Al final han sido ocho días. No es un libro muy largo, unas cuatrocientas cincuenta páginas, eso sí, de letra pequeña. Pero he tardado ocho días en leerlo porque lo he dosificado para poderlo aguantar... ¡Que no me ha gustado nada, vaya! Para ponernos en antecedentes: Saul Bellow fue un escritor estadounidense fallecido en 2005 y que fue premiado con el Nobel de Literatura en 1976. Su obra está en consonancia con su propia vida: de origen judío ruso, nace en Montreal y pasa su infancia y juventud en Chicago; erudito y académicamente muy activo, pasa su vida adulta entre Nueva York y "la ciudad del viento"; su vida amorosa, parece ser, fue prolífica aunque complicada. Doy tantos detalles porque así explico al personaje principal de esta novela, Moses Herzog, casualmente un judío estadounidense de origen ruso, nacido en Montreal, criado en Chicago y residente entre esa ciudad y Nueva York, que es profesor universitario y reconocido académico, y su vida amorosa es azarosa y compleja. Vamos que el personaje es el paradigma del álter ego de un escritor.
Parece ser que el resto de la obra de Bellow (yo sólo he leído ésta novela y no pienso leer más) tiene los mismos parámetros, así como una intelectualización continua. Lo novedoso e inusual de Herzog es que el personaje principal reflexiona sobre todo lo humano y lo divino, escribiendo cartas mentales a los personajes más variados; entre éstos están tanto amigos y coetáneos del personaje como otros como Nietzsche, Spinoza, Platón o el mismo Dios. Lo interesante es que alterna la narración en tercera persona (la forma clásica) y en primera (la de las cartas) con total normalidad, sin siquiera separarlo por párrafos, lo cual, he de reconocer, muestra una técnica prosística muy refinada.
¿Y por qué digo que no voy a leer más de este tipo? Pues porque la falta absoluta de acción, la intelectualización total son tan excesivas que me aburre soberanamente, aun admitiendo todas sus virtudes. Servidor es muy "clasicote" en esto de la novela: me gusta que haya un principio y un final reconocibles como tales, y en Herzog no hay más que narración de un periodo concreto de la vida de Moses Herzog, no ocurre nada para que comience la novela ni para que termine, es, digámoslo así, un trozo de salchicha, sin principio ni fin. Por otro lado la intelectualización sobre todos los aspectos de la existencia humana, aun cuando está muy bien traída y argumentada, acaba por cansar y parecer un tanto artificiosa... Supongo que será cosa de gustos... pues eso, que tengo como referencia fundamental de la novela la que tenían los escritores del XIX, con variaciones y actualizaciones, claro, pero con las normas básicas presentes.
Ignoro cómo será en el resto de su obra, pero en esta novela, la descripción supera amplísimamente a la narración, claro está. He de reconocer que el dominio de la lengua que tenía este hombre es francamente sobresaliente; pero ya para saber si merecía el Premio Nobel de Literatura o no habría que hacer quinielas políticas y sociales y yo no estoy para eso.
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