Dos obras lejanas en el tiempo y el estilo (contrastantes, que dicen) las representadas en el Auditorio Nacional de Música, sede habitual de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE), dirigida la orquesta por su habitual batuta, Jaime Martín. El concierto comienza con In spe contra spem (Esperar contra toda esperanza) del compositor australiano contemporáneo Dean Brett, y terminará con la Sinfonía núm 2 en Mi menor, opus 27 de Serguéi Rajmáninov.
Brett Dean, además de compositor, fue violista de la Filarmónica de Berlín durante catorce años. Antes de ayer, por cierto, estaba en la sala. La obra representa de una forma muy operística la terrible relación entre María Estuardo, reina de Escocia, y su prima Isabel I de Inglaterra, allá por el siglo XVI. María Estuardo, católica, fue reina de Escocia hasta que enviudó de Francisco II de Francia, rey consorte de Escocia. Tras un complot, María fue encarcelada a instancias de Isabel I de Inglaterra, su prima, quien la acabaría decapitando. Parece ser que María Estuardo buscaba la protección de su prima, y ésta, considerando que podía ser una amenaza, no se la ofreció. Los cargos por los que María fue ejecutada fueron los de conspirar para asesinar a Isabel I. Una historia de intrigas palaciegas, pues, propias de la época, con su punto de brutalidad habitual. Sin embargo, se encontraron unas cartas en las que María solicitaba la gracia a Isabel, pidiendo clemencia, aludiendo a su relación de primas. Lo cierto es que ambas mujeres, quizás las más poderosas del mundo en la época, no llegaron a conocerse jamás. En fin, la historia es brutal y sórdida, pero en tiempos posteriores se le dio un baño romántico y literario: la obra de Lope de Vega, Corona trágica, narra los hechos, como también lo harían Schiller o Stefan Zweig. Bien, pues a esos tremendos hechos les pone música Brett Dean. Se trata de una obra profundamente dramática, no podría ser de otro modo narrando esa historia, con melodías discordantes. Dos sopranos, Jennifer France y Emma Bell, representarán a Isabel I y María Estuardo respectivamente. Gran diferencia de potencia de voz entre ambas, siendo la primera una soprano ligera y la segunda una soprano lírica, dando así mayor dramatismo a la voz de María Estuardo, quien va a ser ejecutada por su prima. En general es una obra de gran lirismo, de un patetismo terrible, hasta el punto de que se hace un tanto incómoda de escuchar.
Después del descanso le toca el turno a Rajmáninov y su Sinfonía número 2. Los de la OCNE unen la primera parte del concierto con la segunda haciendo una interesante reflexión acerca de la "prisión interior". En el caso de María Estuardo no hay duda de esa prisión, que no es precisamente "muy interior", sino real y tangible, vamos, hasta la decapitación... ¿Y con Rajmáninov? Bueno, con el compositor ruso recuerdan que vivió atribulado por una falta de fe en sí mismo y confianza a pesar de su enorme talento, parece que también como pianista además de como compositor. Según los musicólogos, Rajmáninov fue un hombre de "sensibilidad extrema y carácter nostálgico, atenazado por una continua sensación de inseguridad económica". Todo eso es bien posible, incluso probable, pero tal vez tuvo algo que ver su amada patria. Espero que no me tilden de "rusófobo", pero lo cierto es que son muchos los compositores, escritores y artistas que han encontrado la paz y valoración necesarias para crear su arte huyendo hacia el Oeste desde Rusia; esto en cualquier época. El propio Rajmáninov salió de Rusia y se radicó temporalmente en Dresde, Alemania, para componer su Sinfonía nº 2 en 1907; tras la Revolución Rusa de 1917 no volvería a pisar su tierra natal, muriendo en California en 1943. Bueno, no sé, pero si fuera así, al carácter taciturno y depresivo del bueno de Serguéi no le vendría bien precisamente la dureza de Rusia (y no estoy hablando del clima). Sea como fuere, la Sinfonía nº 2 sí tiene un tono melancólico, esperable teniendo en cuenta que es modo menor, concretamente en Mi menor. De los cuatro movimientos, el más famoso es el tercero, Adagio, que es la típica melodía romántica, melosa y ensoñadora, siendo interpretado por un corno inglés, llegando a su máximo patetismo, (el corno inglés, como todos los oboes, tiene una capacidad de plasmar sentimientos verdaderamente extraordinaria). La Sinfonía nº 2 de Rajmáninov, a diferencia de la obra de Brett Dean, es una composición dulce, amable, afable y agradable, aunque tiene sus momentos de tensión musical.
En definitiva, un concierto contrastante, según el gusto de cada uno, para mí mucho más interesante la segunda parte, pero para gustos... Eso sí, una pequeña queja: no sé cuantas veces habré ido al Auditorio Nacional, más de diez veces seguro, había estado en el patio de butacas y en el primer anfiteatro; esta vez, por comprar demasiado tarde la entrada, me tuve que conformar con el segundo anfiteatro, aunque en la primera fila. La audición y la visión de la orquesta, inmejorables, pero el asiento es en sí mismo un aparato de tortura: pequeño, duro e incómodo. No era yo el único, la mayor parte de los espectadores se levantaban al descanso o al final con cara de dolor y haciendo movimientos de estiramiento de espaldas y de aquella parte de la espalda que perdió su casto nombre. Supongo que, habiéndose inaugurado en octubre de 1988, los asientos necesitarán una sustitución, o al menos una reparación, al menos la salud física de los espectadores lo reclama fervientemente.
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