En el día de ayer fue Pablo González, director asturiano, el encargado de dirigir a la OSCyL, mientras que el puesto solista, en la flauta travesera, fue para el suizo Emmanuel Pahud. Obras de la compositora madrileña Rosa García Ascot, de la llamada Generación del 27 musical; de Carl Nielsen, compositor danés a medio camino entre el Romanticismo tardío y el atonalismo; y Robert Schumann, compositor alemán plenamente romántico.
Los musicólogos incluyen a Rosa García Ascot en el llamado Grupo de los Ocho, que engloba, por ejemplo a los dos hermanos Halffter y otros prominentes compositores que equivaldrían en música a la literaria Generación del 27, grupo que, ya se sabe, sufriría en sus carnes la Guerra Civil y una posguerra culturalmente aplastante. Tanto es así, que García Ascot se exilió al comenzar la contienda en México, regresando en 1965. La obra representada ayer por la OSCyL fue Cielo bajo, una pequeña obra sinfónica de apenas cuatro minutos, preñada de sensibilidad y refinamiento. Hay que reconocer que esta composición carece un tanto de energía y fuerza, pero presenta una delicadeza notable. A mí me recordó, salvando las diferencias de calidad a favor del inglés, a las composiciones de Ralph Vaughan Williams, ejemplo de etérea sensibilidad.
Carl Nielsen vivió una época de cambios (¿cuándo no lo es?). Nacido en 1865, su juventud se ve inmersa en el dominio del Posromanticismo, con autores como Rajmáninov, Mahler o Bruckner, pero su madurez pertenece al Modernismo musical, que abandona lenta pero decididamente el tonalidad. A un servidor, claro está, le interesa mucho más la primera etapa, pero, desgraciadamente, ayer se interpretó el Concierto para flauta y orquesta, FS 119, escrita en 1926, que se acerca a la atonalidad (o, más bien, una cierta "experimentación tonal") que supone una digresión con la flauta que a veces rompe con el hilo general de la composición. Es por ello una obra que deja un tanto desconcertado al público, aunque se puede apreciar el virtuosismo del solista a tutiplén, en este caso al flautista Emmanuel Pahud, que se llevó un soberbio aplauso cuando, en el bis, interpretó a Debussy.
Ya después del descanso, el plato fuerte, Schumann, concretamente la Cuarta sinfonía en re menor. Antes de deleitarnos con la genialidad del compositor alemán, el director, Pablo González, argumentó por qué se eligió la revisión de 1851 y no la original de 1841. González adujo que la revisión posterior, también de Schumann, claro, añade a la composición inicial la fuerza juvenil, la pasión y el sentimiento desbordado que tuvo el propio Robert Schumann en sus años de juventud. Hoy, gracias a los avances de internet, es fácil escuchar las dos versiones para poder comparar, y es cierto que la revisión tiene más potencia que el original, especialmente en el primer movimiento, que tiene una genialidad difícil de alcanzar. Por contraste con éste, los movimientos intermedios son un tanto desvaídos, mientras que el cuarto y último retoma el tema principal del primero, volviendo a esa energía desbordante tan típica del Romanticismo musical. Parece ser que, ya en su época, la revisión concitó mayor entusiasmo que la versión original, quedando aquélla como la más representada, mientras que la original sólo se representa, parece ser, como comparación y poco más. En todo caso, como decía, el primer movimiento de la Cuarta sinfonía de Schumann ha quedado como ejemplo de la genialidad de este atribulado hombre, paradigma de lo que antes se conocía como el atormentado carácter del genio musical, con periodos brillantes y otros de depresión, que hoy llamamos "trastorno bipolar" y que lo llevó, tras un intento de suicidio, a morir a la temprana edad de cuarenta y seis años.
Como conclusión diré que los que programan estos conciertos han vuelto a conseguir uno de sus objetivos principales: que sea suficientemente contrastante como para gustar a la mayor cantidad posible de público y para mostrar la variedad musical que se puede dar en apenas setenta y tantos años (los que van desde la revisión de la Cuarta sinfonía de Schumann, 1851, hasta la de Cielo bajo de García Ascot, 1924). Eso sí, programados a la inversa, para que el verdadero plato fuerte, la sinfonía de Schumann, deje el espléndido sabor de boca que dejó ayer a los espectadores del Auditorio Miguel Delibes.
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