domingo, 7 de julio de 2024

"A Room with a View", de E. M. Forster.

  En la entrada de hace año y medio sobre Pasaje a la India de este mismo autor explicaba que a Forster no se le puede incluir propiamente entre los escritores victorianos, toda vez que nació en 1879 y, por tanto, su producción literaria no fue llevada a cabo en tiempo de la reina Victoria, sino en la de su hijo, Eduardo VII. Los anglosajones no tienen reparo en clasificar la literatura de Reino Unido en función de los reinados, con lo que a este periodo lo conocen como "eduardiano". En realidad (por mucho que les pese y aludan una y otra vez a su insularidad como muro insalvable), la vida cultural británica se vio sacudida por los vaivenes de la moda que afectó a toda Europa y, por extensión, a todo el mundo occidental. Así, Forster (y todos los escritores victorianos y "eduardianos") pertenecen al llamado Romanticismo literario, establecido desde la 1789 (la Revolución Francesa) hasta las Vanguardias culturales del siglo XX; en ellos se aprecian las características archiconocidas para el periodo: huida del Clasicismo y su extraordinario amor por la formalidad estructural; exaltación del Yo y sus sentimientos propios, en lugar de la sublimación de la colectividad; el gusto por lo desconocido, lo sobrenatural, lo oculto; la búsqueda de la libertad individual frente al rancio convencionalismo de la época anterior... Y casi todas esas peculiaridades del periodo romántico están en las novelas de Edward Morgan Forster, sobre todo las referidas a las diferencias sociales, ya sean económicas o raciales.
 En Pasaje a la India eran precisamente las diferencias étnicas entre los británicos de origen europeo y los también británicos pero de origen indio lo que daba juego a la novela, aquí, en Una habitación con vistas, serán las diferencias sociales de tipo económico, pero sobre todo las hipocresías y vicios sociales los que marquen el ritmo del texto. La novela en cuestión es, en última instancia, una denuncia de la falsedad social, que aparenta civismo y respeto por los individuos, pero que, en realidad, es maledicente, mordaz, envidiosa y destructiva. No deja de ser una novela amorosa, toda vez que se trata de un clásico triángulo amoroso entre una joven un tanto indecisa, su impetuoso amor aparentemente intrascendente en una excursión y el joven adinerado, de buena posición y anodino con el que se promete. Hoy este argumento no daría para nada, ni siquiera para una novela de las que escribía Corín Tellado, pero en aquella época en la que todo era simular "ser decente" y dominar las pasiones causó un verdadero escándalo. Supongo que las mentes más abiertas de aquel 1908 en que se publicó Una habitación con vistas ya se entendía que el comportamiento entrometido y chismoso de Charlotte Barlett, carabina de la protagonista, era inaceptable y dañino; que la superficialidad clasista de Cecil Vyse, prometido de Lucy, era anacrónica e inoperante; y que la propia vacilación y convencionalismo de Lucy Honeychurch, la protagonista principal (al punto que, antes de escoger el título definitivo, el autor la denominaba "La novela de Lucy") provocan toda la confusión y el conflicto. Pero, leído en 2024, es más evidente el cinismo, el fariseísmo, la afectación, la santurronería de esa sociedad que sólo quiere aparentar, mientras destripa por detrás a los ausentes. Bien mirado, en 2024 sigue existiendo esa gazmoñería entre la ciudadanía, aunque se empieza a imponer una sinceridad basada en la indiferencia al juicio ajeno.
 Desde el punto de vista formal, la prosa de Forster está muy cuidada, con abundantes frases subordinadas y adjetivación. No hay dominancia clara entre la narración y la descripción, la primera de las cuales aporta sentido y ritmo a la novela, y la segunda hondura y verosimilitud.
 Al igual que Pasaje a la India, Una habitación con vistas fue llevada al cine en 1985, dirigida por James Ivory, con Helena Bonham Carter en el papel de Lucy Honeychurch, Daniel Day-Lewis como Cecil Vyse, y una inconmensurable Maggie Smith como Charlotte Barlett. Es una adaptación muy fiel al texto de Forster, con un gran respeto en la elección de exteriores (Florencia y Londres), así como en el atrezo de los actores.
 Es una gran novela, una de esas que, pocos decenios después de ser escrita, es alzada a los altares de la más egregia literatura y emulada por todos los aspirantes a escritor.

lunes, 1 de julio de 2024

"La guerra larga", de Terry Pratchett y Stephen Baxter.

  Segunda novela de la saga La Tierra larga, escrita por Pratchett y Baxter. La novela me ha dejado un poco frío, la verdad, algo que no me pasa infrecuentemente (supongo que a todos) con las sagas. Parece como si el autor de la serie de novelas hubiera repartido tacañamente el argumento de una única novela en tres, cuatro o cinco; eso o que la primera novela es la que verdaderamente merece la pena, y el resto no son sino meros estiramientos del mismo, un poco como los culebrones televisivos, que se alargan indefinidamente mientras tengan éxito de público. Aplicar esto a Terry Pratchett puede parecer injusto, toda vez que en la saga del Mundodisco, de cuarenta y una novelas, el lector no tiene en absoluto la sensación de estar leyendo un refrito de una novela anterior. Tal vez sea culpa del tal Stephen Baxter, autor del que no he leído nada más que estas novelas, pero también hay que tener en cuenta la ambición económica sin fin de las editoriales, capaces de obligar a sus autores a publicar cosas de baja calidad (ahora que escribo esto, recuerdo una novela corta de Pérez-Reverte, La sombra del águila, en cuyo prefacio el autor se justifica de la baja estofa de su novela por exigencias contractuales con la editorial).
 Bien, en todo caso, esta novela tiene incluso un título equívoco, pues da la sensación (en los primeros capítulos) de narrar un argumento que luego es muy secundario. A saber: la acción se sitúa en 2040, cuando se han fundado multitud de colonias por todos los planetas de esa Tierra larga (recordamos, la existencia de millones de planetas semejantes al que habitamos y a los que los humanos pueden saltar gracias a un sencillo dispositivo); con el paso del tiempo, esas colonias han ido ganando independencia, hasta el punto de que alguna se empieza a plantear ya dejar la tutela de Estados Unidos (país que reclama para sí todos los nuevos mundos, en disputa con China) y formar un nuevo país. Eso es lo que pasa con Valhalla, una  ciudad situada en la Tierra Oeste 1.400.013 (es decir, situada en un planeta que está a un millón y pico de cruces) que ha emitido, junto con otras ciudades de otros planetas, una declaración de independencia del Datum (nombre que se da a la Tierra original). Lógicamente, desde el Datum se proponen impedir esta independencia a toda costa, enviando un dirigible (naves utilizadas para cruzar) con multitud de soldados en su interior. 
 Bien, pues esto que acabo de narrar se desarrolla en los primeros capítulos de la novela, dejando creer al lector que lo que se viene es una guerra entre los secesionistas y el Datum, lo que encajaría con el título de la novela, claro. Pero ocurre finalmente que no se trata de esto sino de un conflicto con un raza humanoide de perros (de raza beagle, para más inri) que tienen una actitud especialmente belicosa hacia los humanos.
 En fin, la sensación que me ha dejado es un poco desilusionante, como si estuviera un tanto deslavazado, o como si se hubiera escrito de forma apresurada y a salto de mata. Una pena, no está a la altura de la saga del Mundodisco.

viernes, 21 de junio de 2024

"De un mundo que ya no está", de Israel Yehoshua Singer.

  Algunas familias, muy pocas, cuentan entre sus miembros a varios narradores de gran calidad; es el caso de los Singer, con tres hermanos en la más alta aptitud prosística, a saber: Esther, Israel Yehoshua e Isaac Bashevis. Una peculiaridad que les otorga más importancia es que los tres escribieron en yidis o judeo-alemán, la lengua propia de los judíos askenazíes (por cierto, los traductores siguen utilizando la denominación inglesa "yiddish" que es más cercana a su pronunciación, pero para un hispanófono, por puro descuido esa palabra se acaba pronunciando como "yidis", que es como la reconoce la RAE); el hecho de que escribieran en yidis es importante habida cuenta de que ésta es una lengua en claro retroceso, el propio Isaac Bashevis llegó a decir en su discurso de aceptación del Nobel de Literatura de 1978 "el yiddish puede ser un idioma moribundo, pero es el único idioma que conozco bien". Bien, servidor es incapaz de leer yidis (menos aún cuando lo escriben transliterado al alefato hebreo), pero considero a Isaac Bashevis Singer como uno de los mejores escritores de todos los tiempos, capaz de describir lugares y personajes como pocos, narrar hechos truculentos con una sombra de humor irónico que permite seguir viviendo y huir de la ira. Bueno, Israel Yehoshua, hermano mayor y maestro (según él mismo decía) de Isaac, no tiene su calidad, o quizá no le dio tiempo a llegar a ella, pues falleció súbitamente de un infarto de miocardio a sus cincuenta años. Lo cierto es que hay muchas semejanzas entre los hermanos, aunque el mayor en edad es menor en calidad.
 Antes de describir someramente la novela, he de hablar unas palabras sobre sus traductores al español. Una de las peores cosas que experimento al leer a Isaac Bashevis es que sus traducciones son indirectas (no del yidis, su lengua original, sino del inglés) y, al menos en España, muchas de las antiguas traducidas por el escritor Andrés Bosch, buen traductor del inglés, pero desconocedor, al parecer, de la cultura judía askenazí y la multitud de términos que estos escritores incluyen en sus textos. Como consecuencia, se encuentran muchísimas inexactitudes cuando no errores absolutos en la traducción de estos textos. En la versión de la Editorial Acantilado, por el contrario, los traductores son la pareja formada por Rhoda Henelde y Jacob Abecasís, ambos grandes conocedores de la cultura hebrea (ella, nacida en Varsovia en 1937, pertenece a una familia askenazí; él, nacido el mismo año en Tetuán, a una familia sefardita), lo que asegura una traducción correcta (diría incluso una "traducción kosher", perdón por el chascarrillo) que permite una comprensión más profunda del texto; además, claro está, ellos traducen directamente del yidis al español, sin pasos intermedios que deformen el relato.
 De un mundo que ya no está es una novela inconclusa en la que Israel Yehoshua Singer pretendía plasmar su existencia desde el nacimiento en Bilgoraj, hoy Polonia, en su época, Imperio ruso, hasta su llegada a Estados Unidos. La prematura muerte, ya dije, cercenó este proyecto, dejando una novela de tres tomos y unas mil quinientas páginas (según el propio autor) en una de apenas trescientas. La narración se interrumpe cuando el protagonista tiene trece años y sale de esa localidad para ir a vivir a Varsovia. La forma de escribir y los temas son muy parecidos a los de su hermano menor, del que creo haber leído todo lo vertido al español. Como antes dije, a pesar de narrar existencias duras en las que la muerte, la enfermedad y la pobreza eran unas presencias cotidianas, flota un aire de comicidad nostálgica muy saludable, que hace empatizar al lector rápidamente con aquella sociedad. El carácter casi de acta notarial de lo narrado  suma un mayor valor a la novela, toda vez que sirve de recordatorio de una cultura borrada del mapa europeo, desgraciadamente, a golpe de pogromos, matanzas y genocidios. A diferencia de lo narrado por su hermano menor, Israel no hace tanto énfasis en las relaciones amatorio-sexuales de sus personajes, factor siempre presente en las de Isaac; tal vez sea la diferencia de época de producción, pues Israel escribió antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, mientras que Isaac tiene gran parte de su producción fechada en las décadas siguientes, cuando la generalidad de los lectores podían asimilar con mayor agrado frivolidades que entretenían sin alejarse un ápice de la narración verídica.
 En fin, tal vez por estar inconclusa o por la menor calidad como narrador del autor, esta novela de Israel Yehoshua Singer parece que fuera una novela menor y peor rematada de su hermano Isaac. Tiene los componentes reconocibles del Nobel del 78, pero le falta mordiente, atractivo para el lector del siglo XXI. Con todo, es una notable labor de los traductores y de la Editorial Acantilado el haber puesto a disposición del lector hispanohablante este pedazo de historia centroeuropea de principios de siglo XX.

jueves, 20 de junio de 2024

"Invisible Poem", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)

 

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

Solsticio de verano.

 Pieter Brueghel el Viejo, 1565, La siega del heno. Óleo sobre tabla. Palacio de Lobkowicz, Praga.
Imagen tomada de Wikimedia Commons

sábado, 15 de junio de 2024

"El antimonio", de Leonardo Sciascia.

  Segunda novela que leo del escritor siciliano, tras El caballero y la muerte, una novela policíaca. Tengo la percepción de que Sciascia fue mejor escritor de los subgéneros narrativos que utilizó. Me explico: El caballero y la muerte no es una novela de detectives al uso, con la típica pareja de inspectores, sagaces y avispados, que acaban por descubrir al asesino por el detalle más nimio al que nadie salvo ellos habían prestado atención. No, en esa novela se ventilan temas más importantes, en un plano secundario, sí, pero, sabiendo leer entrelíneas, no pasa desapercibidos. Es bien sabido que las veleidades de los lectores depende de las modas que las editoriales manejan con gran maestría. Se pone de moda, por ejemplo, la novela negra nórdica (como ocurrió en los primeros años de este siglo) y todo el mundo lee la dichosa novela negra nórdica. Temo que no haya criterio propio en la mayor parte de los lectores. En cualquier caso, los escritores de calidad saben adaptarse a las modas que les imponen las editoriales y, sin embargo, mantener su línea creativa, aunque sea bajo cuerda, y hacer disfrutar al lector y, sobre todo, hacerle pensar. Creo que ese es el caso de Leonardo Sciascia, que se habrá tenido que plegar a las imposiciones del mercado, pero que sabe mantener su estilo. En su estilo, precisamente, observo una gran capacidad para crear personajes inteligentes, que son muy verosímiles pues evolucionan con el paso de la novela. A través de los protagonistas de Sciascia se aprecia al propio autor, como él reflexionan sobre la vida con una madurez impropia de un minero siciliano, el protagonista de El antimonio, por ejemplo.
 El argumento de El antimonio narra las peripecias de un minero siciliano que, huyendo del gas (el antimonio del título) que abrasó a su padre en la mina de azufre, se enrola en los "Corpo Truppe Volontarie" (cuerpo de tropas voluntarias) que la Italia fascista de Mussolini envía a España para apoyar el bando franquista en la Guerra Civil. Entre esos voluntarios había una minoría de milicianos fascistas, veteranos de guerra ya en Abisinia, y una mayoría de campesinos y obreros de la Italia meridional que huían de la pobreza aunque sea exponiéndose a las balas y los obuses en un país extranjero. Entre este último grupo está el personaje de la novela, un simple minero sin ideología alguna y, al principio, sin sentido claro de su existencia. Pero la brutal experiencia de la guerra: los muertos, los tullidos, los pueblos demolidos hasta los cimientos, las viudas inconsolables, el hambre, los piojos, la miseria... la guerra, en definitiva, le hace entender que no hay ideología para matar, que no son comunistas o fascistas, que todos se convierten en asesinos sin moral. Es una novela, pues, antibelicista, lo cual la convierte ya, en mi opinión, en un texto digno de ser leído. Además, como antes decía, Sciascia pergeña muy bien a los personajes, los hace verosímiles al mostrar cómo evolucionan con las vicisitudes que experimentan. Para que el personaje (del que nunca se dice su nombre) se  sensibilice con los sufrientes ciudadanos españoles, Sciascia le hace ver las semejanzas geográficas ("Cádiz se parece a Trápani", "Castilla es como el paisaje entre Caltanissetta y Enna") y sociales ("Franco era como Carmelo Ferrara, el cura de mi pueblo", "los señoritos de Sicilia y España") entre su Sicilia natal y España. Finalmente, vuelve a Sicilia tras haber perdido una mano, y allí, en su pueblo, nadie comprenderá nada, ni la salvajada de la guerra ni lo que habría de sufrir Italia y toda Europa en poco tiempo.
 Las novelas de Leonardo Sciascia destilan un humanitarismo y una filantropía muy saludable en cualquier época, pero sobre todo en tiempos de guerra (ahora que lo pienso, siempre son tiempos de guerra). Me recuerda mucho a Primo Levi, autor contemporáneo y compañero de editorial (Einaudi, una de las grandes de Italia), quien, a pesar de haber pasado por una de las experiencias más terribles que puede pasar un hombre, la tortura en un campo de concentración, todavía creía en la bondad del ser humano y buscaba un mundo sin guerras, sin injusticias ni violencia. "Misericordia quiero y no sacrificios", ¿dónde habré leído yo esas palabras?
 En fin, El antimonio me ha dejado muy buen sabor de boca. Seguiré leyendo a Sciascia, una perla de la literatura en la lengua de  Dante que he llegado a conocer gracias a la recomendación de un vecino de butaca del auditorio.

Inciso musical: Concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Beethoven, Granados y Falla.

  Decimonoveno y último concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, dirigida por Thierry Fischer, con la violín solista Alina Ibragimova y la cantaora María Toledo. Todo llega en esta vida: apenas parece que acababa de comenzar la temporada, allá por septiembre y ya se ha acabado. ¡Qué rápido pasa el tiempo!
 Lo malo de programar los conciertos con tantísima antelación es que, puesto que somos todos seres humanos, se presentan mil y un imprevistos que impiden cumplir dicha programación. Digo esto porque, según el catálogo de la OSCyL de junio de 2023, para ayer estaba contratada como violín solista Hilary Hahn, y se interpretarían obras de Ginastera, Sarasate, Granados y Falla. El cambio  de violinista no es gravoso, dada la alta calidad de ambas intérpretes (aunque, lo digo sin acritud, ayer, Alina Ibragimova no quiso hacer un simple bis a pesar del largo aplauso del respetable); pero el cambio de Beethoven en lugar de Ginastera y Sarasate si tiene más enjundia. Por mi parte al menos, escuchar el Concierto para violín en Re mayor de Beethoven supera a Pablo Sarasate, pero no digamos al argentino Alberto Ginastera, músico contemporáneo (fallecido en 1983) con una clara tendencia a la atonalidad y dodecafonismo, algo que odio con todas mis fuerzas. Beethoven es, claro, música dilecta para todo aquel con alma sensible, un gigante sin parangón posible, así que, en este sentido, ayer salimos ganando con el cambio de programación.
 Centenares de musicólogos han dedicado su vida profesional a estudiar minuciosamente la obra del genio de Bonn, clasificando, grosso modo, su arte en tres periodos: clásico, heroico y tardío. En el primero, ya sabemos, la influencia de Haydn y Mozart es sensible, aunque ya se aprecia una cierta experimentación y el fortísimo carácter del compositor; en el periodo intermedio o heroico, ya afectado por la sordera, Beethoven muestra un afán por romper con las melodías clásicas, dándole un mayor carácter contrastante a sus obras; por último, en el periodo tardío, Beethoven ha perdido por completo el sentido del oído, quedando a solas con su genialidad, valga la expresión, produciendo obras con una intensidad y expresividad que anticipa el Romanticismo musical. Bien, el Concierto para violín en Re mayor fue compuesto en 1806, durante la fase media o heroica, con lo que participa de las características de los periodos que la delimitan. Así, por ejemplo, este concierto está estructurado en tres movimientos, algo propio del Clasicismo musical: Allegro ma non troppo, Larghetto y Rondo-Allegro. Sin embargo, el virtuosismo que se exige al violín, con frases melódicas arrebatadas y pasionales son ya típicas del Romanticismo musical. En cualquier caso, características al margen, el Concierto para violín en Re mayor es de una belleza inenarrable. Algo muy específico de esta obra es la cantidad de "cadenzas" (improvisaciones del solista) que algunos violinistas famosos han escrito para ella, estoy seguro de que ayer Alina Ibragimova utilizó alguno de ellos (o tal vez uno propio), porque la versión que tengo en casa interpretada por la Filarmónica de Berlín dirigida por von Karajan difería notablemente en uno de esos solos de violín.
 Después del descanso, la OSCyL interpretó el Intermezzo de la ópera Goyescas de Granados, para mí el mejor movimiento de la ópera, mucho más sensible, amable, nostálgico y melancólico que el resto de la misma. Por cierto, por el mayor auge de la música instrumental sobre la coral (que también es mi preferencia, por cierto) es mucho más conocida la versión como suite para piano que la versión operística de Goyescas. Esto no es exacto del todo, parece que Granados compuso primero la suite y luego, a partir de varios temas de ésta, compuso la ópera. Prefiero claramente la Suite que la ópera, pero ésta incluye el maravilloso intermezzo que escuchamos ayer. Es como todo interludio una digresión musical con los temas principales de la obra, pero Granados lo compone con tal genialidad que mejora en mucho lo que debía ser un movimiento de relleno.
 Y por último (último del concierto y último de la temporada 23-24), una referencia diría que patriótica de la música culta: El amor brujo de Manuel de Falla. Una de las piezas más reconocidas en todo el mundo del llamado Nacionalismo musical español que generó bellísimas obras hace justo ahora cien años a partir de una serie de tópicos sociales y musicales de la España profunda. Espero que esto último no indigne a muchos (a algún imbécil sí, por favor), pero es que es verdad que justo hace cien años había en este país un afán "revivalista" de los más zafios rasgos de los clichés de lo español. Estoy pensando en el Romancero gitano de Lorca y precisamente en El amor brujo de Falla, que resucitan las costumbres más bárbaras de lo que ahora se ha dado en llamar eufemísticamente la "minoría étnica autóctona" (aseguro que esa expresión eufemística no es mía, que la leí en El Norte de Castilla a cuenta de no sé que delito cometido) en la que los gitanos se aman apasionadamente, se acuchillan apasionadamente y se matan apasionadamente. En fin, supongo que tanto García Lorca como Falla eran dos señoritos que, hartos de la buena vida, querían dar un toque folclórico a su obra literaria y musical, obviando la terrible barbarie anacrónica que glosaban. En fin, perdón por la digresión, lo cierto es que El amor brujo es un conjunto de melodías apabullantes, intensas e incluso violentas, tanto como lo que narran. Admito la genialidad del compositor gaditano en elevar a la categoría de música culta una serie de melodías populares, eternizándolas así para toda la humanidad.

jueves, 13 de junio de 2024

"Al otro lado de la niebla", de Juan Luis Arsuaga.

  Primera novela (y tal vez, la última) del famoso paleontólogo Juan Luis Arsuaga, archiconocido por su trabajo en Atapuerca. Es su única novela aunque tiene multitud de publicaciones, tanto de ensayo científico como de divulgación. Al otro lado de la niebla versa sobre su tema, obviamente, es decir, la Prehistoria, con personajes que tratan de sobrevivir a duras penas en condiciones extremas con imponentes bestias (osos, leones, hienas, lobos...) que depredan sobre ellos; con un clima aún más brutal; y con unas relaciones humanas en las que no falta ni el canibalismo. En ese contexto dulce y edulcorado pergeña el paleoantropólogo una novela sencilla, eficaz, un tanto ingenua (diría incluso que es más narrativa juvenil que para adultos) pero sin errores aparentes.
 La novela está dividida en tres partes. En la primera se presenta a un hombre del Paleolítico que será el maestro del personaje principal. Éste acabará tomando el oficio de aquél, tatuador y dibujante en las cuevas que habitan. En este sentido es de agradecer que Arsuaga, como no podía ser menos de un reconocido paleontólogo, es muy respetuoso con los hallazgos tanto de arte parietal (describe pinturas y grabados muy estudiados del arte franco-cantábrico) como de arte mueble (en particular incluye en su texto el famoso hombre-león, estatuilla elaborada en marfil de mamut hace unos treinta y dos mil años en lo que hoy es el sudoeste de Alemania); además se incluyen comportamientos humanos que se sabe mantuvieron aquellos hombres primitivos. En la segunda parte, ya se ocupa de la azarosa existencia de ese personaje principal, Piojo, un expulsado de su tribu, lo que le incita a vagar por grandes áreas deshabitadas hasta encontrar otra tribu que lo quiera acoger. En la última parte, el desdichado Piojo es capturado por un clan de caníbales, de los cuales escapa milagrosamente con todos los miembros intactos. Por cierto, aquí también describe una "maldición" de los antropófagos (de canibalismo ritual, claro, el más frecuente en la humanidad, cuando se devoran órganos concretos de enemigos o amigos para obtener su fuerza, valor, virilidad...), esa maldición los lleva a enfermar, debilitarse, perder el equilibrio y temblar hasta morir. Evidentemente está describiendo la Enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, una encefalopatía descrita en cierta tribu aislada de Papúa-Nueva Guinea que tenían el canibalismo ritual entre sus más arraigadas tradiciones. Todas estas referencias son tratadas sin pedantería ni jactancia, sino como hechos habituales de aquellos hombres, lo que da un cierto empaque y verosimilitud a la novela.
 Algo curioso es la cantidad de localismos castellanos (principalmente burgaleses, palentinos y cántabros) que el autor vierte en el libro: expresiones como rabona por liebre, ligaterna por lagartija o friura por tiempo frío son términos no muy conocidos fuera de esta zona de la Meseta. Y es que, sin decirlo explícitamente, Arsuaga sitúa la acción en la Submeseta Norte de la Península Ibérica, zona que conoce como la palma de la mano por sus trabajos en Burgos. No se da ningún topónimo, claro, sino referencias orográficas como la propia Meseta o la Cordillera Blanca (sin duda, la Cordillera Cantábrica). El título, en fin, es una referencia a la muerte, al Más Allá, pues aquellos primitivos consideraban que los muertos pasaban al otro lado de la niebla (siendo ese elemento meteorológico tan frecuente en esta zona).
 En fin, la novela está bien pergeñada, es agradable de leer y no contiene fallos evidentes. Pero no creo que hubiera sido publicada si no hubiera sido su autor un famoso paleontólogo presente en todos los medios de comunicación, todo hay que decirlo.

miércoles, 12 de junio de 2024

Lección de vida.

  Hoy, en una de mis frecuentes caminatas por el parque de Las Contiendas me he encontrado con un hecho cotidiano de la vida natural pero que me ha hecho reflexionar profundamente. Ya iba yo rumiando las miserias humanas: la falta de interés por el prójimo, las familias que no son más que un grupo de gente que coincide en apellidos pues en nada se ayudan, la indiferencia general ante la necesidad ajena... Lo habitual de esta sociedad mía y esta familia mía. En fin, pensando estas penurias iba cuando he sentido un estrépito descomunal: el de muchas urracas (nombre científico, Pica pica), tan abundantes e inconfundibles en nuestras ciudades. Por el ruido no podían ser menos de diez ejemplares, era verdaderamente ensordecedor. Mi alma curiosa de naturalista me ha llevado a acercarme a la escandalera. Iba pensando, según me acercaba, que las urracas estarían acechando a algún pobre animal, probablemente a un pichón de torcaz (Columba palumbus) que estuviera desvalido, o puede que incluso un gazapo (Oryctolagus cuniculus) perdido. Ya se sabe lo agresivas que son las urracas y su capacidad depredadora; de hecho, más de una vez he visto urracas acosando algún pichón de paloma doméstica (Columba livia) (viviendo en Lugo, hace más de veinticinco años fui testigo de una escena de depredación de varias urracas sobre un pichón, inicialmente protegido por sus padres, pero al que tuvieron que abandonar finalmente a una muerte lenta). Bien, iba pensando en las urracas como depredadores según me acercaba a los árboles (pino carrasco, Pinus halepensis) en las que estaba el estruendo. Miraba ya hacia los pinos y no veía más que sombras de urracas saltando de rama en rama; sí, no me había confundido, había más de diez ejemplares, todos con gran excitación, provocando un estruendo de mil demonios. En un momento dado, sin embargo, todo cambió, todo se hizo evidente, lo que estaba pasando se aclaró súbitamente: un ave de mayor tamaño que una urraca, de tonos marrones salió del árbol volando a gran velocidad, llevaba un pájaro blanco y negro en sus garras, una urraca. Esa pobre urraca, un adulto ya, iba quieta, quizá ya muerta, quizá mortalmente herida o quizá aterrorizada ante su inminente muerte. Tras la rapaz con su presa salieron volando las diez o doce urracas que llevaba oyendo varios minutos, persiguiendo a la rapaz, siguiendo con su estruendo. No pude identificar plenamente a la rapaz, diría que era un ratonero (Buteo buteo), era demasiado pequeño para ser un águila real (Aquila chrysaetos) o imperial (Aquila adalberti) y muy rechoncho para ser un milano negro (Milvus migrans) o real (Milvus milvus); además, el ratonero es muy frecuente en esta parte de la Meseta. Lo cierto es que fue una sorpresa para mí: de pensar en la capacidad predadora de las urracas a verlas convertidas en presa, y entender el escándalo de graznidos de las otras urracas. No era más que la defensa del congénere a punto de morir. Me pareció, aunque fueran todos aves, algo muy humano. Imaginé las batidas de tigres que se producen con frecuencia en las zonas rurales más remotas de India cuando desaparece algún niño capturado por uno de esos felinos. Ese comportamiento de grupo, que protege al igual frente a la agresión, ¿no parece entendible y natural? Pero me contesté que ése es el mundo natural, cazar y ser cazado, comer y ser comido. En nuestra sociedad se nos olvida esto con frecuencia.
 Luego, continuando con mi paseo, me tropecé con un gazapo muerto (Oryctolagus cuniculus), ya devorado, cubierto de moscas de la carne (Cochliomyia macellaria). Esto es algo habitual de encontrar en este parque a las afueras de la ciudad. Era un conejo todavía pequeño, no había llegado a la madurez, aunque ya no era un gazapillo lactante; digamos que, si fuera humano, sería un chico de unos catorce o quince años. Pronto había acabado su experiencia vital. Esto pensaba mientras miraba su breve cuerpo, completamente eviscerado, sus cuencas orbitarias ya vacías...
 Seguí adelante un poco apesadumbrado pero, a la vez, estimulado intelectualmente, cuando me encontré una enorme concentración de hormigas (familia Formicidae). De nuevo la curiosidad del naturalista aficionado me hizo acercarme a ver el amontonamiento de insectos, para descubrir que estaban devorando una especie de langosta (familia Acrididae) de un espectacular color verde brillante. Pero lo que más me impactó fue ver que el desgraciado ortóptero todavía se movía entre las decenas hormigas que hacían presa en él, lo estaban devorando vivo...
 En fin, para una caminata de un par de horas no está mal. He escrito varias veces lo de mi "curiosidad de naturalista" porque estoy seguro de que la mayoría de los paseantes no tienen ni la curiosidad ni la sensibilidad para descubrir estos hechos terribles pero cotidianos del mundo natural. La reflexión posterior, claro, venía en el sentido de "esto es la vida y no lo que creemos que es en nuestra sociedad aburguesada". Por eso pensamos que "tenemos derecho" a ciertas circunstancias: llegar a viejo, tener salud, tener un techo bajo el que cobijarse, comida diaria, compañía... y no pensamos en la muerte, en la enfermedad (no me refiero a un constipado, claro) en cualquier edad. Así, todas mis cuitas  sobre familia desentendida y egocéntrica, de indiferencia ante las necesidades de los otros... quedan en naderías ante la evidencia del mundo natural, y sólo puedo exclamar: ¡Qué suerte tengo de estar vivo a mis cincuenta y tres años! Hasta la fecha, nadie ha venido a cazarme, a devorarme, a sacarme de mi casa... Sé que, en buena medida, nada de esto ha sucedido porque severas leyes impondrían graves penas de cárcel a quienes lo intentaran, porque, desde luego, no son impedimentos morales los que lo evitarían. En fin, queramos o no, vivimos en un mundo natural, aunque muy modificado, y la muerte, la enfermedad, la barbarie también anidan en el corazón humano (sí, también en los de mis familiares), con lo que aun a riesgo de repetirme, voy a exclamar de nuevo: ¡Qué suerte estar vivo!

sábado, 8 de junio de 2024

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Guinovart y Shostakóvich.

  Decimoctavo concierto de abono de la temporada 23-24 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por su batuta habitual, Thierry Fischer. El concierto de hoy se dedica casi en exclusiva a la monumental e intensa Sinfonía nº7, "Leningrado" de Dmitri Shostakóvich, aunque también se interprete una obra de encargo de la OSCyL con estreno absoluto del compositor contemporáneo catalán Albert Guinovart, presente en la sala, por cierto.
 Albert Guinovart, actualmente en la sesentena, es un reconocido pianista y, sobre todo, compositor de bandas sonoras, óperas y música folclórica catalana (sardanas). Para el concierto de ayer, como antes decía, se interpretó una obra por encargo para la propia OSCyL, titulada Concierto para flauta nº2, diría que una obra muy "clásica" en sus hechuras y muy "romántica" en su planteamiento. Me explico: es muy clásica por estructuración como concierto con tres movimientos y también por la claridad de sus melodías dominantes; es muy romántica por la elección de la flauta y su excepcional capacidad de expresión como instrumento solista, por los contrastes rítmicos y por el uso de modernos instrumentos como el "eolífono" que simula el viento. Porque precisamente de viento va la obra de Guinovart. Sus movimientos son Y del viento llegó la luz (Allegro), El corazón de Eolo (Adagio) y La danza del aire (Allegro molto), que no dejan duda de la importancia de dicho agente meteorológico, simulado con las flautas (tanto la solista, interpretada por Emmanuel Pahud -quien, por cierto, será artista residente la próxima temporada- como las ayudantes) y por esa máquina tan peculiar incluida dentro de la percusión y que llaman "eolífono" (instrumento sencillo en verdad, que consta de una tela que rodea un cilindro de madera que, al girar, simula el sonido del viento). La obra es alegre (predominan los movimientos inicial y final), con toques nostálgicos. El virtuosismo de Emmanuel Mahud aporta toda la capacidad de expresiva que tan notable es en la flauta travesera.
 Y, después del descanso, la Sinfonía nº 7 en Do mayor, opus 60. "Leningrado" de Dmitri Shostakóvich. Es ésta una obra intensa, apasionada, apabullante incluso. Con la orquesta sinfónica completa, con una representación notable de la percusión y del viento-metal, nadie queda indiferente. El primer movimiento (Allegretto) comienza suavemente, con flauta y violín; luego se va imponiendo la percusión y va entrando en un in crescendo emocionante el viento-metal. Según el propio compositor, el inicio sería el recuerdo de su ciudad natal (en su época, San Petersburgo), de ahí la suavidad primera, que contrastaría con la invasión de los ejércitos nazis, que preludian la destructora guerra. El segundo movimiento (Moderato (poco allegretto)) es una verdadera incógnita: es un scherzo que no tiene nada que ver con el primer movimiento, verdaderamente contrastante. El tercer movimiento (Adagio) es otro rondó, que también tiene un evidente aumento en la intensidad. El cuarto movimiento (Allegro non troppo) vuelve, como el primero, a las melodías grandiosas, con un carácter épico notable, con un tutti impresionante, muy del gusto de las autoridades soviéticas del momento, que refuerza la sensación de victoria épica sobre el invasor.
 Es una obra verdaderamente espectacular. No sé si por saber con anterioridad en qué condiciones la compuso Shostakóvich, tanto por la extrema situación bélica del momento como por la terrible injerencia de las autoridades soviéticas... lo cierto es que me parece muy coyuntural. Quiero decir: cuando escuché anoche en el auditorio esta pieza, y todas las veces previas, siempre me venía a la cabeza la brutalidad de la guerra y las políticas aplastantes de la creatividad y del ser humano en general (especialmente el nacionalsocialismo y el comunismo); en cambio, no siento ese apego a unos hechos y unos tiempos concretos cuando escucho, por ejemplo, cualquier obra de Mozart, que siento más atemporales y universales. Luego, además, hay que sumar toda la leyenda que acompaña a esta sinfonía de Shostakóvich, como la de los músicos hambrientos que la tocaban casi al borde de la inanición debido a la extrema situación bélica, o la de la representación de la misma en todas las ciudades soviéticas para enardecer el ánimo de los ciudadanos soviéticos y que lucharan hasta la última gota de su sangre en la que denominaron "Gran Guerra Patria"... En fin, espero no parecer frívolo, pero, desde 2024, pensar en esos términos me produce por igual un terrible cansancio y una gran pena por todos aquellos chicos de apenas veinte años que murieron en las trincheras, ya fuera con el uniforme soviético o con el nazi. Quiero pensar que la música culta está por encima de esas coyunturas espaciotemporales creadas por el mono con pantalones que vanidosamente llamamos Homo sapiens, quiero pensar que escuchar y disfrutar la música culta aleja de mí toda la barbarie bélica que los jerarcas soviéticos trataron de glorificar con la obra de Shostakóvich (quien, por cierto, dicho sea de paso, todos sabemos los encontronazos que tuvo con esos jerarcas).