jueves, 28 de mayo de 2015

"Jonas Fink. La infancia", por Vittorio Giardino.

 Otro de los "monstruos" del cómic europeo: Vittorio Giardino, creador de personajes como Max Fridman, Sam Pezzo o este Jonas Fink.
  El estilo de Giardino es más "clásico" que el de Tardi, lo que los entendidos llaman "línea clara", es decir, dibujos de líneas perfectamente definidas, con predominio de los colores suaves.
 Con respecto a los temas tratados (puesto que Giardino es ilustrador y guionista de todos sus cómics), abundan los personajes judíos (Fridman, Fink...) pero con un, valga la expresión, "judaísmo residual", como algo heredado pero no de lo que estar especialmente orgulloso. Los personajes principales, aun siendo miedosos o incluso pusilánimes, acaban por convertirse en héroes y hasta en ejemplos a seguir. El autor desarrolla sus historietas en los terribles años 30 y 40 en Europa, años de guerras y miseria material y moral, en ese contexto, sin embargo, relucen como arquetipos de honestidad e integridad.
   Puede decirse, como crítica negativa, que las historias de Vittorio Giardino son demasiado blancas, demasiado "buenistas"; los personajes, ciertamente, no tienen un lado oscuro tan evidente en los de Jacques Tardi, por ejemplo. Jonas Fink, en concreto, es un niño praguense de origen judío que ha de madurar en un mundo hostil: padre detenido por los comunistas por ser considerado un elemento burgués, rechazo de sus compañeros por ser judío... Todos los elementos que han hecho de Giardino uno de los mejores historietistas están presentes.

sábado, 23 de mayo de 2015

"A Reader's Manifesto", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)


"Las extraordinarias aventuras de Adèle Blanc-Sec, 3", por Jacques Tardi.

 No creo que haya una colección de cómics "para adultos" tan bien construída, con personajes tan redondos y tramas tan bien urdidas como las de Adèle Blanc-Sec, salvando quizás a Pratt y su Corto Maltés. Puntualizo lo de "para adultos" para salvar a Astérix y a Tintín, destinados a un público infantil y juvenil respectivamente. Este tomo es el tercero y último e incluye alguna historia de Tardi que excluye como protagonista a la famosa escritora-aventurera.
  Es un cómic para adultos pero sin grandes diferencias con los juveniles, no hay, como muchos erróneamente consideran diferenciador de cualquier obra literaria para adultos, sexo explícito o violencia; pero los diálogos son elaborados y maduros en exceso para alguien que no haya llegado a la adultez. De la obra de Tardi, no obstante, esta colección es, en mi opinión, la más juvenil, o tal vez la más ingenua, nada que ver con la excelente amargura inmunizadora de novelas gráficas como Puta guerra, La guerra de las trincheras o Stalag IIIB; tampoco presenta el conocido cansancio de vivir reconocible en la serie del detective Nestor Burma.
  Todo lo demás, el excelente trabajo como ilustrador, su capacidad de buscar historias interesantes con giros inesperados y personajes complejos y verosímiles, está en esta obra de Jacques Tardi, uno de los "grandes-grandes" del cómic europeo.

jueves, 21 de mayo de 2015

Ahora leyendo: "Cthulhu, una celebración de los mitos"

 Estos tíos de Valdemar van a tener que nombrarme gran benefactor o algo por el estilo, porque vamos... no sé si me queda mucho catálogo de esta editorial por leer... Lo cierto es, bromas aparte, que la editorial Valdemar ha cubierto con una calidad francamente buena una época y una cultura de la literatura mundial que no habían sido, en mi opinión, suficientemente mimadas, estoy hablando de la literatura anglosajona del siglo XIX y principios del XX. Ahora empiezo con la enésima compilación de la obra "lovecraftiana", entiéndase este adjetivo como la narrativa creada por el solitario de Providence, pero también por todos sus discípulos (al menos de aquellos que tienen calidad suficiente).
  Porque una de las grandes labores de H. P. Lovecraft fue imaginar y esbozar un inmenso universo de dioses primitivos, mundos lejanos y peligros ominosos para el género humano. Así, por ejemplo, en La llamada de Cthulhu lo que hace el autor es hilvanar levemente todas esas criaturas, dejando que los demás lo desarrollaran, ¿resultado? De todo un poco, algunos escritores sí estuvieron a la altura de Lovecraft y su desbocada imaginación, pero otros, la mayoría, rehacían una y otra vez burdos pastiches sin aportar nada nuevo. Y ahí es donde entran las recopilaciones: en escoger cuidadosamente lo potable de lo perfectamente olvidable, para dar un verdadero corpus literario a esa idea tan peregrina de los "grandes antiguos".
  Como queja para la editorial Valdemar, he de decir que, puesto que ellos son los editores en español de este volumen, no los que eligieron los textos, que si bien la traducción de los relatos están a la altura de los autores (la traducción es de Francisco Torres Oliver, el mejor traductor y conocedor de Lovecraft junto con Rafael Llopis), ya podían haber buscado una traducción aceptable del prólogo de James Turner (fallecido director de la editorial Arkham House), porque no sé si genera más pena o indignación. Supongo que lo tradujo alguien que jamás leyó a Lovecraft, porque llega a confundir a Cthulhu con un "batracio gigante", eso por no hablar de las citas del propio Turner que pierden su numeración en la versión castellana. En definitiva, una vergonzante traducción del prólogo que desmerece la exquisita y erudita traducción del resto del volumen que está al nivel que nos tiene acostumbrado Torres Oliver.

miércoles, 20 de mayo de 2015

"Ni bilingüe ni enseñanza", por Javier Marías, publicado en El país el 17 de mayo de 2015.

 Una de las mayores locuras del sistema educativo español –también una de las más paletas– ha sido la implantación, no sé en cuántas comunidades autónomas, de lo que sus responsables bautizaron pomposa e ilusamente como “enseñanza bilingüe”, consistente en que los alumnos estudien algunas asignaturas en español y otras en inglés. Pongamos que Ciencias Naturales –o como se llame su equivalente en la actualidad– se imparte exclusivamente en la lengua de Elton John. Bien. Los encargados de las clases no son, sin embargo, salvo excepción, nativos británicos ni estadounidenses ni australianos ni irlandeses, sino individuos de Langreo, Orihuela, Requena, Conil o Mejorada del Campo que se supone que dominan dicha lengua. Pero, por cuanto me cuentan personas que trabajan en colegios e institutos –y absolutamente todas coinciden–, esos profesores poseen un conocimiento precario del idioma, de nuevo salvo excepción; lo chapurrean, por lo general tienen pésimo acento o ignoran la pronunciación correcta de numerosas palabras, su sintaxis y su gramática tienden a ser mera copia de las del castellano, y además, en cuanto se encuentran con una dificultad insalvable, recurren un rato a esta última lengua, sabedores de que es la que los estudiantes sí entienden. El resultado es un desastre total (ni enseñanza ni bilingüe): los chicos salen sin saber nada de inglés y aún menos de Ciencias o de las asignaturas que hayan caído bajo el dominio del presunto o falso inglés. Al parecer no se enteran, dormitan o juegan a los barcos (si es que aún se juega a eso) mientras los individuos de Orihuela o Conil sueltan absurdos macarrónicos en una especie de no-idioma. Algo ininteligible hasta para un nativo, un farfulleo, una ristra de vocablos quizá aprendidos el día antes en Internet, un mejunje, un chapoteo verbal.
 Una de las cosas más incomprensibles es una lengua extranjera mal hablada por alguien que, para mayor fatuidad, está convencido de hablarla bien. Incluso alguien que conozca la gramática, la sintaxis y el vocabulario, capacitado para leerla y hasta traducirla, sólo emitirá un galimatías si tiene fortísimo acento, pronuncia erróneamente o no adopta la adecuada entonación. He oído contar que ese era el caso del renombrado traductor Fernando Vela, que vertió al español muchos libros, pero que si oía decir como es debido “You are my girl”, frase sencilla, no la reconocía: para él “You” se pronunciaba como lo veía escrito, y no “Yu”; “are” no era “ar”; “my” no era “mai”, sino “mi”; y la última palabra era “jirl”, con una i bien castellana. Si oía “gue:l” (pronunciación correcta aproximada), simplemente no estaba facultado para asociarla con “girl”, que había traducido centenares de veces. También he oído contar que Jesús Aguirre se atrevió a dar una conferencia en inglés en una Universidad norteamericana. Los nativos lo escucharon pacientemente, pero luego admitieron, todos, no haber comprendido una palabra de aquel imaginario inglés de esparto. En una ocasión oí a un colega novelista leer fragmentos de sus textos en una sesión londinense. Pese a que el escritor había residido largo tiempo en Inglaterra y debía de conocer su lengua, no estaba capacitado para hablarla de manera inteligible, tampoco allí entendió nadie nada.
Lo curioso es que, a pesar de estas dificultades frecuentes, los españoles de hoy están empeñados en trufar sus diálogos de términos en inglés, pero por lo general tan mal dichos o pronunciados que resultan irreconocibles. Hace poco oí hablar en una tertulia del “Ritalix”. Así visualicé yo la palabra al oírsela a unos y otros, y tan sólo saqué en limpio que lo de “Rita” iba por la alcaldesa de Valencia, Barberá. Al poco apareció el engendro por fin escrito en pantalla: “Ritaleaks”. Lo mismo me pasó con un anuncio de algo: “Yástit”, repetían las voces, hasta que lo vi escrito: “Just Eat”. En castellano contamos con sólo cinco vocales, así que si uno no distingue que “it” no suena igual que “eat”, ni “pick” como “peak”, ni “sleep” como “slip”, ni “ship” como “sheep”, con facilidad llamará ovejas a los barcos y demás. Si además ignora que se usa la misma vocal para “bird”, “Burt”, “herd”, “hurt” y “heard”, pero no para “beard” ni “heart”, o que “break” se dice “breik” pero “bleak” se dice “blik”, son fáciles de imaginar las penalidades para entender y para hacerse entender. La gente española llena hoy sus peroratas de “brainstorming”, “crowdfunding”, “mainstream”, “target”, “share”, “spoiler”, “feedback” y “briefing”, pero la mayoría suelta estos vocablos a la española, a la pata la llana, y así no habrá británico ni americano que los reconozca en tan espesos labios. Vistas nuestras limitaciones para la Lengua Deseada, a uno se le ponen los pelos de punta al figurarse esas clases de colegios e institutos impartidas en inglés estropajoso. ¿No sería más sensato –y mucho menos paleto– que los chicos aprendieran Ciencias por un lado e inglés por otro, y que de las dos se enteraran bien? Sólo cabe colegir que a demasiadas comunidades autónomas lo que les interesa es producir iletrados cabales.

JAVIER MARÍAS

lunes, 18 de mayo de 2015

Howard Phillips Lovecraft


  "Todos mis relatos se basan en la premisa fundamental de que las leyes e intereses y emociones comunes carecen de validez e importancia en la inmensidad del cosmos".

               H. P. Lovecraft 

 Es decir: que todos los terribles esfuerzos que la humanidad, ya sea en su enorme colectividad o en los individuos, ejerce cada simple día son absolutamente irrelevantes... Yo podré pensar, decir, actuar, escribir... todo quedará olvidado como mucho en un par de generaciones (y si fueran más ya sería algo histórico, por tanto deformado por esos propagandistas llamados historiadores que moldean hechos y personajes para conseguir su espurio fin). Todo, pues, se reduce a nada. Mientras, los fenómenos cósmicos (creación de estrellas, formación de planetas por condensación de polvo estelar, destrucción de sistemas estelares...), todo ello medible solo en eones, se impone como la única realidad. El ser humano en su ridícula prepotencia no se da cuenta de que tan solo es una insifnificante mota en la infinitud del universo... ¡el triste insecto humano!

jueves, 7 de mayo de 2015

Ahora leyendo: "Izquierda y derecha", por Joseph Roth.

 Este tío no me deja indiferente nunca. Últimamente leí de Roth dos relatos que me han dejado muy frío, desilusionado, eran El espejo ciego y Jefe de estación Fallmerayer; ahora, por el contrario, esta novela breve me parece tener una calidad apabullante. Es una narración, cómo no, ambientada en un país germánico de entreguerras; sus personajes son una familia acomodada que casi de la noche a la mañana se empobrece (algo que vivió el propio Roth); y en cuanto al estilo es el que nos tiene acostumbrado el "pequeño borrachín", rápido, con muy pocas comas y casi ningún punto y coma, con apenas adjetivación, casi periodístico (sin duda reflejo de la profesión que desarrolló en Viena).
  Lo mejor, en mi opinión, es el fantástico cuadro que pinta sobre esa Alemania de entreguerras, un país vencido, pleno de resentimiento que, económicamente, se va hundiendo año tras año. En definitiva, la Alemania que estaba ya preñada del monstruo nazi. Los dos personajes principales, los hermanos Paul y Theodor Bernheim, son ejemplos claros de esa Alemania enfermiza: hijos de un banquero local, con parte de sangre judía, se empobrecerán tras la Primera Guerra Mundial y responderán de forma diametralmente opuesta, el mayor, Paul, más pragmático, se dedicará a hacer negocios cada vez de peor resultado mientras mantiene fría la cabeza; Theodor, por el contrario, será seducido por el populista y engañoso nacionalsocialismo, que trata de recuperar el perdido orgullo alemán con una sobreactuación que, ya sabemos, desencadenará uno de los mayores horrores que ha presenciado el nefasto siglo XX.
   El contrapunto a los hermanos Bernheim es Nikolai Brandeis, un alemán de Ucrania (como tantos miles de alemanes que, hasta la Segunda Guerra Mundial estaban repartidos por todo Europa Central y del Este) que, siendo el más práctico de todos sigue haciendo negocios con los pedazos que se le van cayendo al país, sabedor de que la parte de sangre asiática que le da "ojos de mongol" le traerán serios problemas en una sociedad en pleno proceso de centripetación.
 Me queda poco menos de media novela que espero "cepillarme" entre hoy y mañana. Es, francamente, una excelente narración que combina la realidad social que desembocó en el horror conocido con la estúpida inocencia de los hombres... Tal y como hoy en día.

miércoles, 29 de abril de 2015

Ahora leyendo: "El alcalde de Casterbridge", por Thomas Hardy.

 Según parece, el título completo de la novela es Vida y muerte del alcalde de Casterbridge. Historia de un hombre de carácter, según la forma de editar libros que se tenía en la Inglaterra victoriana. Sí, Hardy es otro de los grandes de ese fructífero período en aquel añorado país; época de grandes avances socioeconómicos y tecnológicos, pero también de penurias y desigualdades. De este autor lo más conocido es Tess, la de los d'Uberville, de la que hace no tanto hice una breve reseña en este blog, y esa obra y esta participan de las típicas características de la mal llamada "literatura victoriana": interés por temas domésticos y familiares, aproximación realista al tema y conciencia de la realidad social en los temas; prosa ricamente adjetivada, lentitud narrativa en el estilo... Típico "escritor victoriano" por tanto.
  Y como otros escritores de su período, Hardy tuvo que publicar por entregas en los suplementos culturales de distintas publicaciones, algo que, hoy en día, nos parece lamentable, pero que grandes como Dickens tuvieron que aceptar. Lo malo de cómo se publicó esa novela es que, sin duda, afectó a su calidad, es como esas series de televisión que tienen éxito de público y que, de forma artificial, se alargan deformando el guión original. Así, por ejemplo, ocurrió con Oliver Twist, una de las mejores novelas de Dickens que tiene, sin duda, un montón de morralla a mitad de novela, ¿por qué? Porque el bueno de sir Charles cobraba cada vez que un capítulo de su novela era publicado, no al publicar su obra completa. Afortunadamente, muchos de aquellos que tuvieron que plegarse a aquella dictadura editorial tenían un talento narrativo fuera de lo común, con lo cual esa supuesta morralla es más que aceptable.
  Además, claro está, con ese tipo de publicación "por fascículos" era necesario que el escritor captara la atención del lector dejando en suspense la acción, eso es clarísimamente perceptible en muchas obras de Dickens y en esta de Hardy, en las que, sospechosamente, la acción toma un giro interesante justo al acabar el capítulo.
 La terrible pregunta que se me ocurre es: ¿qué sería de los escritores de éxito de hoy en día si tuvieran que someterse a esta pequeña tiranía? ¿Cómo serían sus novelas? La respuesta que aparece en lontananza es tan devastadora que mejor no responder. Tal vez esa sea la razón por la que no leo literatura contemporánea...

lunes, 27 de abril de 2015

Ahora leyendo: "El espejo ciego", por Joseph Roth.

 Otro relato de Roth. Como los anteriores, la calidad prosística es notable; como los anteriores, la trama es desconcertante. Según la contraportada de los señores de Acantilado, se trata de un relato irónico en el que el autor "parodia el sentimentalismo del feuilleton vienés", sin embargo o la ironía es muy sutil o yo no acabo de cogerla.
  No alcanzo a reconocer la ironía porque en el supuesto sentimentalismo de Fini, la protagonista, no se observa burla o deformación evidente de su comportamiento, antes al contrario, se siente compasión por la joven que se ve arrastrada por sus instintos más primarios como un animal que sigue los dictados de sus hormonas. Es, en mi opinión, un relato extraño, se reconoce a Roth en su técnica y en la ambientación del relato, pero no exactamente en cómo presenta a los personajes. Estos son claros perdedores (como todos los de Roth), perdedores de su propia vida, arrastrados por fuerzas superiores a ellos: la guerra, la desgracia, las hormonas... y, por supuesto, Viena como capital mundial, algo siempre presente en su obra.
  Se me antoja Joseph Roth como un pequeño ciudadano perdido en París, lleno de traumas y de talento a partes iguales, consumiendo su vida entre litros de alcohol y recuerdos de su Viena querida; creando entre borrachera y borrachera breves relatos que son verdadero caviar beluga... para quien sepa degustarlos, claro.

"Las extraordinarias aventuras de Adèle Blanc-Sec", por Jacques Tardi.

 Ese gran genio del cómic francés que es Jacques Tardi con uno de los personajes más redondos de todo el cómic: la escritora y detective parisina Adèle Blanc-Sec. Este es el segundo tomo.
  Para todos aquellos cenutrios que sigan pensando que los cómics son historias sencillas para chicos y que incluso pueden ser contraproducentes a la hora de estimular a estos a la lectura, Tardi nos regala un puñado de tramas complejas y enrevesadas, personajes bien definidos e interesantes y, por supuesto, unas ilustraciones con una calidad difícilmente igualable, pero ya se sabe: "no hay mayor ceguera que la de aquel que no quiere ver". Gracias a los cómics se puede atraer a la literatura a chicos y adultos que, bien por su carácter bien por la vida enloquecida que nos hacen llevar, no acaban de conectar con ella. Por otra parte, las historias de Jacques Tardi son casi siempre para adultos; estas de Adèle Blanc-Sec son, probablemente las más juveniles, pues las adaptaciones de la obra de Léo Malet (novela negra) no tienen nada de infantil, no digamos ya las novelas gráficas sobre la Primera Guerra Mundial con inmortales obras antibelicistas como ¡Puta guerra!, La guerra de las trincheras o Yo, René Tardi que son totalmente inadecuadas para jóvenes. Tanta es la importancia del cómic en nuestra cultura, que no es fácil encontrar alegatos pacifistas tan bien urdidos como los tres últimos cómics que he citado, prueba clara de que la férrea censura que el mundo editorial impone en la "literatura tradicional" no es tan marcada para las novelas gráficas.
  Tardi es uno de los pocos escritores de cómic que son tan buenos dibujando como escribiendo, lo cual refuerza la enorme valía de este francés universal. Por cierto, Jacques Tardi, intelectual significado en la lucha contra la brutal sociedad humana y su estúpida jerarquización recibió la Legión de Honor (una de las máximas distinciones del país vecino), distinción que, por supuesto, rechazó, alegando incompatibilidad moral con su ejemplar trayectoria profesional.