Semejante al volumen anterior de relatos apocalípticos: Valdemar edita en español un conjunto de relatos (curiosamente veintiuno en ambos casos) que han sido compilados en Estados Unidos por un estudioso, editor o escritor. El resultado es muy bueno, pues está asegurado la calidad de la antología. En este caso es uno de los mayores conocedores del tenebroso mundo literario y personal de Howard Phillips Lovecraft, S. T. Joshi, quien nos presenta a este veintena de escritores.
Ya en el plano meramente material, Valdemar lo edita en cartoné, con buena calidad de papel y en formato relativamente grande (25 cm x 17 cm). Esto, que es una virtud de la encuadernación es, para un tipo tan raro como yo, un inconveniente; y es que prefiero los libros de tamaño bolsillo con tapa blanda, aunque aguanten peor el paso del tiempo, pero, como ya he dicho otras veces, compro libros para leer, no para presumir de ellos. El libro de bolsillo es la herramienta de supervivencia fundamental de mi vida, la tabla de náufrago a la que me he agarrado desde que tengo uso de memoria, un pequeño salvavidas, vaya.
Al margen de lo material, lo que verdaderamente importa, los cuentos lovecraftianos son de autores ya reconocidos pero actuales, veintiún hombres y mujeres (y una conocida transexual) en plena producción literaria pero con un bagaje destacado. El resultado es óptimo, pues se consigue oxigenar la inmortal herencia del "solitario de Providence". Lo lovecraftiano de los relatos varía: en algunos casos es la continuación de un relato de Lovecraft, como en El otro modelo de Pickman de Caitlín R. Kiernan; en otros es el ambiente descrito, la llamada de dioses primitivos y brutales, como en Sueños del desierto, de Donald R. Burleson... En cualquier caso, se aprecia la huella del maestro en todos ellos.
Tal vez la mayor aportación literaria de Lovecraft no haya sido el terror cósmico como subgénero narrativo, sino la enorme apertura mental que supuso la creación de un mundo de horror en el que el ser humano es absolutamente irrelevante, como una hormiga. De ahí el concepto de cosmicidad: en una cosmovisión atea, el ser humano es una casualidad muy reciente y prescindible, una minúscula mota de polvo en la inmensidad del Universo, o como lo diría el genio: "Todos mis relatos están basados en la premisa fundamental de que las leyes, intereses y emociones comunes a los humanos no poseen ninguna validez ni importancia en el vasto cosmos en su conjunto". En todas la narrativa de terror anterior, incluidas las de grandes como Poe, Mary Shelley, Bram Stoker o H. G. Wells, la amenaza contra la humanidad era muy clara y estaba orientada contra ella, aunque fuera un "efecto secundario" de la maldad humana (como en el afán de querer ser Dios, del Frankenstein de Mary Shelley, o algunos relatos de Poe); en el terror lovecraftiano no existe un mal propiamente dicho, tan solo dioses arcaicos, civilizaciones remotas, criaturas brutales... y nosotros somos como hormigas que tienen la mala suerte de pasar por allí. La existencia de la humanidad es puesta en solfa siempre por Lovecraft, que se mofa cruelmente de la vanidad de esa pequeña criatura que cree haber sido creada "a imagen y semejanza de Dios".
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.