbales). Esta sinfonía no es la más optimista de Beethoven (lo es, sin duda, la Sexta sinfonía, la Pastoral, mi favorita) pero la fuerza de sus melodías la convierten en un patrimonio cultural de la especie humana. Ahora que escribo esto me doy cuenta de que la existencia de genios como Ludwig van Beethoven lo hacen recuperarse a uno de la profunda misantropía que padezco desde la adolescencia, al fin y al cabo, si Beethoven fue humano y compuso estas maravillas para nuestro deleite, no serán tan malos los seres humanos, ¿no?

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