Sigo tratando de desentrañar la personalidad de Robert Walser, atrayente y repulsiva a la vez para mí. Atrayente por ser un autor con un dominio de la lengua escrita extraordinario, con una sensibilidad para describir las mayores nimiedades, las insignificancias de la vida cotidiana como pocos escritores tienen; y repulsiva por los personajes humildes hasta la perversión, hasta la anulación humana. De las tres novelas del suizo, he leído dos: Los hermanos Tanner y Jakob von Gunten, me faltaría una tercera, El ayudante, que no creo que vaya a leer, y ninguna de las dos terminé de leer plenamente. La sensación de estar leyendo el texto de un enfermo mental persistía en todo momento. Las novelas son, según parece, autobiográficas, y los personajes principales son seres destruidos, aniquilados por sí mismos, humildes hasta la abyección, deshumanizados, indignos... Se hace repulsiva, ya digo, su lectura. Es verdad que en la especie humana predomina el vicio contrario: la soberbia, la arrogancia, la vanidad, la prepotencia... pero cuando se llega al otro extremo las sensaciones que deja son igualmente desasosegantes. Obviamente, la virtud está en la dignidad, sin arrogancia pero sin desprecio propio, una dignidad que no trata de imponer nada a nadie, pero tampoco permite que nada se le imponga.
Pero esos personajes rotos y humillados aparecen en sus novelas, en los libros que son textos y notas tomados a vuelapluma en sus habituales paseos, aparece la sensibilidad ante lo pequeño y su belleza intrínseca, muestra un alma de poeta enamorado de la beldad más sencilla y pura. Así, leer El paseo es una delicia, igual que El bandido, pero, sobre todo, El pequeño zoológico, donde Walser describe en prosa poética los sentimientos que le generan la contemplación de los animales más cotidianos y comunes. Son estos libros donde muestra un talento literario sin verdaderas pretensiones, sin esas arrogancias, claro, pero sin la abyección indigna de las novelas.
Bien, pues La habitación del poeta pertenece a ese segundo grupo, a las anotaciones tomadas a vuelapluma sobre los lugares y hechos más ordinarios posibles: una estación de tren, una excursión, un tiovivo... Lo de menos es qué describe, sino cómo lo describe, con que finura, con que talento. Es difícil no esbozar una sonrisa cuando se está leyendo, porque, a diferencia de lo que ocurre con sus novelas, estos textos destilan un optimismo y un encandilamiento juveniles. Ya digo, es el escritor con alma de poeta que se maravilla ante todo con una mirada infantil y prístina.
La habitación del poeta recoge textos en prosa, pero también algunas poesías en verso libre que están en la misma línea que la prosa. De hecho, la prosa, por su lirismo, es más prosa poética que otra cosa. Es una gozada leer la parte buena de Robert Walser. Son lecturas que animan el día, que ayudan a superar el tedio y embrutecimiento que provocan vivir inserto en la sociedad humana.
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