Segunda novela que leo del escritor siciliano, tras El caballero y la muerte, una novela policíaca. Tengo la percepción de que Sciascia fue mejor escritor de los subgéneros narrativos que utilizó. Me explico: El caballero y la muerte no es una novela de detectives al uso, con la típica pareja de inspectores, sagaces y avispados, que acaban por descubrir al asesino por el detalle más nimio al que nadie salvo ellos habían prestado atención. No, en esa novela se ventilan temas más importantes, en un plano secundario, sí, pero, sabiendo leer entrelíneas, no pasa desapercibidos. Es bien sabido que las veleidades de los lectores depende de las modas que las editoriales manejan con gran maestría. Se pone de moda, por ejemplo, la novela negra nórdica (como ocurrió en los primeros años de este siglo) y todo el mundo lee la dichosa novela negra nórdica. Temo que no haya criterio propio en la mayor parte de los lectores. En cualquier caso, los escritores de calidad saben adaptarse a las modas que les imponen las editoriales y, sin embargo, mantener su línea creativa, aunque sea bajo cuerda, y hacer disfrutar al lector y, sobre todo, hacerle pensar. Creo que ese es el caso de Leonardo Sciascia, que se habrá tenido que plegar a las imposiciones del mercado, pero que sabe mantener su estilo. En su estilo, precisamente, observo una gran capacidad para crear personajes inteligentes, que son muy verosímiles pues evolucionan con el paso de la novela. A través de los protagonistas de Sciascia se aprecia al propio autor, como él reflexionan sobre la vida con una madurez impropia de un minero siciliano, el protagonista de El antimonio, por ejemplo.
El argumento de El antimonio narra las peripecias de un minero siciliano que, huyendo del gas (el antimonio del título) que abrasó a su padre en la mina de azufre, se enrola en los "Corpo Truppe Volontarie" (cuerpo de tropas voluntarias) que la Italia fascista de Mussolini envía a España para apoyar el bando franquista en la Guerra Civil. Entre esos voluntarios había una minoría de milicianos fascistas, veteranos de guerra ya en Abisinia, y una mayoría de campesinos y obreros de la Italia meridional que huían de la pobreza aunque sea exponiéndose a las balas y los obuses en un país extranjero. Entre este último grupo está el personaje de la novela, un simple minero sin ideología alguna y, al principio, sin sentido claro de su existencia. Pero la brutal experiencia de la guerra: los muertos, los tullidos, los pueblos demolidos hasta los cimientos, las viudas inconsolables, el hambre, los piojos, la miseria... la guerra, en definitiva, le hace entender que no hay ideología para matar, que no son comunistas o fascistas, que todos se convierten en asesinos sin moral. Es una novela, pues, antibelicista, lo cual la convierte ya, en mi opinión, en un texto digno de ser leído. Además, como antes decía, Sciascia pergeña muy bien a los personajes, los hace verosímiles al mostrar cómo evolucionan con las vicisitudes que experimentan. Para que el personaje (del que nunca se dice su nombre) se sensibilice con los sufrientes ciudadanos españoles, Sciascia le hace ver las semejanzas geográficas ("Cádiz se parece a Trápani", "Castilla es como el paisaje entre Caltanissetta y Enna") y sociales ("Franco era como Carmelo Ferrara, el cura de mi pueblo", "los señoritos de Sicilia y España") entre su Sicilia natal y España. Finalmente, vuelve a Sicilia tras haber perdido una mano, y allí, en su pueblo, nadie comprenderá nada, ni la salvajada de la guerra ni lo que habría de sufrir Italia y toda Europa en poco tiempo.
Las novelas de Leonardo Sciascia destilan un humanitarismo y una filantropía muy saludable en cualquier época, pero sobre todo en tiempos de guerra (ahora que lo pienso, siempre son tiempos de guerra). Me recuerda mucho a Primo Levi, autor contemporáneo y compañero de editorial (Einaudi, una de las grandes de Italia), quien, a pesar de haber pasado por una de las experiencias más terribles que puede pasar un hombre, la tortura en un campo de concentración, todavía creía en la bondad del ser humano y buscaba un mundo sin guerras, sin injusticias ni violencia. "Misericordia quiero y no sacrificios", ¿dónde habré leído yo esas palabras?
En fin, El antimonio me ha dejado muy buen sabor de boca. Seguiré leyendo a Sciascia, una perla de la literatura en la lengua de Dante que he llegado a conocer gracias a la recomendación de un vecino de butaca del auditorio.