Me heriste.
Una vez más y mil más
A mis desprecios siguieron los tuyos.
Nada más que hacer,
Solo sonreír con protocolo
Sin alma, sin aprecio.
Todo seguirá igual...
hasta el final.
miércoles, 29 de mayo de 2013
jueves, 23 de mayo de 2013
Ahora leyendo (en poesía): "Las bodas de Pentecostés", de Philip Larkin
Un revolucionario de la lírica, sobre todo en la temática, aunque también algo en la forma: Philip Larkin.
Larkin es uno de los mayores poetas en lengua inglesa del siglo XX. Pero destaca por su ruptura con la generación anterior, Yeats, Eliot y demás. Los temas de Larkin son la vida cotidiana, gris hasta la desmesura, con una fijación en la infelicidad. Escribió varios poemarios, no muchos, los primeros continuando con el estilo de los autores antes citados, sin duda, obras de juventud; sin embargo, a partir de su medianía de edad, se produce el cambio que le hace único y que provocaría un verdadero escándalo en la sociedad literaria anglosajona.
Las bodas de Pentecostés pertenecen a esta etapa más suya. El escándalo vino como consecuencia de ser ya un poeta consagrado, alguien venerado incluso, que giraba sobre sí mismo, tocando temas ásperos, desabridos, probablemente como el carácter del propio Larkin. En definitiva, poesía sin concesiones a lo comercial, como debe ser.
sábado, 18 de mayo de 2013
Inciso cinematográfico: "Más allá de las colinas", de Cristian Mingiu
Más allá de las colinas, "Dupa Delauri" en rumano, es una película dura, diría realista, con un tempo muy lento, casi el de la eternidad. Las protagonistas son dos chicas, una de ellas, Alina, ha vuelto de trabajar de Alemania, para buscar a Voichita, con quien tuvo, así se insinúa al menos, una relación sentimental en el pasado.
Pero las cosas han cambiado radicalmente, ahora Voichita es monja en un pequeño convento ortodoxo. La situación de Alina es desesperada, provocando un desenlace previsible: su muerte en una suerte de exorcismo.
Lo mejor de la película, a mi entender, es la originalidad del tema, la excelsa sobriedad de la fotografía y ese ritmo lento del que hablaba antes. Realismo puro, sin pretensiones efectistas... ni siquiera banda sonora. El resultado final es una película dura pero hermosa que mereció la "palma" al mejor guión y a la mejor actriz en el Festival de Cannes de 2012.
viernes, 17 de mayo de 2013
Fragmento del cuarto capítulo de mi novela:"Dulce et decorum est pro patria mori"
IV WILLIAM
- ¡Vamos inútiles, moved el culo! ¡Terminad de una vez!
¡Cómo me duele la espalda! Ya no tengo edad para acarrear sacos durante más de diez horas. No puedo más.
- ¡Tú! ¿Qué pasa, no quieres seguir trabajando?
- Un momento, capataz, me duele mucho la espalda...
- ¡Pobrecito! ¿Habéis oído? A este pobre le duele la espalda... ¿Llamamos a tu mamá? ¡Ponte en pie inmediatamente y sigue descargando o te muelo a palos!
- No... no puedo más...
- ¡Sigue trabajando o lárgate! ¿Quién te crees que eres?
- Está bien, me voy... págueme lo que me debe.
- ¡Esta sí que es buena! ¿Que te pague, encima? ¡Fuera de mi vista, no vuelvas nunca por aquí, eres la escoria de todo Londres, desaparece!
- He trabajado toda la semana, hoy casi seis horas... merezco mi salario.
- ¡Fuera de aquí, perro andrajoso! La gentuza como tú tenía que desaparecer de la faz de la tierra... No verás ni un penique, vete antes de que suelte a los perros.
- ¡Explotador, hijo de puta!
- ¡Fuera, chusma, no vales para nada!
- ¡Eso, vete llorando, “mediohombre”, no eres capaz ni de ganar un jornal!
¡Mierda de vida, qué asco de gente! Me voy, no quiero saber nada de ellos... ¡Dios, tan difícil es que uno pueda ganar algún dinero para poder sobrevivir! No quiero nada más, solo que me respeten como yo respeto a los otros...
No, no era fácil para William ganarse la vida. Su baja capacitación profesional le llevaba a trabajos subalternos, mal pagados y mal considerados, pero su sensibilidad no estaba hecha para eso... con alma de poeta tenía que ganarse la vida como estibador de muelle.
No lograba encontrar acomodo en Londres, como tampoco lo había conseguido en su ciudad natal, Cardiff. Todo lo sentía, todo le dolía, lo que le hacían a él y lo que veía que hacían a los otros. Era un hombre sin maldad en un mundo de malvados, de amargados, de tipos duros; un mundo en el que los hombres no lloran, y él, siendo un hombre, no tenía miedo a llorar. Tenía que poner cara de duro, de insensible, como si a él no le afectara nada; sus “amigos” eran simples truhanes, embrutecidos prostibularios que se alienaban con el alcohol barato, gente sin alma, meros animales con forma humana. Él, sin embargo, necesitaba del contacto humano, buscaba ese guiño de entendimiento, de complicidad, pero solo encontraba muecas de borracho.
No consigo mantener un trabajo, pero ¿qué culpa tengo yo? No estoy hecho para estas labores, si no puedo, no puedo... Voy a tomar una pinta.
William tenía una clara tendencia a huir de los problemas con el alcohol, aunque a la vez lo temía, había visto demasiadas veces borracho a su padre como para anularse completamente con la cerveza.
Entró en un pub cercano a los muelles. Los parroquianos eran obreros en traje de faena, quizá la única que tenían, que bebían para embrutecerse y perder el miedo a la miserable existencia que arrastraban; todos eran hombres jóvenes, menores de cuarenta años, pero por sus ajados aspectos y cansados ademanes parecían más de sesenta.
- ¡Una pinta Joe!
- Marchando... ¿qué tal el trabajo? Has salido pronto hoy...
- Me han echado... ese fascista de Moore... así se muera...
- ¡Vamos inútiles, moved el culo! ¡Terminad de una vez!
¡Cómo me duele la
- ¡Tú! ¿Qué pasa, no quieres seguir trabajando?
- Un momento, capataz, me duele mucho la espalda...
- ¡Pobrecito! ¿Habéis oído? A este pobre le duele la espalda... ¿Llamamos a tu mamá? ¡Ponte en pie inmediatamente y sigue descargando o te muelo a palos!
- No... no puedo más...
- ¡Sigue trabajando o lárgate! ¿Quién te crees que eres?
- Está bien, me voy... págueme lo que me debe.
- ¡Esta sí que es buena! ¿Que te pague, encima? ¡Fuera de mi vista, no vuelvas nunca por aquí, eres la escoria de todo Londres, desaparece!
- He trabajado toda la semana, hoy casi seis horas... merezco mi salario.
- ¡Fuera de aquí, perro andrajoso! La gentuza como tú tenía que desaparecer de la faz de la tierra... No verás ni un penique, vete antes de que suelte a los perros.
- ¡Explotador, hijo de puta!
- ¡Fuera, chusma, no vales para nada!
No, no era fácil para William ganarse la vida. Su baja capacitación profesional le llevaba a trabajos subalternos, mal pagados y mal considerados, pero su sensibilidad no estaba hecha para eso... con alma de poeta tenía que ganarse la vida como estibador de muelle.
No lograba encontrar acomodo en Londres, como tampoco lo había conseguido en su ciudad natal, Cardiff. Todo lo sentía, todo le dolía, lo que le hacían a él y lo que veía que hacían a los otros. Era un hombre sin maldad en un mundo de malvados, de amargados, de tipos duros; un mundo en el que los hombres no lloran, y él, siendo un hombre, no tenía miedo a llorar. Tenía que poner cara de duro, de insensible, como si a él no le afectara nada; sus “amigos” eran simples truhanes, embrutecidos prostibularios que se alienaban con el alcohol barato, gente sin alma, meros animales con forma humana. Él, sin embargo, necesitaba del contacto humano, buscaba ese guiño de entendimiento, de complicidad, pero solo encontraba muecas de borracho.
No consigo mantener un
William tenía una clara tendencia a huir de los problemas con el alcohol, aunque a la vez lo temía, había visto demasiadas veces borracho a su padre como para anularse completamente con la cerveza.
Entró en un pub cercano a los muelles. Los parroquianos eran obreros en traje de faena, quizá la única que tenían, que bebían para embrutecerse y perder el miedo a la miserable existencia que arrastraban; todos eran hombres jóvenes, menores de cuarenta años, pero por sus ajados aspectos y cansados ademanes parecían más de sesenta.
- ¡Una pinta Joe!
- Marchando... ¿qué tal el trabajo? Has salido pronto hoy...
- Me han echado... ese fascista de Moore... así se muera...
miércoles, 15 de mayo de 2013
Ahora leyendo (con los peques): "El viento en los sauces", de Kenneth Grahame
Probablemente no haya país en el mundo que haya dado mayor número de escritores de calidad en literatura infantil y juvenil que Reino Unido (principalmente Inglaterra), desde el siglo XVIII hasta la actualidad. Entre ellos es destacable Kenneth Grahame, quien, por lo visto, tenía como ocupación principal ser un alto cargo del Banco de Inglaterra. Grahame pasó a la posteridad por crear unas escenas maravillosamente bucólicas con el señor Topo, el Ratón de agua, la Nutria o el Tejón, protagonistas principales de El viento en los sauces.
Siempre me gustó leer para y con los niños, algo que jamás hicieron mis padres con mi hermana o conmigo. Creo que es la forma más evidente de promover la lectura entre las nuevas generaciones. Este tipo de novelas hoy universales, en su tiempo inequívocamente inglesas, son ideales para leer con ellos.
martes, 14 de mayo de 2013
Ahora leyendo en poesía: "País que fue será", de Juan Gelman
Lo llevaba percibiendo desde hace años, pero se hace más evidente con la edad: siento necesidad de leer simultáneamente narrativa y poesía. Necesito una lectura que me sumerja, que me aísle de este miserable mundo que habitamos, con sus crisis, sus corrupciones, sus violencias, sus mediocridades... para eso es perfecta la narrativa: una buena novela con un hilo argumental potente que me arrastre, me anule y me lleve a donde sus páginas quieran. Pero también necesito leer algo que me emocione, que reactive mi pulso, que excite mi ya de por sí hiper-excitada sensibilidad... para eso nada mejor que la poesía.
Por supuesto no se trata de poesía de corte clasicista, aquélla para declamar en lujosos salones oficiales... no, necesito poesía intimista, poesía que busque la belleza, la esencia de aquello que permite latir a mi maltratado corazón. Un buen ejemplo es Juan Gelman.
Ciertamente maltratado debe estar el corazón de este pobre hombre, después de haber sufrido la brutalidad humana en la "carne de su carne". Es sabido: los hijos de Juan Gelman fueron "desaparecidos", torturados y asesinados por la salvaje dictadura militar que asoló Argentina en los años 70; afortunadamente pudo recuperar a su nieta, que había sido secuestrada igualmente... Debe tener, por tanto Juan Gelman, un corazón sensible pero fuerte, capaz de luchar hasta la extenuación por recuperar la memoria de sus hijos.
Ahora leyendo en narrativa: "Heliconia, verano", de Brian Aldiss
Inicio la segunda parte de esta trilogía. La primera, Heliconia, primavera, era un verdadero prodigio de imaginación compensado con rigor científico.
El planeta sigue girando en su órbita a Batalix, pero además acercándose cada vez más a Freyr, lo que provoca cambios climáticos extremos; llevando una tierra helada a convertirse en una zona verde, fértil; pero también provoca cambios bruscos en las poblaciones humanas e inhumanas, que han de adaptarse como pueden a dichas alteraciones.
Es una pena que este gran autor británico haya pasado sin pena ni gloria por nuestro país, que sin embargo sí conoce, merecidamente, por supuesto, a Asimov. En el caso de la trilogía "heliconiana" no se trata de futurismo espacial, sino astronómico, con un argumento localizado en un sistema solar binario que provoca evoluciones verdaderamente interesantes. Aldiss consigue dar verosimilitud a esa situación astronómica, a la vez que nos introduce en la realidad palpitante de los habitantes de Heliconia.
lunes, 13 de mayo de 2013
Stéphane Mallarmé
Me sorprendo a mí mismo de no haber leído a Mallarmé hasta ahora. Leyendo y releyendo con frecuencia a los simbolistas franceses, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud; teniendo como poema sinfónico favorito el Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy... No tengo perdón, sencillamente...
Sigo prefiriendo a Baudelaire, pero es necesario reconocer a Mallarmé como su mayor influencia -aunque el discípulo, en mi opinión, superara al maestro-; además, la búsqueda de la belleza sin concesiones, su ruptura con la moral y costumbres burguesas, la hiperexcitación de la sensibilidad... hacen que le tiemble a uno el pequeño libro de Alianza Editorial en las manos.
"El arte de volar", de Antonio Altarriba
Otra novela gráfica, premiada en 2010, que indaga en las grandezas/miserias de la vida. Para ser justo es necesario, como el prólogo de la obra lo recuerda, valorar a sus dos autores: el escritor, Antonio Altarriba, y el ilustrador, Kim.
Digo que este cómic es grande como la vida, pues narra la vida del padre del autor, sus luchas, sus desilusiones, sus éxitos, sus fracasos... Para todos aquellos prejuiciosos que relegan la novela gráfica a "asuntos juveniles" o de poca importancia, se sorprenderán con la honda humanidad de El arte de volar. Un gran cómic.
jueves, 9 de mayo de 2013
Fragmento del tercer capítulo de mi novela: "Dulce et decorum est pro patria mori"
III CHARLES CHOLMONDELEY
Como todos los días desde que fue movilizado, Charles
Cholmondeley hizo la litera de su catre en la sede del MI6 en
Hanslope Park, dio un beso a la foto de su mujer, Emma, y sus
hijos Alastair, Julian y Emma; sabía que estaban mejor en Essex que
en Londres, allí eran menos probables los bombardeos que asolaban la
capital noche tras noche; aún así, no podía evitar la añoranza de
su vida anterior, con ellos, en aquella agencia de seguros, que, si
no era el trabajo de sus sueños, al menos les daba para ir tirando.
La guerra había acabado con todo: él movilizado por la RAF, había
sido destinado a Buckinghamshire, nada más y nada menos que al MI6,
¿qué sabía un vendedor de seguros de inteligencia y espionaje?
Supo que algún familiar había hablado en su favor para que no fuera
al frente, tendría más probabilidad de sobrevivir aquí. La vida no
era complicada en Hanslope Park, le habían nombrado alférez
gracias a sus estudios y tenía cometidos más rutinarios que otra
cosa, se trataba de ir dejando pasar los días... sin embargo no
dejaba de pensar en Emma y los chicos; a la pequeña Emma la había
dejado con tan solo un mes de vida, ¿qué había sido de ellos? Los
chicos, Alastair y Julian ya estaban hechos unos mozos, pero
necesitarían a su padre cerca aunque fuera como un vago modelo... y
qué decir de su Emma, además de su mujer, fue siempre su
confidente, su consejera en los malos momentos, ahora que más la
necesitaba no la tenía... Al menos estaban con sus padres en aquella
granja de Essex... no era un mal lugar para aislarse del mundo y
olvidar esa maldita guerra... ¡Maldita guerra! Cada vez que oía las
sirenas de alarma o escuchaba en la BBC los destrozos nocturnos que
jornada tras jornada asolaban Londres, se le hacía un nudo en el
estómago.
Charles Cholmondeley era un hombre pacífico, sin
grandes expectativas, solo quería criar a sus hijos en Londres, ese
mismo Londres que estaba siendo martirizado en aquel tiempo; su
devoción, además de su familia, era su pequeño jardín que cuidaba
con esmero todos los domingos, los viejos amigos del cercano pub, un
buen libro -especialmente de Chesterton-... en definitiva, una vida
tranquila, sin problemas, en la que el lento fluir de los días
permitiera ver crecer a sus hijos a la vez que a sus tulipanes...
Pero llegó la guerra que todo lo destruye, destruye las
vidas de millones de chicos jóvenes; destruye familias, las mella,
las separa; destruye ciudades, acabando con edificios y monumentos
que fueron la obra de miles de hombres; destruye las sociedades y
países, los humillan, los sumen en la desesperación y el
resentimiento, asegurando así la existencia de guerras futuras. La
guerra, la más primitiva, la más animalesca de las actividades
humanas hacía que los estamentos más brutales e irreflexivos de la
sociedad, los militares y los grandes empresarios que se lucraban con
ella, se hicieran con el control de los países, relegando a los
pacíficos ciudadanos a un papel pasivo, de mera carne de cañón. La
guerra explotaba un instinto presente ya en el hombre de las
cavernas: el nacionalismo, esa identidad colectiva que diferencia
entre el “nosotros y ellos”, haciendo innecesaria cualquier
explicación para acabar con el otro, por
el mero hecho de ser diferente.
Charles Cholmondeley y su familia también fueron
barridos por la guerra, separados, maltratados... él lo entendía,
al fin y al cabo era un
adulto, pero temía por
el efecto en sus hijos, especialmente en los chicos, que ya tenían
edad para darse cuenta del horror que se plasmaba en sus caras, algo
que no comprendían, necesitaban que sus padres les protegieran, que
les dieran seguridad ante las zozobras que supone el despertar a la
vida, pero cómo iba a ser así, si ellos mismos estaban aterrados...
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