domingo, 28 de julio de 2024

"Marianela", de Benito Pérez Galdós.

 Pequeña obra genial del inmortal autor de Los episodios nacionales. Digo pequeña porque no se puede comparar con aquéllos, pero tampoco con otras novelas como Fortunata y Jacinta, Misericordia o Doña Perfecta; pero digo genial porque todas las características de Galdós están presentes: la minuciosa descripción de los ambientes, la crítica social, la toma de conciencia por los desfavorecidos frente a la hipocresía general... todas ellas comunes al llamado Realismo literario. Sí, es un disfrute intelectual leer hoy a Galdós. Su calidad lo ha elevado a la categoría de atemporal, principalmente porque, aun cuando describe tan detallista los ambientes, los personajes retratados son arquetipos humanos, propios de cualquier época y lugar. Eso por no hablar de la prosa reposada, adjetivada, con muchos arcaísmos (a mí me gustan, especialmente, los verbos reflexivos con el pronombre personal incluido en la palabra, "lavábase", "sentose", "aproximose"...). En fin, entiendo que leer a Galdós a finales del XIX o principios del XX no era más que un ejercicio de modernidad, toda vez que el propio autor ejerció como periodista y político y sus novelas parecían aceradas críticas a la sociedad del momento, al clericalismo que se resistía a morir, o la defensa del aperturismo que tanto deseaba el autor para su país... pero leído cien años después se nos antoja totalmente ácrono, sin exclusiva trabazón con su época.
 Argumento de Marianela: en una ficticia localidad cántabra, Socartes, se desarrolla la triste vida de Marianela, huérfana, deforme, maltratada por todos, que sirve de lazarillo a Pablo Penáguilas, hijo de un rico de la zona, ciego de nacimiento. Pablo es el único que no veja a Marianela, hasta el punto de que ella queda prendada de él. A la localidad llega Teodoro Golfín, médico oftalmólogo, hermano de Carlos, ingeniero de las minas de la zona. Teodoro cree poder curar la ceguera de Pablo, algo que es visto allí como un milagro por todos excepto por Marianela, que teme que Pablo recobre la vista y la aborrezca por su fealdad. Tal ha sido el maltrato recibido por la chica, que su autoestima se encuentra por los suelos, sintiéndose un ser sin valía, molestia para todos, útil tan sólo para el pobre ciego; si éste deja de serlo, ¿qué sería de ella? Finalmente, Teodoro Golfín opera a Pablo y éste recupera su vista, llevando a Marianela a ocultarse en el campo para que nadie pueda verla. Allí, en soledad, intenta suicidarse, pero es rescatada in extremis por Golfín y llevada de nuevo al pueblo. En todo caso, la salud de Marianela se ha deteriorado notabilísimamente, de modo que cuando Pablo la reconoce por el tacto de sus manos y su voz ya está agonizando. La novela termina con la muerte de la protagonista y su entierro en un sepulcro ornamentado y lujoso, contraste absoluto con la mísera vida que llevó.
 Es, pues, un drama absoluto, una obra de un pesimismo muy marcado. Los estudiosos de Galdós la denominan "novela de tesis", por mostrar tan a las claras la ideología de su autor, lo que antes decía de la denuncia de la hipocresía social y la falta de caridad cristiana en boca de quien se autodenomina cristiano con la boca llena. Todo ello contrasta con un paisaje idílico, como para constatar todavía más fehacientemente las injusticias de la sociedad humana.
 En fin, un clásico de la literatura española del XIX que no debe olvidarse nunca, tanto desde un punto de vista formal, para no disminuir la calidad prosística de lo escrito y leído, como desde el punto de vista temático, para tratar de mejorar nuestras vidas y las de los que nos rodean.

viernes, 19 de julio de 2024

"La máscara de Dimitrios", de Eric Ambler.

  Hace un mes y pico quedé prendado de una película dirigida por Jean Negulescu en 1944, The Mask of Dimitrios (ya puse una entrada en este blog). La película en cuestión me agradó por estar protagonizada por los gigantescos Peter Lorre y Sydney Greenstreet, pero también porque el argumento era bastante sólido e interesante. Me prometí a mí mismo leer la novela en la que estaba basada (al parecer, con muy pocos cambios) la cinta, y como lo que se promete es deuda (sobre todo, o quizá únicamente, lo que se promete a uno mismo) pues aquí está.
 No soy aficionado a las novelas de espionaje, salvo que estén muy bien urdidas me parecen pretenciosas e infantiles. Es verdad que entre los mejores escritores de este subgénero hay antiguos agentes de agencias de inteligencia, como John Le Carré, por ejemplo, que trabajó varias décadas para el MI5, el servicio secreto británico, lo cual quiere decir que experiencia al respecto tienen, otra cosa es que no lo sepan plasmar en el papel. Parece que Eric Ambler no estuvo vinculado a servicios de espionaje de ningún país, pero he de reconocer que La máscara de Dimitrios está muy bien tramada.
 El argumento narra la ambición de un escritor inglés, Charles Latimer, que, accidentalmente, es introducido a un suceso misterioso tras el hallazgo de un cadáver nadando en las aguas del Bósforo, en Estambul. El cuerpo lleva una identificación personal de Dimitrios Makropoulos, un traficante de armas y drogas bien conocido por la policía turca. El escritor decide investigar por su cuenta para sacar información para una futura novela, lo cual lo llevará a Esmirna, Atenas, Sofía, Ginebra y París, tratando con gente del hampa europea. Latimer tendrá como apoyo principal a un tal Peters, antiguo empleado de Dimitrios, dispuesto ahora a extorsionarlo o denunciarlo a la policía.
 La novela es entretenida y engancha lo suficiente para que un ávido lector se la lea en tres o cuatro días. A mí lo que más me ha gustado es cómo crea los personajes, muy en particular el de Dimitrios, que no aparece hasta los últimos capítulos, lo cual es notable, porque el protagonista es creado en su ausencia, es decir, descrito por otros personajes de forma antagónica: la policía lo retrata de una manera, sus compinches de la forma contraria, el propio escritor imagina la suya... Al final, el lector ha de ir componiendo el carácter del personaje con los retazos de cada uno. Es francamente ingenioso y seductor. 
 Otro aspecto positivo de esta novela es que no cae en la ingenuidad intencionada (con la intención, precisamente, de dirigir la empatía del lector hacia uno u otro) de presentar a buenos y malos, héroes y canallas, nobles y ruines, sino que presenta una caterva de tipejos que tratan de ganarse la vida de la forma más cómoda posible, al margen de convenciones morales. Por poner esto en las palabras que el propio Ambler pone en labios de Latimer: No hay héroe, tampoco heroína; sólo bandidos y tontos. ¿O tendría que decir tontos, únicamente?

lunes, 15 de julio de 2024

"El matón que soñaba con un lugar en el Paraíso". de Jonas Jonasson.

  Tercera novela del sueco Jonasson que leo. Las otras dos fueron sobre el centenario Allan Karlsson y sus inverosímiles aventuras en las más altas esferas del poder internacional, a las que accedía por pura casualidad. Ahora, Jonasson narra la vida de tres perdedores absolutos: un criminal que tras pasar media vida en la cárcel encuentra la redención en una lectura superficial y cómica del Evangelio, una pastora luterana que no cree en Dios y un recepcionista de un hotel de mala muerte para cerrar el triángulo; juntos escaparán a mil situaciones escabrosas y conseguirán triunfar al final.
 Ya con tres novelas leídas, veo varios lugares comunes en Jonasson: el principal es el humor negro con toques surrealistas que ha encandilado al gran público; otro es la huida de los personajes, huida tanto en sentido geográfico, ya sea por Suecia o por medio mundo, o en sentido figurado, huyendo de sus trágicas existencias; también aparece siempre una maleta repleta de dinero, puerta hacia esa nueva vida anhelada, dinero que acaba siendo malgastado antes de conseguir el ansiado cambio de vida.
 Argumento de la novela: Johan "Asesino" Andersson es un pobre diablo de cincuenta y tantos años que ha pasado más de la mitad de su vida adulta en centros penitenciarios acusado de tres asesinatos cometidos bajo el efecto del alcohol. Al salir de prisión decide no volver a caer más en la violencia, abandonar el alcohol (excepto la cerveza, claro) y reiniciarse como persona. Para ello se alojará en un hotel de medio pelo en cuya recepción trabaja un abúlico joven, antiguo empleado de burdel, desengañado de la vida sin haber vivido, que deja pasar el tiempo sin actuar. También en el "hotelucho" se aloja una antigua pastora luterana, harta de su oficio, que ya ni siquiera cree en Dios. Ninguno de los tres tiene un verdadero medio de ganarse la vida, y la pastora decide constituirse a sí misma en representante de "Asesino" Anders. Con ayuda del recepcionista utilizará a Andersson como ejecutor de palizas a domicilio previo pago de una tarifa establecida. Lo malo es que el matón ha descubierto en una lectura superficial de la Biblia que la violencia no está precisamente bien que digamos. Renuncia a las palizas como medio de vida, lo cual no impide que sus "apoderados" sigan admitiendo y cobrando encargos de zurras; esto es, claro, insostenible, pues los "clientes" son tan violentos como la acción que demandan, pero lo cierto es que los tres se encuentran con un pequeño capital de los trabajos cobrados y no ejecutados. Tienen tanto dinero que la pastora decide diversificar el negocio y comprar una pequeña iglesia en ruina y formar su propia  Iglesia, la "Iglesia de Anders" (algo legal y factible en Suecia). El pastor será el propio asesino pacificado que redescubrirá la Eucaristía bebiendo grandes cantidades del Cuerpo de Cristo. Por supuesto, los clientes estafados perseguirán a los tres tipos y no precisamente para felicitarles el Año Nuevo, lo cual les obligará a contratar guardaespaldas. A pesar de tan estrambótica situación, la Iglesia de Anders, por puro morbo, atrae a grandes cantidades de fieles que depositan pingües limosnas en el cepillo parroquial. De nuevo, una maleta repleta de billetes incita la huida por toda Suecia de los tres protagonistas. 
 Como se puede ver por el argumento, es una novela descacharrante, con un humor negro no exento, sin embargo, de cierta compasión y empatía hacia esos perdedores tan ridículos.  En cuanto a las formas, no tendrá éxito quien busque la excelencia en el texto; es una prosa rápida, muy narrativa, poco descriptiva, periodística (normal teniendo en cuenta que el tal Jonasson trabajó gran parte de su vida como tal) y sin grandes aspiraciones, pero tampoco carencias. Es una novela, como las otras dos, fácil de leer, ideal para esta época canicular.

domingo, 7 de julio de 2024

"A Room with a View", de E. M. Forster.

  En la entrada de hace año y medio sobre Pasaje a la India de este mismo autor explicaba que a Forster no se le puede incluir propiamente entre los escritores victorianos, toda vez que nació en 1879 y, por tanto, su producción literaria no fue llevada a cabo en tiempo de la reina Victoria, sino en la de su hijo, Eduardo VII. Los anglosajones no tienen reparo en clasificar la literatura de Reino Unido en función de los reinados, con lo que a este periodo lo conocen como "eduardiano". En realidad (por mucho que les pese y aludan una y otra vez a su insularidad como muro insalvable), la vida cultural británica se vio sacudida por los vaivenes de la moda que afectó a toda Europa y, por extensión, a todo el mundo occidental. Así, Forster (y todos los escritores victorianos y "eduardianos") pertenecen al llamado Romanticismo literario, establecido desde la 1789 (la Revolución Francesa) hasta las Vanguardias culturales del siglo XX; en ellos se aprecian las características archiconocidas para el periodo: huida del Clasicismo y su extraordinario amor por la formalidad estructural; exaltación del Yo y sus sentimientos propios, en lugar de la sublimación de la colectividad; el gusto por lo desconocido, lo sobrenatural, lo oculto; la búsqueda de la libertad individual frente al rancio convencionalismo de la época anterior... Y casi todas esas peculiaridades del periodo romántico están en las novelas de Edward Morgan Forster, sobre todo las referidas a las diferencias sociales, ya sean económicas o raciales.
 En Pasaje a la India eran precisamente las diferencias étnicas entre los británicos de origen europeo y los también británicos pero de origen indio lo que daba juego a la novela, aquí, en Una habitación con vistas, serán las diferencias sociales de tipo económico, pero sobre todo las hipocresías y vicios sociales los que marquen el ritmo del texto. La novela en cuestión es, en última instancia, una denuncia de la falsedad social, que aparenta civismo y respeto por los individuos, pero que, en realidad, es maledicente, mordaz, envidiosa y destructiva. No deja de ser una novela amorosa, toda vez que se trata de un clásico triángulo amoroso entre una joven un tanto indecisa, su impetuoso amor aparentemente intrascendente en una excursión y el joven adinerado, de buena posición y anodino con el que se promete. Hoy este argumento no daría para nada, ni siquiera para una novela de las que escribía Corín Tellado, pero en aquella época en la que todo era simular "ser decente" y dominar las pasiones causó un verdadero escándalo. Supongo que las mentes más abiertas de aquel 1908 en que se publicó Una habitación con vistas ya se entendía que el comportamiento entrometido y chismoso de Charlotte Barlett, carabina de la protagonista, era inaceptable y dañino; que la superficialidad clasista de Cecil Vyse, prometido de Lucy, era anacrónica e inoperante; y que la propia vacilación y convencionalismo de Lucy Honeychurch, la protagonista principal (al punto que, antes de escoger el título definitivo, el autor la denominaba "La novela de Lucy") provocan toda la confusión y el conflicto. Pero, leído en 2024, es más evidente el cinismo, el fariseísmo, la afectación, la santurronería de esa sociedad que sólo quiere aparentar, mientras destripa por detrás a los ausentes. Bien mirado, en 2024 sigue existiendo esa gazmoñería entre la ciudadanía, aunque se empieza a imponer una sinceridad basada en la indiferencia al juicio ajeno.
 Desde el punto de vista formal, la prosa de Forster está muy cuidada, con abundantes frases subordinadas y adjetivación. No hay dominancia clara entre la narración y la descripción, la primera de las cuales aporta sentido y ritmo a la novela, y la segunda hondura y verosimilitud.
 Al igual que Pasaje a la India, Una habitación con vistas fue llevada al cine en 1985, dirigida por James Ivory, con Helena Bonham Carter en el papel de Lucy Honeychurch, Daniel Day-Lewis como Cecil Vyse, y una inconmensurable Maggie Smith como Charlotte Barlett. Es una adaptación muy fiel al texto de Forster, con un gran respeto en la elección de exteriores (Florencia y Londres), así como en el atrezo de los actores.
 Es una gran novela, una de esas que, pocos decenios después de ser escrita, es alzada a los altares de la más egregia literatura y emulada por todos los aspirantes a escritor.

lunes, 1 de julio de 2024

"La guerra larga", de Terry Pratchett y Stephen Baxter.

  Segunda novela de la saga La Tierra larga, escrita por Pratchett y Baxter. La novela me ha dejado un poco frío, la verdad, algo que no me pasa infrecuentemente (supongo que a todos) con las sagas. Parece como si el autor de la serie de novelas hubiera repartido tacañamente el argumento de una única novela en tres, cuatro o cinco; eso o que la primera novela es la que verdaderamente merece la pena, y el resto no son sino meros estiramientos del mismo, un poco como los culebrones televisivos, que se alargan indefinidamente mientras tengan éxito de público. Aplicar esto a Terry Pratchett puede parecer injusto, toda vez que en la saga del Mundodisco, de cuarenta y una novelas, el lector no tiene en absoluto la sensación de estar leyendo un refrito de una novela anterior. Tal vez sea culpa del tal Stephen Baxter, autor del que no he leído nada más que estas novelas, pero también hay que tener en cuenta la ambición económica sin fin de las editoriales, capaces de obligar a sus autores a publicar cosas de baja calidad (ahora que escribo esto, recuerdo una novela corta de Pérez-Reverte, La sombra del águila, en cuyo prefacio el autor se justifica de la baja estofa de su novela por exigencias contractuales con la editorial).
 Bien, en todo caso, esta novela tiene incluso un título equívoco, pues da la sensación (en los primeros capítulos) de narrar un argumento que luego es muy secundario. A saber: la acción se sitúa en 2040, cuando se han fundado multitud de colonias por todos los planetas de esa Tierra larga (recordamos, la existencia de millones de planetas semejantes al que habitamos y a los que los humanos pueden saltar gracias a un sencillo dispositivo); con el paso del tiempo, esas colonias han ido ganando independencia, hasta el punto de que alguna se empieza a plantear ya dejar la tutela de Estados Unidos (país que reclama para sí todos los nuevos mundos, en disputa con China) y formar un nuevo país. Eso es lo que pasa con Valhalla, una  ciudad situada en la Tierra Oeste 1.400.013 (es decir, situada en un planeta que está a un millón y pico de cruces) que ha emitido, junto con otras ciudades de otros planetas, una declaración de independencia del Datum (nombre que se da a la Tierra original). Lógicamente, desde el Datum se proponen impedir esta independencia a toda costa, enviando un dirigible (naves utilizadas para cruzar) con multitud de soldados en su interior. 
 Bien, pues esto que acabo de narrar se desarrolla en los primeros capítulos de la novela, dejando creer al lector que lo que se viene es una guerra entre los secesionistas y el Datum, lo que encajaría con el título de la novela, claro. Pero ocurre finalmente que no se trata de esto sino de un conflicto con un raza humanoide de perros (de raza beagle, para más inri) que tienen una actitud especialmente belicosa hacia los humanos.
 En fin, la sensación que me ha dejado es un poco desilusionante, como si estuviera un tanto deslavazado, o como si se hubiera escrito de forma apresurada y a salto de mata. Una pena, no está a la altura de la saga del Mundodisco.

viernes, 21 de junio de 2024

"De un mundo que ya no está", de Israel Yehoshua Singer.

  Algunas familias, muy pocas, cuentan entre sus miembros a varios narradores de gran calidad; es el caso de los Singer, con tres hermanos en la más alta aptitud prosística, a saber: Esther, Israel Yehoshua e Isaac Bashevis. Una peculiaridad que les otorga más importancia es que los tres escribieron en yidis o judeo-alemán, la lengua propia de los judíos askenazíes (por cierto, los traductores siguen utilizando la denominación inglesa "yiddish" que es más cercana a su pronunciación, pero para un hispanófono, por puro descuido esa palabra se acaba pronunciando como "yidis", que es como la reconoce la RAE); el hecho de que escribieran en yidis es importante habida cuenta de que ésta es una lengua en claro retroceso, el propio Isaac Bashevis llegó a decir en su discurso de aceptación del Nobel de Literatura de 1978 "el yiddish puede ser un idioma moribundo, pero es el único idioma que conozco bien". Bien, servidor es incapaz de leer yidis (menos aún cuando lo escriben transliterado al alefato hebreo), pero considero a Isaac Bashevis Singer como uno de los mejores escritores de todos los tiempos, capaz de describir lugares y personajes como pocos, narrar hechos truculentos con una sombra de humor irónico que permite seguir viviendo y huir de la ira. Bueno, Israel Yehoshua, hermano mayor y maestro (según él mismo decía) de Isaac, no tiene su calidad, o quizá no le dio tiempo a llegar a ella, pues falleció súbitamente de un infarto de miocardio a sus cincuenta años. Lo cierto es que hay muchas semejanzas entre los hermanos, aunque el mayor en edad es menor en calidad.
 Antes de describir someramente la novela, he de hablar unas palabras sobre sus traductores al español. Una de las peores cosas que experimento al leer a Isaac Bashevis es que sus traducciones son indirectas (no del yidis, su lengua original, sino del inglés) y, al menos en España, muchas de las antiguas traducidas por el escritor Andrés Bosch, buen traductor del inglés, pero desconocedor, al parecer, de la cultura judía askenazí y la multitud de términos que estos escritores incluyen en sus textos. Como consecuencia, se encuentran muchísimas inexactitudes cuando no errores absolutos en la traducción de estos textos. En la versión de la Editorial Acantilado, por el contrario, los traductores son la pareja formada por Rhoda Henelde y Jacob Abecasís, ambos grandes conocedores de la cultura hebrea (ella, nacida en Varsovia en 1937, pertenece a una familia askenazí; él, nacido el mismo año en Tetuán, a una familia sefardita), lo que asegura una traducción correcta (diría incluso una "traducción kosher", perdón por el chascarrillo) que permite una comprensión más profunda del texto; además, claro está, ellos traducen directamente del yidis al español, sin pasos intermedios que deformen el relato.
 De un mundo que ya no está es una novela inconclusa en la que Israel Yehoshua Singer pretendía plasmar su existencia desde el nacimiento en Bilgoraj, hoy Polonia, en su época, Imperio ruso, hasta su llegada a Estados Unidos. La prematura muerte, ya dije, cercenó este proyecto, dejando una novela de tres tomos y unas mil quinientas páginas (según el propio autor) en una de apenas trescientas. La narración se interrumpe cuando el protagonista tiene trece años y sale de esa localidad para ir a vivir a Varsovia. La forma de escribir y los temas son muy parecidos a los de su hermano menor, del que creo haber leído todo lo vertido al español. Como antes dije, a pesar de narrar existencias duras en las que la muerte, la enfermedad y la pobreza eran unas presencias cotidianas, flota un aire de comicidad nostálgica muy saludable, que hace empatizar al lector rápidamente con aquella sociedad. El carácter casi de acta notarial de lo narrado  suma un mayor valor a la novela, toda vez que sirve de recordatorio de una cultura borrada del mapa europeo, desgraciadamente, a golpe de pogromos, matanzas y genocidios. A diferencia de lo narrado por su hermano menor, Israel no hace tanto énfasis en las relaciones amatorio-sexuales de sus personajes, factor siempre presente en las de Isaac; tal vez sea la diferencia de época de producción, pues Israel escribió antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, mientras que Isaac tiene gran parte de su producción fechada en las décadas siguientes, cuando la generalidad de los lectores podían asimilar con mayor agrado frivolidades que entretenían sin alejarse un ápice de la narración verídica.
 En fin, tal vez por estar inconclusa o por la menor calidad como narrador del autor, esta novela de Israel Yehoshua Singer parece que fuera una novela menor y peor rematada de su hermano Isaac. Tiene los componentes reconocibles del Nobel del 78, pero le falta mordiente, atractivo para el lector del siglo XXI. Con todo, es una notable labor de los traductores y de la Editorial Acantilado el haber puesto a disposición del lector hispanohablante este pedazo de historia centroeuropea de principios de siglo XX.

jueves, 20 de junio de 2024

"Invisible Poem", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)

 

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

Solsticio de verano.

 Pieter Brueghel el Viejo, 1565, La siega del heno. Óleo sobre tabla. Palacio de Lobkowicz, Praga.
Imagen tomada de Wikimedia Commons

sábado, 15 de junio de 2024

"El antimonio", de Leonardo Sciascia.

  Segunda novela que leo del escritor siciliano, tras El caballero y la muerte, una novela policíaca. Tengo la percepción de que Sciascia fue mejor escritor de los subgéneros narrativos que utilizó. Me explico: El caballero y la muerte no es una novela de detectives al uso, con la típica pareja de inspectores, sagaces y avispados, que acaban por descubrir al asesino por el detalle más nimio al que nadie salvo ellos habían prestado atención. No, en esa novela se ventilan temas más importantes, en un plano secundario, sí, pero, sabiendo leer entrelíneas, no pasa desapercibidos. Es bien sabido que las veleidades de los lectores depende de las modas que las editoriales manejan con gran maestría. Se pone de moda, por ejemplo, la novela negra nórdica (como ocurrió en los primeros años de este siglo) y todo el mundo lee la dichosa novela negra nórdica. Temo que no haya criterio propio en la mayor parte de los lectores. En cualquier caso, los escritores de calidad saben adaptarse a las modas que les imponen las editoriales y, sin embargo, mantener su línea creativa, aunque sea bajo cuerda, y hacer disfrutar al lector y, sobre todo, hacerle pensar. Creo que ese es el caso de Leonardo Sciascia, que se habrá tenido que plegar a las imposiciones del mercado, pero que sabe mantener su estilo. En su estilo, precisamente, observo una gran capacidad para crear personajes inteligentes, que son muy verosímiles pues evolucionan con el paso de la novela. A través de los protagonistas de Sciascia se aprecia al propio autor, como él reflexionan sobre la vida con una madurez impropia de un minero siciliano, el protagonista de El antimonio, por ejemplo.
 El argumento de El antimonio narra las peripecias de un minero siciliano que, huyendo del gas (el antimonio del título) que abrasó a su padre en la mina de azufre, se enrola en los "Corpo Truppe Volontarie" (cuerpo de tropas voluntarias) que la Italia fascista de Mussolini envía a España para apoyar el bando franquista en la Guerra Civil. Entre esos voluntarios había una minoría de milicianos fascistas, veteranos de guerra ya en Abisinia, y una mayoría de campesinos y obreros de la Italia meridional que huían de la pobreza aunque sea exponiéndose a las balas y los obuses en un país extranjero. Entre este último grupo está el personaje de la novela, un simple minero sin ideología alguna y, al principio, sin sentido claro de su existencia. Pero la brutal experiencia de la guerra: los muertos, los tullidos, los pueblos demolidos hasta los cimientos, las viudas inconsolables, el hambre, los piojos, la miseria... la guerra, en definitiva, le hace entender que no hay ideología para matar, que no son comunistas o fascistas, que todos se convierten en asesinos sin moral. Es una novela, pues, antibelicista, lo cual la convierte ya, en mi opinión, en un texto digno de ser leído. Además, como antes decía, Sciascia pergeña muy bien a los personajes, los hace verosímiles al mostrar cómo evolucionan con las vicisitudes que experimentan. Para que el personaje (del que nunca se dice su nombre) se  sensibilice con los sufrientes ciudadanos españoles, Sciascia le hace ver las semejanzas geográficas ("Cádiz se parece a Trápani", "Castilla es como el paisaje entre Caltanissetta y Enna") y sociales ("Franco era como Carmelo Ferrara, el cura de mi pueblo", "los señoritos de Sicilia y España") entre su Sicilia natal y España. Finalmente, vuelve a Sicilia tras haber perdido una mano, y allí, en su pueblo, nadie comprenderá nada, ni la salvajada de la guerra ni lo que habría de sufrir Italia y toda Europa en poco tiempo.
 Las novelas de Leonardo Sciascia destilan un humanitarismo y una filantropía muy saludable en cualquier época, pero sobre todo en tiempos de guerra (ahora que lo pienso, siempre son tiempos de guerra). Me recuerda mucho a Primo Levi, autor contemporáneo y compañero de editorial (Einaudi, una de las grandes de Italia), quien, a pesar de haber pasado por una de las experiencias más terribles que puede pasar un hombre, la tortura en un campo de concentración, todavía creía en la bondad del ser humano y buscaba un mundo sin guerras, sin injusticias ni violencia. "Misericordia quiero y no sacrificios", ¿dónde habré leído yo esas palabras?
 En fin, El antimonio me ha dejado muy buen sabor de boca. Seguiré leyendo a Sciascia, una perla de la literatura en la lengua de  Dante que he llegado a conocer gracias a la recomendación de un vecino de butaca del auditorio.

Inciso musical: Concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Beethoven, Granados y Falla.

  Decimonoveno y último concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, dirigida por Thierry Fischer, con la violín solista Alina Ibragimova y la cantaora María Toledo. Todo llega en esta vida: apenas parece que acababa de comenzar la temporada, allá por septiembre y ya se ha acabado. ¡Qué rápido pasa el tiempo!
 Lo malo de programar los conciertos con tantísima antelación es que, puesto que somos todos seres humanos, se presentan mil y un imprevistos que impiden cumplir dicha programación. Digo esto porque, según el catálogo de la OSCyL de junio de 2023, para ayer estaba contratada como violín solista Hilary Hahn, y se interpretarían obras de Ginastera, Sarasate, Granados y Falla. El cambio  de violinista no es gravoso, dada la alta calidad de ambas intérpretes (aunque, lo digo sin acritud, ayer, Alina Ibragimova no quiso hacer un simple bis a pesar del largo aplauso del respetable); pero el cambio de Beethoven en lugar de Ginastera y Sarasate si tiene más enjundia. Por mi parte al menos, escuchar el Concierto para violín en Re mayor de Beethoven supera a Pablo Sarasate, pero no digamos al argentino Alberto Ginastera, músico contemporáneo (fallecido en 1983) con una clara tendencia a la atonalidad y dodecafonismo, algo que odio con todas mis fuerzas. Beethoven es, claro, música dilecta para todo aquel con alma sensible, un gigante sin parangón posible, así que, en este sentido, ayer salimos ganando con el cambio de programación.
 Centenares de musicólogos han dedicado su vida profesional a estudiar minuciosamente la obra del genio de Bonn, clasificando, grosso modo, su arte en tres periodos: clásico, heroico y tardío. En el primero, ya sabemos, la influencia de Haydn y Mozart es sensible, aunque ya se aprecia una cierta experimentación y el fortísimo carácter del compositor; en el periodo intermedio o heroico, ya afectado por la sordera, Beethoven muestra un afán por romper con las melodías clásicas, dándole un mayor carácter contrastante a sus obras; por último, en el periodo tardío, Beethoven ha perdido por completo el sentido del oído, quedando a solas con su genialidad, valga la expresión, produciendo obras con una intensidad y expresividad que anticipa el Romanticismo musical. Bien, el Concierto para violín en Re mayor fue compuesto en 1806, durante la fase media o heroica, con lo que participa de las características de los periodos que la delimitan. Así, por ejemplo, este concierto está estructurado en tres movimientos, algo propio del Clasicismo musical: Allegro ma non troppo, Larghetto y Rondo-Allegro. Sin embargo, el virtuosismo que se exige al violín, con frases melódicas arrebatadas y pasionales son ya típicas del Romanticismo musical. En cualquier caso, características al margen, el Concierto para violín en Re mayor es de una belleza inenarrable. Algo muy específico de esta obra es la cantidad de "cadenzas" (improvisaciones del solista) que algunos violinistas famosos han escrito para ella, estoy seguro de que ayer Alina Ibragimova utilizó alguno de ellos (o tal vez uno propio), porque la versión que tengo en casa interpretada por la Filarmónica de Berlín dirigida por von Karajan difería notablemente en uno de esos solos de violín.
 Después del descanso, la OSCyL interpretó el Intermezzo de la ópera Goyescas de Granados, para mí el mejor movimiento de la ópera, mucho más sensible, amable, nostálgico y melancólico que el resto de la misma. Por cierto, por el mayor auge de la música instrumental sobre la coral (que también es mi preferencia, por cierto) es mucho más conocida la versión como suite para piano que la versión operística de Goyescas. Esto no es exacto del todo, parece que Granados compuso primero la suite y luego, a partir de varios temas de ésta, compuso la ópera. Prefiero claramente la Suite que la ópera, pero ésta incluye el maravilloso intermezzo que escuchamos ayer. Es como todo interludio una digresión musical con los temas principales de la obra, pero Granados lo compone con tal genialidad que mejora en mucho lo que debía ser un movimiento de relleno.
 Y por último (último del concierto y último de la temporada 23-24), una referencia diría que patriótica de la música culta: El amor brujo de Manuel de Falla. Una de las piezas más reconocidas en todo el mundo del llamado Nacionalismo musical español que generó bellísimas obras hace justo ahora cien años a partir de una serie de tópicos sociales y musicales de la España profunda. Espero que esto último no indigne a muchos (a algún imbécil sí, por favor), pero es que es verdad que justo hace cien años había en este país un afán "revivalista" de los más zafios rasgos de los clichés de lo español. Estoy pensando en el Romancero gitano de Lorca y precisamente en El amor brujo de Falla, que resucitan las costumbres más bárbaras de lo que ahora se ha dado en llamar eufemísticamente la "minoría étnica autóctona" (aseguro que esa expresión eufemística no es mía, que la leí en El Norte de Castilla a cuenta de no sé que delito cometido) en la que los gitanos se aman apasionadamente, se acuchillan apasionadamente y se matan apasionadamente. En fin, supongo que tanto García Lorca como Falla eran dos señoritos que, hartos de la buena vida, querían dar un toque folclórico a su obra literaria y musical, obviando la terrible barbarie anacrónica que glosaban. En fin, perdón por la digresión, lo cierto es que El amor brujo es un conjunto de melodías apabullantes, intensas e incluso violentas, tanto como lo que narran. Admito la genialidad del compositor gaditano en elevar a la categoría de música culta una serie de melodías populares, eternizándolas así para toda la humanidad.