sábado, 21 de diciembre de 2024

"Love Story", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

"Sol invictus" (Solsticio de invierno).

 

Brueghel el Viejo, Pieter. (1565). Los cazadores en la nieve. Óleo sobre tabla. Museo de Historia del Arte, Viena.
Imagen tomada de Wikimedia Commons

lunes, 16 de diciembre de 2024

"Fantastes", de George MacDonald.

  Cada vez estoy más convencido de no admitir consejos o sugerencias de terceras personas, menos aún extraídos de internet. Porque lo que me ha pasado en los últimos días, hacía mucho que no me pasaba. No sé dónde exactamente leí de este autor, un pastor presbiteriano escocés del siglo XIX que, en sus tiempos libres, escribió varias novelas de fantasía. Lo que me atrajo fue que algunos autores tan eminentes como C.S. Lewis e incluso J.R.R. Tolkien llegaran a considerarlo como un maestro. De hecho, el autor de Las crónicas de Narnia es quien prologa esta novela que he desistido de acabar. En ese prólogo, Lewis reconoce que leyó al escocés (esta novela, además) cuando contaba dieciséis años y que lo marcó profundamente, creyendo que su atracción por lo sobrenatural y lo feérico comenzó con su lectura. Puede ser cierto, ¿por qué no? Pero, desde luego, si C.S. Lewis quedó prendado por el mundo feérico gracias a MacDonald, luego superó amplísimamente a su maestro, porque la saga de Las crónicas de Narnia está a años luz en argumento, temas, descripción de personajes, estructura y ambientación de este Fantastes. Y dicho eso de C.S. Lewis, no digamos ya de J.R.R. Tolkien y sus El señor de los anillos o El hobbit. Tal vez, aunque pueda parecer un poco rebuscado y marginal, el hecho de que el tal George MacDonald fuera un ministro cristiano (de hecho, también tiene multitud de libros religiosos publicados) pudo con la sensibilidad de Lewis, que ya se sabe que tuvo una conversión hacia el catolicismo (MacDonald era presbiteriano, ¡cuidado!) en buena medida por la amistad con Tolkien y, por tanto, como persona era alguien muy cercano a la sensibilidad y modo de vida cristianos... No sé, un tanto rebuscado quizá.
 En todo caso, la reseña en la que se hablaba de MacDonald como fuente de inspiración de Lewis fue lo que me llevó a leer esta novela. ¡Notable desilusión! No he llegado ni a la mitad de la novela, y eso que me he forzado a continuar, pero es que me ha parecido una narración tan falta de enjundia y estructura que no pienso malgastar más horas leyéndola. Hay mucha literatura de calidad esperando a ser disfrutada como para continuar con este bodrio. Durante muchas páginas me ha parecido que era una novela juvenil, casi infantil diría, por su falta de estructura, su superficialidad y su predictibilidad; pero al final diría que más que una novela para chicos es una novela escrita por un chico. Sí, no puedo evitar pensarlo, parece la novela de un chico de quince años que hace sus pinitos sobre el papel. Eso o que alguien ha tenido unos sueños muy intensos (quizá febriles) durante varios días y los transcribe con más ganas que talento.
 El argumento de Fantastes (que, por cierto, el autor subtitula con un extraño "Una novela de hadas para hombres y mujeres", vaya usted a saber por qué) es bastante sencillo y, como decía antes, previsible: un joven, Anodos, es arrastrado al mundo onírico de las hadas, poblado por esas pequeñas criaturas; árboles que hablan, algunos buenos, otros malvados; estatuas de mármol que encarnan el ideal de la belleza perseguido por el joven; caballeros andantes como Perceval y su armadura oxidada; y dragones. Como en todo libro de fantasía que se precie, el protagonista es perseguido por criaturas malvadas y auxiliado por otras benéficas. Ignoro cuál es es el fin de la novela, porque ya digo que me parece tan ramplona que no la he terminado. Es un argumento simplón, ya digo, pero la forma está a su altura: es tan superficial, con un único personaje protagonista, siendo los demás secundarios y tan irrelevantes que aparecen y desaparecen sin dejar huella que pareciera estar escrita por un adolescente. No quiero parecer egocéntrico, pero un servidor escribió cuando tenía unos doce años un relato en el que un chico se aventuraba en el proceloso mar; no tuve que esperar mucho más de un año cuando lo releí y comprendí que había escrito un pésimo remedo de las 20.000 leguas de viaje submarino de Verne. Por supuesto, rompí inmediatamente aquel relato del que antes tanto me ufanaba. Bueno, pues la calidad de Fantastes no creo que supere en mucho a aquel infame relato mío.
 En conclusión: no conviene hacer caso a las recomendaciones internáuticas so pena de acabar leyendo novelas sin valor alguno.

domingo, 15 de diciembre de 2024

"Mario y el mago" y otros relatos, de Thomas Mann.

  Cuentos del autor de las excelentes novelas La montaña mágica, Los Buddenbrook o La muerte en Venecia. Son relatos, pero con leer unos pocos párrafos le llega a uno la prosa cocinada a fuego lenta del escritor de Lübeck. Y no sólo es la lentitud de su narrativa, plena de oraciones subordinadas, sustantivos adjetivados dos o tres veces, descripciones minuciosas hasta la farragosidad; también son los argumentos y temas de siempre: el crecimiento personal, la sensación de extrañamiento, la condición de artista inserto en la sociedad, tal vez los sentimientos homosexuales; y también son frecuentes las mismas localizaciones: sanatorios, balnearios, hoteles... Los tres relatos son muy semejantes, pues, y de hecho alguno parece un esbozo de las famosas novelas que he citado antes. Veámoslo uno a uno.
 El primer relato contenido en este volumen es Tristán, que hace referencia sin lugar a dudas al mito medieval Tristán e Isolda y a su adaptación operística por Richard Wagner. En esencia es el amor imposible, que sólo puede acabar con la muerte de los enamorados. Al igual que en La montaña mágica, la ambientación es en un sanatorio para tuberculosos al pie de los Alpes. Allí se encontrarán la señora Klöterjahn, casada con un hombre de negocios más preocupado por el dinero que por la salud de su esposa, con el señor Spinell, un escritor huraño y misantrópico que, aparentemente, se recluye en el sanatorio para huir del mundo. El tal Spinell tiene toda la pinta de ser un alter ego de Mann, no sólo coincidiendo en la profesión, sino también en su aparente rechazo del mundo, así como en el enamoramiento platónico de la belleza, comportamiento propio del poeta. Al igual que en La montaña mágica, algunos internos de este sanatorio, entre ellos la señora Klöterjahn se engañan a sí mismos disminuyendo la gravedad de su enfermedad, hasta que los síntomas inequívocos de la tuberculosis se manifiestan con toda su crueldad. La imposibilidad del enamoramiento no sólo está en la condición de casada de ella, también en la aparente tara de ser poeta en mundo de negociantes (esto también es típico de Mann). La localización en la montaña, referente de pureza inmaculada, choca frontalmente con la industriosa ciudad de la que proviene Klöterjahn y en la que su marido obtiene pingües beneficios económicos; en este caso, la contraposición es clara: montaña como pureza, ciudad como corrupción.
 El segundo relato es Tonio Kröger, el más largo de los tres. Narra la vida de ese personaje, mezcla (de nuevo) de lo pasional y artístico (reflejado en su madre meridional -se insinúa, italiana-, en su nombre de pila y en sus ojos oscuros) con lo racional y mercantil (reflejado en su padre alemán, negociante y su apellido). La breve novela es lo que los alemanes llaman "bildungsroman" o novela de aprendizaje, en la que se narran los profundos cambios psicológicos  que se dan en el personaje protagonista desde su infancia hasta la adultez, también otra constante en la obra de Mann. El caso es que el tal Kröger nace en una familia burguesa de una ciudad costera del Báltico, pero con madre meridional que desemboca en el alma inconformista del poeta. En todo momento se pone de manifiesto esta disyunción en el personaje, que lleva al sentimiento de extrañamiento al que antes hacía alusión: Tonio Kröger (y, por ende, Thomas Mann) se siente diferente a los demás y, a la vez, quiere ser como los demás, es un poeta que anhela la soledad pero también quiere formar parte de la sociedad.
Thomas Mann. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 Por último está el relato que da título al volumen, Mario y el mago, situado en una localidad turística a orillas del mar Tirreno. Esta vez está narrado en primera persona, omnisciente, a diferencia de lo que es habitual en Mann, que siempre narra en tercera personal. El protagonista está con su familia (mujer e hijos pequeños, aunque ninguno es nombrado ni tiene relevancia) en un hotel repleto de locales (que son pintados como ruidosos y dicharacheros, pero también patrioteros y nacionalistas) que  organiza veladas para entretenimiento de los residentes. Entre esas veladas está la actuación de un mago, el caballero Cipolla, que es en realidad un hipnotizador. Se trata de un personaje estrambótico que maltrata y ridiculiza a los voluntarios que saca al escenarios para que sean objeto de sus trucos de hipnosis. Entre ellos está Mario, un camarero del hotel al que deja en situación grotesca delante de todos los clientes. Tras el mal trago en público, Mario saca una pistola y asesina a Cipolla. Este cuento ha sido interpretado de muchas formas: el ambiente patriotero y ultranacionalista que describe es asociado al Fascismo, pues fue escrito por Mann en una estancia en la Liguria allá por el año 30 del pasado siglo, cuando Mussolini ya había llegado al poder; otros interpretan que es una reflexión sobre el libre albedrío, siendo el hipnotizador el elemento limitante del mismo, pero también la pusilanimidad del protagonista, que queriendo huir de aquel hotel no se decide a hacerlo.
 Son tres relatos muy típicos de Mann. No llegan a la calidad de La montaña mágica, pero al tener tantos elementos en común son muy gratos para alguien que haya encontrado en Thomas Mann una de las voces más interesantes de la intelectualidad europea de la primera mitad del siglo XX.

Sexto concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Dvorak y Stravinski.

  Anoche la OSCyL estuvo dirigida por la batuta hongkonesa Elim Chan, directora asociada a esta orquesta desde la temporada 23-24. El programa no pudo ser más contrastante (en realidad, meter a Stravinski en cualquier programa ya contrasta con todo lo demás), por las suaves melodías románticas de Dvorak, a veces suaves, a veces enérgicas pero siempre concordantes, con la disonancia forzada e impactante de La consagración de la primavera  de Stravinski. Pero vayamos por partes: Todos hemos escuchado con arrobo y delectación la Sinfonía del Nuevo Mundo, una obra optimista y alegre como pocas, reflejo, según parece, de la excelente acogida que recibió el compositor checo en Estados Unidos. Bien, el Concierto para violonchelo en sí menor que la OSCyL y el violonchelista ruso Ivan Skanavi interpretaron anoche sigue esas líneas optimistas de su obra más aclamada. Cuentan los musicólogos que, al igual que con la Sinfonía nº9 (del Nuevo Mundo), con esta también se puede trazar el estado anímico en el que estaba Dvorak, tras conocer el fallecimiento de una cuñada, de la cual se encontraba enamorado. Lo cierto es que sus tres movimientos: Allegro, Adagio, ma non troppo y Finale, Allegro moderato fueron compuestos también en Estados Unidos, aunque incluyen melodías folclóricas checas, algo habitual en el llamado "nacionalismo musical" que inundó el Romanticismo. El virtuosismo de Skanavi levantó a los espectadores, especialmente con el bis, una obra del chelista siciliano Giovanni Sollima.
  Pero después del descanso vendría la obra rompedora, la que no deja indiferente a nadie (ayer tampoco, ahora lo cuento), La consagración de la primavera de Igor Stravinski, esa obra que provocó un escándalo en su estreno en el Teatro de los Campos Elíseos de París. Bien, ayer no provocó un escándalo porque desde su estreno en 1913 se ha representado tantas veces que la mayor parte del público está curado de espanto. Con todo, entre las dos grandes secciones (no se puede decir propiamente, movimientos) un tipo cerca de mi localidad, en la platea par, salió con aire enfurruñado y, al franquear la puerta de salida más próxima, le dijo al empleado de turno en un tono audible más de la cuenta "me sangran los oídos", así como lo cuento ocurrió. Bueno, al margen de ese fulano que probablemente no sabía dónde estaba, La consagración de la primavera es una obra escénica, ideada para ser representada junto con un ballet, ballet con movimientos bruscos y espasmódicos en los que se describen los primitivos rituales de primavera de las tribus precristianas rusas que acaban con un sacrificio humano. Sin tener ni idea de música, sin saber quién era Stravinski, sin tener siquiera un poco de curiosidad pero con el ballet se entiende perfectamente la música discordante, explosiva y violenta que compuso Stravinski. Y es que la música escénica debe siempre interpretarse junto con la danza o la actuación correspondiente para que, en esta obra, muestre cómo compiten los jóvenes entre sí, cómo bailan las adolescentes, cómo se enfrentan con otras tribus rivales, cómo evocan a los ancestros y cómo acaban sacrificando a una joven virgen. Algunas obras escénicas se entienden mejor o peor sólo con la música, pero es más fácil entender la Cabalgata de las Valkirias, por ejemplo, con la correspondiente escenificación que sin ella, aun cuando la propia melodía wagneriana ya es suficientemente explícita. Esto no ocurre con La consagración de la primavera, si no se ha leído sobre ella, si no se ha visto el ballet, si nadie le ha contado a uno nada al respecto es fácil que espere una primavera como la concebía Vivaldi, y claro, nada que ver... En todo caso, incluso sin la escenificación, La consagración de la primavera es una obra impactante, eso no se puede dudar, poderosa e inolvidable. Es, por otro lado, un verdadero espectáculo ver la orquesta sinfónica al completo, con sus más de cien componentes, con las secciones de viento-metal y de percusión a tope, ejerciendo todo su potencial.
 En fin, otro concierto memorable, otra pequeña "pica en Flandes" que supone la representación de grandes obras de música culta con músicos de primera categoría en una ciudad y una sociedad que no parecen especialmente dispuestos a cultivarse voluntariamente. Quien tenga entendimiento que entienda.

sábado, 7 de diciembre de 2024

"Madre (el drama padre)", de Enrique Jardiel Poncela.

  El título de la comedia se presenta así, como lo he transcrito arriba: Madre (el drama padre), aunque supongo que con errores de puntuación, pues, según el argumento, los temas tratados e incluso los diálogos, lo más correcto sería: ¡Madre! (El drama padre). Así lo voy a transcribir yo, aun cuando corrija al dramaturgo. Los signos de exclamación son necesarios porque reflejan una emoción. Esta comedia, ahora lo desarrollaré, es una parodia de los melodramas sensibleros que estaban en boga en los años 30 y 40 del pasado siglo, así que son imprescindibles los signos de exclamación que muestran esos sentimentalismos desbordados que buscaban la lágrima fácil del espectador. Lo cierto es que, sorpréndase el lector, varios críticos teatrales de la época (la obra se estrenó en 1941) la tildaron de "inmoral" por hacer burla de la condición de madre, supuesto ideal de toda mujer que no quisiera consagrar su vida a Dios. Y claro, con ese afán aleccionador y moralista (¡cuidado, esto no es exclusivo de los años 40, en nuestros días todos los políticos, por ejemplo, nos dicen cómo hay que vivir y qué hay que pensar!) las obras de teatro no podían quedarse al margen, sobre todo cuando en aquella época el teatro era una de las aficiones principales de las clases medias y populares. Así, los melodramas en los que los sentimientos estaban desbordados, los hombres eran aguerridos y valerosos, las mujeres maternales y cariñosas y todos acababan por sacrificarse por los más nobles asuntos, esos melodramas, digo, eran un arma de alienación masiva tan potente como lo es hoy en día la televisión. Y, por supuesto, alguien tan genialmente iconoclasta como Enrique Jardiel Poncela tenía que derribarlo del pedestal. Por eso esta obra, una comedia que pone en solfa esos sentimentalismos de cartón piedra, más afectados y falsos que un billete de quince euros. Jardiel pergeña una comedia en la que el enredo llega a tal absurdo (siempre el absurdo en su obra) que el espectador y el lector inteligentes se dan cuenta del abuso que han hecho con él en aquellos melodramas. Es fácil comprender la potencia de esta obra si se programaba a la vez que esos folletines teatrales que buscaban aflorar los sentimientos más primitivos y vulgares del público; se puede uno imaginar fácilmente el contraste del público de ¡Madre! (El drama padre) en el Teatro de la Comedia de Madrid, junto a obras perfectamente olvidables (y hoy, en efecto, olvidadas) como Dueña y señora, La madre guapa o La infeliz vampiresa, cuyos títulos ya adelantan la estupidez de sus argumentos. Era evidente que esos dramaturgos comerciales creadores de bodrios sentimentaloides serían olvidados (por mucho que en su momentos obtuvieran gran éxito de público), mientras que Jardiel Poncela, a pesar de ser rechazado por gran parte de la crítica oficial de la época, quedaría como ejemplo de excelencia.
 El argumento de ¡Madre! (El drama padre) es tan enrevesado y caótico como los propios melodramas inverosímiles que parodia, eso sí, la obra de Jardiel tiene gracia, pero gracia de la buena, con la que te ríes unas horas al leerlo y te espabila intelectualmente después cuando reflexionas sobre ella. En buena medida, esta comedia parodia el chantaje emocional que todos hemos sufrido alguna vez cuando nuestros bienamados progenitores o individuos de semejante condición tratan de obtener beneficio de la relación familiar o de amistad. Es, por tanto, la burla del abuso del sentimiento desgarrado a las que ciertos tipos (más habitualmente, tipas) hacen profesión de éxito.
 La comedia está estructurada en un prólogo y dos actos, en las que se presenta a una viuda, madre de familia numerosa, Maximina, que tiene cuatro hijas gemelas: Cristina, Catalina, Josefina y Adelina. Estas mozas se ennoviarán con Emilio, Cecilio, Basilio y Atilio (la semejanza de nombres es, evidentemente, otra broma más). Nada más celebrarse la boda estalla la bomba: resulta que los cuatro chicos son también hijos de Maximina, la cual pensaba que habían fallecido al nacer. Por tanto, la boda está invalidada porque los contrayentes son hermanos. Pero el enredo continúa con varios personajes secundarios, que demuestran al final, que los ocho son de distintos padres y distintas madres, con lo que, en realidad, las bodas son perfectamente válidas. Obviamente, Jardiel Poncela lo enreda de forma humorística con situaciones descacharrantes, personajes absurdos y salidas sorprendentes, dejando un sabor de boca muy agradable al leerlo. Además, como antes decía, la obra de Jardiel tiene una lectura posterior, con un humor más ácido, de ése que no deja títere con cabeza. El autor no se casa con nadie (quizá eso lo llevó en sus últimos años al ostracismo en un país como el nuestro en el que todos buscan su bando en busca del corporativismo más visceral), burlándose hasta de su propia sombra.
 Eso es lo bueno que tiene Jardiel Poncela, que cualquier obra, por pequeña que parezca tiene una lectura ulterior que sirve de aplicación diaria y que es atemporal, vale tanto para 1941 como para 2024. Es el humor inteligente que cura la estupidez supina que predomina en nuestra sociedad. Una verdadera vacuna frente a la estolidez.

lunes, 2 de diciembre de 2024

"¡Pégame, Luciano!", de Pedro Muñoz Seca.

  Buscando dejar por unos días la narrativa que siempre leo, me adentro de nuevo en teatro. Pero quiero hacerlo, mi estado anímico así lo aconseja, con comedia, y con comedia española, para ser más concreto. Y, tal cual hice hace no muchos meses, vuelvo a dos gigantes de la dramaturgia española, en el subgénero cómico: Pedro Muñoz Seca y Enrique Jardiel Poncela. De Muñoz Seca leí su obra cumbre, La venganza de don Mendo, una comedia genial que no desmerece nada a cualquier gran drama de toda época, con el aliciente de lo descacharrante de la trama. Así que, con el tomo de las Obras selectas sacado de la biblioteca, continúo con la siguiente, ¡Pégame, Luciano!
 Y mucho me temo que, comparada con La venganza de don Mendo, resulta muy flojita. Lo malo de leer teatro es que, si la obra no es muy buena, no se disfruta como cuando se ve la representación. Me explico: una obra tan redonda, tan especial como La venganza de don Mendo es un deleite leerla y, si la puesta en escena es buena, mucho más todavía; pero cuando es muy floja, ésta tiene un pase para verla representada si los actores, director y demás troupe son buenos, pero leída deja un poco frío. Esto me ha ocurrido con ¡Pégame, Luciano!, que me parece muy normalita. Reconozco que tiene momentos muy bien traídos, con personajes hilarantes y situaciones deliciosamente absurdas, pero también es muy predecible y, a ratos, anodina.
 Argumento de ¡Pégame, Luciano!: enredos en una familia acomodada de Madrid. El marqués, Ramiro, viudo, tiene la rareza de que le gusta que las mujeres le peguen, y busca una señora entrada en carnes que "le dé lo suyo". El marqués tiene dos hijos, Otón, un personaje atolondrado y vividor que sólo quiere conducir deportivos y pilotar aeroplanos, y Mercedes, que se enamorará locamente de un médico de extracción social humilde, Luciano. El marqués, en sus correrías pasadas tuvo dos hijos ilegítimos con una mujer humilde, a los cuales ha abandonado completamente, siendo el tal Luciano quien se ha hecho cargo de ellos. Por otro lado, Mercedes, sabiendo que el médico tiene un sentimiento de pertenencia a clase social baja muy arraigado, le ha mentido diciendo que no es marquesa sino la mecanógrafa del marqués. Además de todos estos, otros personajes completan la comedia, con Porciúncula y Niceta enamoradas del marqués (y de su dinero), don Remedio como el tutor del ya veinteañero Otón, o don Jesús, bufón engreído al que nadie toma en serio. Los enredos principales son la relación de Mercedes y Luciano, la de Ramiro con Porciúncula, amén de las contribuciones peculiares de los criados y sirvientes de la casa. Finalmente todo se aclarará y las relaciones medrarán.
 Es, ya digo, una comedia muy flojita. Al leerla queda un tanto desdibujada. Con todo, hay personajes muy bien pergeñados, como el tal Otón, de un humor absurdo que, si está representado por un actor eficaz, puede dar mucho juego en el escenario. Por otro lado, hay momentos de comicidad que funcionan muy bien al ser representada, como cuando don Remedio queda nervioso y descompuesto después de haber tenido que saltar en paracaídas de un avión y se trabuca y tartamudea.
 Y es que, seamos comprensivos, todos los dramaturgos escribían sus obras para ser representadas, no para ser leídas. Esto es especialmente entendibles con las comedias, que tienen muchos gags que se comprenden plenamente cuando el actor los interpreta, quedando demasiado fríos cuando se leen. Pero es que, como antes decía, cuando un comediógrafo escribe la maravilla de La venganza de don Mendo, todo lo demás sabe a poco.

domingo, 1 de diciembre de 2024

Adventus Dei

       Robert Campin. ca. 1415-1425. Anunciación. Óleo sobre tabla. Bruselas, Musées royaux des Beaux-Arts de Belgique
                                                                                                 Imagen tomada de Wikimedia Commons

sábado, 30 de noviembre de 2024

"El penitente", de Isaac Bashevis Singer.

  Y, por supuesto, siempre quedará Isaac Bashevis Singer. Me sigue sorprendiendo este tipo. Según se puede comprobar en este humilde blog, he leído con ésta diecisiete obras de Singer, entre novelas y relatos; hay, por supuesto, diferencia de calidad entre ellas, pero no hay ni una sola que sea mala o floja, todas son interesantes, bien pergeñadas, con descripciones psicológicas profunda, personajes redondos que evolucionan en el tiempo... Lo he dicho por activa y por pasiva, Isaac Bashevis Singer es uno de los mejores escritores de todos los tiempos. Lo afirmaré aunque me torturen. Y eso que cuando empecé a leer El penitente me pareció quizá un punto más ligero, más liviano que los anteriores. Según la editorial Debolsillo (Grupo Penguin Random House), Singer escribió esta novela breve en 1983 (falleció en 1991), con lo que pensé en un principio que, tal vez por la avanzada edad del autor, la novela tenía menos enjundia que otras que he leído del genial autor polaco. Una vez más tuve que recular y admitir que "quien tuvo, retuvo", porque, si bien es verdad que la novela (diría que es más un relato largo que una novela) tiene menos personajes, menos interacción entre ellos, también es verdad que las reflexiones del protagonista, Joseph Shapiro, son joyas asombrosas que dan para llenar una vida (y tanto, se supone que son precisamente las conclusiones a las que ha llegado ese tipo tras haber vivido media vida de la forma intensa). Así que me trago mis palabras y reconozco una vez más que no he leído novela mala o floja de Isaac Bashevis Singer, y que esta novela breve en concreto, El penitente, tiene todas las características que hacen del Premio Nobel de literatura de 1978 uno de los más sobresalientes "juntaletras" que nunca existieron.
 Entre los temas habituales de Singer están el sentimiento de culpa y de alienación que sentían los judíos que se alejaban de la práctica de su religión. La alienación provenía de la aculturación que sufrían que los llevaba a ser medio judíos y medio gentiles, no encontrándose a gusto en ningún grupo social; de esa alienación proviene un sentimiento de culpa por haber abandonado la tradición de sus mayores. Así dicho podría parecer que lo que escribe Singer puede tener poca relevancia para alguien no judío, pero lo cierto es que el análisis de la vida, la razón de la existencia, el porqué de las cosas es tan exhaustivo, que llega a la esencia última de la naturaleza humana, sea cual sea la cultura, tradición o religión a la que el lector pertenezca.
 Argumento de El penitente: el autor narra, en primera persona, como viaja a Jerusalén y visita el Muro de las Lamentaciones. Allí un judío ultraortodoxo lo aborda al reconocerlo y le cuenta en un par de citas su vida. La vida de este judío, Joseph Shapiro, comienza en Europa Oriental, de donde huye en 1939, con los ejércitos del Tercer Reich campando por sus respetos. Llega a Nueva York donde en poco tiempo hará fortuna y se adaptará a la sociedad estadounidense, será aculturado y olvidará todo aspecto de piedad judía que practicara en Europa. Incitado por amigos se abandona a la lujuria, llegando a tener una amante que lo extorsiona y chantajea. Él asqueado de la situación vuelve a su hogar, a su mujer, encontrando a ésta con un amante. Hastiado de esa vida hipócrita, superficial y pecaminosa, resuelve volar a Israel e iniciar una nueva vida, más cerca de la que llevaron sus antepasados, una vida más piadosa. Tras dificultades mil, acaba por adentrarse para no salir más del  ultraortodoxo barrio jerosolimitano de Mea Shearim.  
 Los temas, como antes decía, son la alienación y el sentimiento de culpa, siendo la lujuria el gran pecado que atormenta al protagonista. Esto es tan frecuente en las novelas de Singer que es difícil no pensar que el propio autor debió pasar una vida torturado por la tendencia a ser arrastrado por la lascivia.
 Narrado como he narrado yo el argumento parece anodino y vulgar, pero como lo hace Singer, obviamente, es totalmente distinto. Las reflexiones de Shapiro son extraordinariamente profundas y, como decía antes, aplicables a cualquier ser humano, pertenezca a la cultura, tradición y religión que sea. Tanto es así que no puedo evitar copiar un par de frases que explicitan la riqueza de esas reflexiones.
 Las leyes del mundo están concebidas de tal forma que, si no quieres ser partícipe de sus delitos, tienes que convertirte en víctima de las mismas.
 Una de las pasiones más inanes del hombre moderno es la de leer los periódicos para mantenerse al tanto de las últimas noticias. Las noticias son siempre malas y ello te envenena la vida; pero el hombre moderno no concibe la vida sin ese veneno. Tiene que  enterarse de todos los asesinatos, de todas las violaciones. Tiene que conocer todas las insanias y las falsas teorías. No le basta con el periódico. Busca noticias adicionales en la radio o en la televisión. Se publican revistas donde se resumen todas las noticias de la semana y la gente lee de nuevo los crímenes cometidos por ese malhechor o lo que dice cualquier idiota.
 La claridad de pensamiento de Joseph Shapiro (álter ego de Singer) es tan iluminadora que acaba por ser un alegato por la búsqueda de la espiritualidad sobre el materialismo y el autocontrol sobre abandonarse a los instintos más primarios. Es esta novela breve una pequeña obra de arte, una más de Isaac Bashevis Singer.

Quinto concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Elgar, Arnold, Walton y Howard.

  En el día de ayer tocaba homenajear a compositores británicos. O eso parece. Desde luego, Inglaterra principalmente y, por extensión, el Reino Unido no tienen la pléyade de compositores geniales que tienen los países germánicos (lo digo así para no decir sólo Alemania y Austria, porque con algunos de ellos, los barrocos como ejemplo, no existía propiamente Alemania), ni tampoco Italia, ni aún Francia. De hecho, los británicos, nación melómana por otro lado, siempre buscó sus compositores para poder competir en igualdad de condiciones con otras naciones europeas. Es por ello que tenían la pésima costumbre de incluir entre sus compatriotas a compositores que habían nacido y se habían formado musicalmente en sus países, aun cuando hubieran residido y trabajado varios decenios en Inglaterra. El ejemplo que estoy narrando es, obviamente, Georg Friedrich Händel, prusiano de nacimiento, origen y formación musical, pero que vivió sus últimas décadas en Londres, donde moriría. Eso lo convierte, para los británicos, en más londinense que el Big Ben. Bueno, pues aparte de casos así, sí que hay grandes compositores británicos. No, no son Mozart, ni Beethoven, ni Bach, ni Vivaldi, ni Haydn, ni Tchaikovsky, ni... pero también los hay de gran calidad, como Henry Purcell en el periodo barroco, Gustav Holst en el romántico o Edward Elgar, autor que se representó anoche.
 Lo que sí hay son muchos compositores de un nivel inferior a los que nombré antes, pero que tienen un pequeño número de obras muy potables (ya hablé de Ralph Vaughan Williams en otra entrada, un compositor del siglo XX con un par de piezas geniales). Del siglo XX es precisamente Malcolm Arnold, autor prolífico que no desdeñó la composición para bandas sonoras de películas (como, por ejemplo, la de El puente sobre el río Kwai) o de series televisivas. Se interpretó la Obertura Peterloo, compuesta en 1968, una pieza dividida en tres grandes partes: un inicio muy suave con melodías dulces interpretadas por las cuerdas y el viento-madera, que poco a poco va siendo arrollada por los timbales, acompañados del resto de la percusión y el viento-metal en un in crescendo que va sustituyendo esa dulce melodía inicial por sonidos desasosegantes, de resonancias militares y bélicas; después vuelve la melodía placentera y relajada del inicio. No conocía yo la obra antes de saber que la tocaría la OSCyL ayer, la escuché varias veces, me pareció una música escénica, que ponía imágenes visuales muy claras y me monté yo mismo una película en cuanto a su significado. Se me ocurrió pensar en una pareja de jóvenes enamorados en un principio, cuyo amor es roto por la brutalidad de la guerra, que se lleva al chico al frente, por el final, supuse que el joven regresaba de la batalla vivo y sano y se reencontraba con su enamorada. Pues eso, una película que me monté, pero la música, tan visual es, justificaba plenamente la idea que me había formado. Pero no, lo cierto es que la Obertura Peterloo hace referencia a la "masacre de Peterloo", en 1819, cuando en una manifestación pública reclamando reformas políticas y sociales el cuerpo de caballería real cargó contra los manifestantes, matando a quince de ellos. De ahí la música militar, los timbales y el viento-metal a tutiplén.
 El concierto para solista fue el Concierto para viola de William Walton, interpretado esta vez por el violista francés Antoine Tamestit. Es esta una obra un tanto insulsa, que no acaba de llegar a ningún lado. Compuesta en 1928, aunque retocada por el autor en 1961, al menos está perfectamente dentro de la tonalidad y permite demostrar la maestría del solista de viola. Creo no ser injusto al decir que no fui ayer el único en el auditorio al que se le hizo interminablemente larga la obra que no dura más de treinta minutos. Obra anodina y banal.
 Después del descanso tocó el turno de Dani Howard, una joven compositora de poco más de treinta años y su The Butterfly effect. Es otra obra menor, muy menor comparada, por ejemplo, con la que termina el concierto, pero es grato encontrar jóvenes que componen música sinfónica en una época en la que parece que los pocos compositores de música culta se decantan por la más lucrativa creación de bandas sonoras.
 Y, para finalizar, lo mejor. Del concierto de ayer, que duda cabe, lo más interesante fue Elgar. De Edward Elgar todo el mundo ha escuchado Pompa y circunstancia, aunque sea en las solemnes celebraciones monárquicas a las que son tan caros una parte de la sociedad británica. Menos conocida, al menos por nombre, aunque reconocible por muchos al escuchar los primeros acordes es el bellísimo adagio Nimrod de las Variaciones Enigma. Bueno, pues la Obertura de concierto In the South es también conocido para muchos melómanos, aun cuando no se conozca su nombre o autor. Es ésta una pieza de una rotundidad apabullante. No hay movimientos propiamente dichos, pero se distinguen claramente tres temas, uno impetuoso, otro más elevado y un último evocador. Parece ser que Elgar compuso esta obra en una visita a Alassio, una pequeña ciudad en la Liguria italiana, quedando prendado de la belleza del paisaje. Para ser sincero, la obra de Elgar salvó el concierto de ayer, que de otro modo hubiera quedado desdibujado. En fin, por volver al principio, la música culta británica está varios escalones por debajo de la de otros países europeos, lo dicho, Purcell, Holst y Elgar salvan un poco los muebles, pero...