miércoles, 2 de febrero de 2022

"Humo", de Iván Turguénev.

  Tremenda la distancia en calidad literaria de Turgueniev a Dostoievsky o Tolstoi, enorme, ciertamente. Fueron contemporáneos, igualmente elevados a los altares literarios en sus propias vidas, defenestrados durante la parte más brutal de la Unión Soviética, el estalinismo, y restituidos poco después... pero no están al mismo nivel. Me he leído de este último Padres e hijos Diario de un hombre superfluo, no me entusiasmaron, pero menos aún me ha gustado Humo.
 Antes comentaré la edición de bolsillo y con muy pocas pretensiones del año 1990 de Editors S.A. (supongo, editorial ya difunta). Fue publicada, ya digo, hace treinta y dos años, pero no me cabe duda que la traducción (no ponen su autor por ningún lado) es muy anterior, con abundancia de arcaísmos tanto en expresiones (suyo de usted, por ejemplo) o en vocabulario (descote por escote o principiar por comenzar), pero lo peor es el leísmo apabullante (leísmo de cosa incluido) e incluso algunos laísmos que, al menos a mí, me quitan la concentración necesaria para la lectura. Sé que recientemente se ha publicado otra traducción de la novela, espero que sea mejor que esta (no es muy difícil) y que sea traducción directa del ruso, pues esta tiene toda la pinta de ser traducción indirecta.
  Argumento de Humo: En Baden, Alemania, ciudad balneario del suroeste del país, se reúne una notable comunidad rusa a mediados del siglo XIX; son aristócratas, burguesía enriquecida, algún terrateniente ocioso, pseudo-estudiantes y mujeres a la caza de ricos desprevenidos, morralla humana, vaya. Entre estos está un tal Gregorio Litvinof, joven de veintimuchos años que divide su vida entre discutir con sus compatriotas del tema por excelencia de aquellos años: los eslavófilos que ansiaban la vuelta del país a las tradiciones y costumbres rusas hasta un punto de aislacionismo, y los pro-europeos, que propugnaban una apertura a Occidente en busca de desarrollo económico y progreso (cabe recordar que esta discusión alcanzaba a los literatos de la época, incluyéndose Dostoievsky y Tolstoi entre los eslavófilos y Turguenev entre los pro-occidentales), dividía su vida Litvinof entre discutir ese extremo, digo, y  cortejar (en el sentido más anacrónico de la palabra) a las mujeres del lugar, aunque supuestamente tenía ya un compromiso establecido con una tal Tatiana.
 Las discusiones geopolíticas no están bien pergeñadas en la novela, aunque supongo que, en realidad, nunca lo estuvieron y que la toma de partido por uno u otro bando dependía más de la coincidencia con amigos o de la vida que se llevara. Lo que ocupa la mayor parte de la novela es la relación amorosa de tira y afloja que mantienen Litvinof e Irene. Es una relación que hoy puede verse (al menos yo lo veo así) denigrante para ambos sexos, por lo estereotipado y vulgar de la misma. En esa "batalla de sexos" al estilo tradicional, ella se insinúa a todos, coquetea con todos; y ellos, que son imbéciles, se encelan y hacen toda clase de tonterías hasta pelearse por ellas... ¿Hay diferencia con el cortejo ritualizado de, por ejemplo, las cabras montesas? En Humo, Irene, la coqueta, flirtea con todos al más viejo estilo: insinuándose descaradamente para, cuando reacciona el pretendiente, rechazarlo, insinuándose de nuevo días después. Este tira y afloja encela al idiota que pierde el seso por ella. Más viejo que el mundo... y más estúpido, también.
 El resultado es que la pequeña sociedad de expatriados rusos que delinea Turguénev raya en la estupidez más absoluta: son todos superficiales, materialistas, simplones, sensibleros e incapaces de hacer nada más que copular, emborracharse y discutir para no hacer nada.
  Recordando la historia oficial, décadas después, los bolcheviques despreciaban a estos expatriados rusos que dilapidaban fortunas en ciudades turísticas europeas cuando la inmensa mayoría del pueblo ruso vivía en la miseria extrema. Por mucho que no se comulgue con el credo bolchevique, hay que reconocer que estos señorones de postín debían dar mucho asco. El propio Turgueniev fue tildado de escritor degenerado por dar argumentos (nunca mejor dicho) a estos parásitos sociales emborrachados con su vida muelle. Vida muelle en lo económico, porque se desvivían (alguno literalmente, de un tiro en la sien) por esos amoríos de temporada que no cuajaban nunca.
 Cabría pensar que el propio autor satiriza a esa pequeña sociedad de expatriados al evidenciar todos sus vicios y debilidades, aunque el hecho de que él mismo hubiera vivido varios años en esa ciudad balneario alemana abre la puerta a la posibilidad de que Turgueniev fuera uno de estos tipos.
 El propio autor explica el título, Humo, cuando dice, hablando de los sentimientos de Litvinof: Y todo al punto le pareció que sólo era humo: su vida rusa; todo lo que es humano y particularmente si es ruso.

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