Spitzweg, Carl. (1860). Aschermittwoch (Miércoles de ceniza). Óleo sobre lienzo. Staatsgalerie, Stuttgart.
Blog de Javier Lacomba de Maruri
Blog literario
miércoles, 5 de marzo de 2025
martes, 4 de marzo de 2025
"La disputa por el sargento Grischa", de Arnold Zweig.
El escritor alemán de cultura y origen judíos Arnold Zweig no tiene nada que ver con el mucho más famoso Stefan Zweig, sólo coincide el apellido, poco más. Arnold huyó del nazismo temporalmente en Palestina, entonces bajo autoridad británica, pero regresó a Alemania, concretamente a la República Democrática, donde encontró acomodo social y profesional, llegando a ser presidente de la Academia de las Letras de aquel país comunista. Tan solo he leído esta novela de este Zweig, pero su prosa es muy arcaizante, teniendo en cuenta que esta novela fue escrita en el periodo de entreguerras. A mí, con esa prosa lenta, adjetivada, llena de frases subordinadas, de digresiones argumentales que ralentizan la lectura, me ha recordado, digo, a Tólstoi. En cualquier caso, a diferencia de Stefan Zweig, quien disfrutó de gran éxito profesional en la Viena imperial (del Imperio Austrohúngaro, claro), para luego huir de Europa y del nacionalsocialismo, buscando horizontes más acogedores en Brasil, aunque nunca llegó a superar los derroteros autoritarios y belicistas que tomaba Europa, consumando su suicidio en 1942; Arnold Zweig, merced a su carné del Partido Comunista de la RDA, medró notablemente, encontrando un feliz pesebre en el ámbito académico de Alemania del Este. Arnold pasó a la historia como un escritor políticamente comprometido, denunciante del racismo, como judío; del capitalismo, como comunista; del imperialismo, como izquierdista... De hecho, esta novela se considera paradigma de la denuncia del imperialismo y militarismo prusianos. Lo cierto es que yo no he encontrado nada de ello, ahora lo explico.
La disputa por el sargento Grischa está ambientado en la Guerra del 14, en la que el propio Zweig fue combatiente, concretamente en el lado prusiano del frente con Rusia, cuando ésta, por mor de la Revolución de 1917, se retiraba de la contienda. En esos tira y afloja, un sargento ruso, el tal Grischa, se encuentra en un campo de prisioneros prusiano; otra prisionera rusa, Babka, se enamora del desafortunado sargento, manteniendo una relación amorosa y pasional entre las alambradas. La rusa, más corajuda como mujer, convence a Grischa para que huya aprovechando la identidad de otro ruso, Byuschev y huya hacia el Este. El sargento, más pusilánime como hombre, acepta y huye con falsa identidad, pero es detenido pocos días después de vagar por los extensos bosques de Europa Oriental. Y, claro, es detenido como el tal Byuschev, quien estaba siendo buscado bajo la grave acusación de ser espía, lo que está penado con la muerte. Y así, como quien no quiere la cosa, la situación de Grischa ha pasado de estar retenido en una cómoda prisión militar en la que sólo tenía que dejar pasar el tiempo hasta la amnistía final, a ser considerado espía y estar condenado a muerte. Por supuesto, el sargento junta Roma con Santiago para demostrar su inocencia, que él es Grischa y no Byuschev, que no era espía en ningún caso. Y es ahí cuando la famosa intransigencia prusiana (aquella "cabeza cuadrada" de los alemanes) lleva a una burocracia sin fin que obliga a argumentar y contraargumentar las razones por las que Grischa ha de morir por los pecados de Byuschev, que no se puede incoar un nuevo expediente, que lo escrito, escrito está. Por otro lado, la estúpida jerarquización militar lleva a competir a dos generales prusianos entre sí, indiferentes a la suerte del sargento ruso, pero muy pendientes de su enfrentamiento personal, que no durarán en jugar con Grischa como si éste no tuviera sentimientos. Lo cierto es que el sargento acabará siendo fusilado, ante la indiferencia de una Europa que ya ha visto muchos cientos de miles de muertos; uno más, qué más da.
En fin, la novela se hace bastante larga, a pesar de que no llega a quinientas páginas, pero su ritmo, su tempo es lento y prolijo, con muchas divagaciones y disquisiciones sobre la condición humana, el estamento militar y la estupidez del "mono con pantalones". Lo cierto es que, como antes decía, la novela no resulta especialmente antibelicista, ni antiimperialista, y si el bueno de Arnold Zweig llegó a altas cotas de poder en el ámbito académico de la República Democrática Alemana lo sería más bien por otros trabajos, supongo acertados y agudos, pero no por esta novela. Es ésta una novela interesante, valiosa, pero no excepcional. Quizá el inconfundible compromiso político comunista de Zweig que lo aupara en su momento lo ha llevado al ostracismo actual, al menos fuera de Alemania, pues no es fácil encontrar traducciones al español (por supuesto, antiguas, ya que está totalmente descatalogado) y probablemente a otras lenguas. En todo caso, sí hay una denuncia de esa burocracia sin corazón que siempre plaga todos los países y sociedades, pero mucho más cuando se encuentran inmersos en la más animalesca de las actividades humanas, la guerra.
domingo, 23 de febrero de 2025
Décimo concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de García Ascot, Nielsen y Schumann.
En el día de ayer fue Pablo González, director asturiano, el encargado de dirigir a la OSCyL, mientras que el puesto solista, en la flauta travesera, fue para el suizo Emmanuel Pahud. Obras de la compositora madrileña Rosa García Ascot, de la llamada Generación del 27 musical; de Carl Nielsen, compositor danés a medio camino entre el Romanticismo tardío y el atonalismo; y Robert Schumann, compositor alemán plenamente romántico.
Los musicólogos incluyen a Rosa García Ascot en el llamado Grupo de los Ocho, que engloba, por ejemplo a los dos hermanos Halffter y otros prominentes compositores que equivaldrían en música a la literaria Generación del 27, grupo que, ya se sabe, sufriría en sus carnes la Guerra Civil y una posguerra culturalmente aplastante. Tanto es así, que García Ascot se exilió al comenzar la contienda en México, regresando en 1965. La obra representada ayer por la OSCyL fue Cielo bajo, una pequeña obra sinfónica de apenas cuatro minutos, preñada de sensibilidad y refinamiento. Hay que reconocer que esta composición carece un tanto de energía y fuerza, pero presenta una delicadeza notable. A mí me recordó, salvando las diferencias de calidad a favor del inglés, a las composiciones de Ralph Vaughan Williams, ejemplo de etérea sensibilidad.
Carl Nielsen vivió una época de cambios (¿cuándo no lo es?). Nacido en 1865, su juventud se ve inmersa en el dominio del Posromanticismo, con autores como Rajmáninov, Mahler o Bruckner, pero su madurez pertenece al Modernismo musical, que abandona lenta pero decididamente el tonalidad. A un servidor, claro está, le interesa mucho más la primera etapa, pero, desgraciadamente, ayer se interpretó el Concierto para flauta y orquesta, FS 119, escrita en 1926, que se acerca a la atonalidad (o, más bien, una cierta "experimentación tonal") que supone una digresión con la flauta que a veces rompe con el hilo general de la composición. Es por ello una obra que deja un tanto desconcertado al público, aunque se puede apreciar el virtuosismo del solista a tutiplén, en este caso al flautista Emmanuel Pahud, que se llevó un soberbio aplauso cuando, en el bis, interpretó a Debussy.
Ya después del descanso, el plato fuerte, Schumann, concretamente la Cuarta sinfonía en re menor. Antes de deleitarnos con la genialidad del compositor alemán, el director, Pablo González, argumentó por qué se eligió la revisión de 1851 y no la original de 1841. González adujo que la revisión posterior, también de Schumann, claro, añade a la composición inicial la fuerza juvenil, la pasión y el sentimiento desbordado que tuvo el propio Robert Schumann en sus años de juventud. Hoy, gracias a los avances de internet, es fácil escuchar las dos versiones para poder comparar, y es cierto que la revisión tiene más potencia que el original, especialmente en el primer movimiento, que tiene una genialidad difícil de alcanzar. Por contraste con éste, los movimientos intermedios son un tanto desvaídos, mientras que el cuarto y último retoma el tema principal del primero, volviendo a esa energía desbordante tan típica del Romanticismo musical. Parece ser que, ya en su época, la revisión concitó mayor entusiasmo que la versión original, quedando aquélla como la más representada, mientras que la original sólo se representa, parece ser, como comparación y poco más. En todo caso, como decía, el primer movimiento de la Cuarta sinfonía de Schumann ha quedado como ejemplo de la genialidad de este atribulado hombre, paradigma de lo que antes se conocía como el atormentado carácter del genio musical, con periodos brillantes y otros de depresión, que hoy llamamos "trastorno bipolar" y que lo llevó, tras un intento de suicidio, a morir a la temprana edad de cuarenta y seis años.
Como conclusión diré que los que programan estos conciertos han vuelto a conseguir uno de sus objetivos principales: que sea suficientemente contrastante como para gustar a la mayor cantidad posible de público y para mostrar la variedad musical que se puede dar en apenas setenta y tantos años (los que van desde la revisión de la Cuarta sinfonía de Schumann, 1851, hasta la de Cielo bajo de García Ascot, 1924). Eso sí, programados a la inversa, para que el verdadero plato fuerte, la sinfonía de Schumann, deje el espléndido sabor de boca que dejó ayer a los espectadores del Auditorio Miguel Delibes.
domingo, 16 de febrero de 2025
"Justicia", de Friedrich Dürrenmatt.
¡Qué mala idea es aceptar recomendaciones en lo referente a lecturas! Al menos cuando uno tiene cincuenta y tantos años, es lector asiduo desde hace más de cuarenta y tiene una biblioteca propia de casi dos mil libros. Sí, es un error aceptar recomendaciones. No quiero ser pretencioso, sé que me dejo muchas cosas en el tintero, sé que, por ejemplo, mi manía de no leer nada contemporáneo me está privando de conocer autores valiosos e interesantes, pero, habiendo tanta calidad en lo pretérito, ¿para qué arriesgarme? Porque tengo claro que en los últimos decenios, la industria editorial es tan potente que lanza al estrellato a mediocres "juntaletras", generalmente ya famosos, tales como presentadores de televisión, personalidades destacadas... gentuza, en definitiva, que quieren dar algo de lustre cultural a su lamentable periplo vital.
Bien, toda la parrafada anterior, un tanto agresiva, me temo, viene a cuento porque he sufrido una desilusión supina con un autor que, según parece, es muy conocido y admirado en toda Europa. El fulano en cuestión se llama Friedrich Dürrenmatt, fue un escritor suizo especializado en novela policíaca (esto ya debía haberme alertado, pues no soporto la llamada "novela negra") y vendió miles de ejemplares de sus novelas en las últimas décadas del pasado siglo. El consejo me lo dio la misma persona que me recomendó a Leonardo Sciascia, también autor de novelas policiacas, pero que me pareció de bastante calidad. Bueno, ahora he acabado de leer (con muchísimo esfuerzo, he de reconocer) Justicia, de Dürrenmatt, y me ha parecido francamente infumable.
De Justicia no me ha gustado nada, ni el argumento, ni los temas tratados, ni la forma en que está escrita. Con respecto a esto último, a la forma, me parece una novela totalmente deslavazada, sin estructura, con una prosa pretenciosa y artificial que no consigue elevarse sobre el nivel que usaría un mal estudiante de bachillerato. Es evidente que, sobre todo en este subgénero de narrativa, las analepsis y prolepsis son necesarias para narrar hechos del pasado desde el presente, pero Dürrenmatt lo hace tan mal que no se sabe a ciencia cierta en qué momento de la narración se encuentra uno. La prosa, como decía antes, está artificialmente hinchada, resultando artificiosa y afectada. Los personajes son marginales a más no poder, que no lo critico, es muy frecuente en la literatura de las últimas décadas, pero a mí me sigue resultando incómodo leer en primera persona la vida de un alcohólico, aficionado a las prostitutas y finalmente, suicida, aunque ya sé que esto da mucho morbo a ciertos lectores. A mí, no, ninguno.
El argumento se basa en un asesinato que no es tal como se ha contado en sede judicial. Un consejero cantonal (se supone que equivalente a un ministro o consejero autonómico aquí) ha entrado, aparentemente, en un restaurante y ha descerrajado un par de tiros a un famoso profesor universitario. El tal consejero cantonal encarga a un abogado marginal en situación de total abandono profesional y personal, el que narra todo en primera persona, Spät, para que demuestre que él no es el asesino, aunque se hubiese "autoinculpado" en el juicio. De ahí en adelante todo es un desbarrar en ámbitos marginales del abogado en cuestión, hasta descubrir la verdad. Es curioso, pero, según leo este breve resumen del argumento (que es semejante al de la contraportada del libro) parece incluso prometedor, pero puedo asegurar que está tan mal narrado que no lo es, convirtiéndose todo en una lectura farragosa y sin interés.
Con respecto a los temas, Dürrenmatt toca algo de la sociedad suiza en su novela, especialmente los estereotipos nacionales más manidos, como ése que todos hemos escuchado según el cual Suiza es un Estado policial auspiciado por sus propios ciudadanos, o que los suizos tienen como motivo fundamental de su vida ganar dinero sin interesarse lo más mínimo por lo que pasa fuera de sus fronteras.
En fin, creo que es una de las peores novelas que he leído en los últimos tiempos. Si he conseguido acabarla es porque apenas son más de doscientas páginas y por el afán de encontrar algo que la salve. No lo he encontrado. No recomiendo la lectura de esta novela ni de este autor.
sábado, 15 de febrero de 2025
Inciso musical: noveno concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Hugh Wolff. Obras de Lena Frank, Shostakóvich y Sibelius.
Ayer la OSCyL estuvo dirigida por el francés de origen estadounidense Hugh Wolf, mientras que la interpretación solista estuvo a cargo del israelí de origen ucraniano Vadim Gluzman. Las obras representadas, una vez más, notablemente contrastantes, fueron desde la contemporaneidad étnica de Gabriela Lena Frank, pasando por el vanguardismo "personalísimo" de Shostakóvich, hasta el postromantticismo de Sibelius.
El mestizaje cultural es, claro está, beneficioso en cuanto a la creación de nuevas formas y estilos. Y muchas veces, ese mestizaje cultural se fomenta por el puro mestizaje biológico. Ese es el caso de Gabriela Lena Frank, quien, siendo estadounidense de nacimiento y crianza, tiene antecedentes lituano-judíos por su padre y peruano-chinos por su madre, ¡ahí es nada la mezcla! Tanto es así, que es considerada una suerte de "antropóloga musical", buscando raíces musicales especialmente por Latinoamérica y experimentando con ellas. La obra representada ayer en el auditorio Miguel Delibes, Escaramuza, está inspirada en una danza atávica de los campesinos peruanos, elevada al rango de música culta por una instrumentación que recae exclusivamente en las cuerdas y la percusión. Nada menos que cinco músicos de percusión indica la fortaleza rítmica de la obra, que se puede comprender con un inicio y final con solos de bombo. Así pues, es una "danza tribal vertiginosa y siniestra" que plasma una celebración religiosa local. Su belleza melódica es discutible, pero su fuerza rítmica no, siendo ésta la principal característica de la obra. Un plato picante para comenzar el concierto de ayer.
Después tocó el turno de Dmitri Shostakóvich, un autor amado y odiado a partes iguales, y no sólo en nuestros días, también por las autoridades de su sufrido país en su época. Porque, de todos es bien sabido, el bueno de Shostakóvich pasó por brutales altibajos a lo largo de su vida, desde la admiración absoluta de los gerifaltes soviéticos y su promoción como héroe patriótico, hasta la denuncia y amenaza con acabar en un gulag. En fin, la Unión Soviética es lo que tenía, sensibilidad y respetos a los derechos humanos no eran su fuerte. En todo caso, para ser justo, hay que admitir que en toda época los compositores pasaron por distintos avatares que supusieron adversidades notables en sus capacidades creativas, pero tanto como estar amenazado de muerte por el propio Estado... eso ya era casi exclusivo del régimen soviético. En fin, lo cierto es que los vaivenes compositivos de Dmitri Shostakóvich no se sustrajeron a estas fluctuaciones políticas, modificando artificiosamente su estilo. Esto es especialmente notable en tiempos de Stalin, cuando cualquiera podía perder la vida por un "quítame allá esas pajas", incluso aunque uno fuera un aclamado compositor. Afortunadamente, la obra interpretada ayer, el Concierto para violín y orquesta nº 2 en Do sostenido menor, opus 129, fue escrita en 1967, cuando el tirano georgiano había muerto. Obviamente, todo "concierto para..." supone un ejercicio de glorificación del instrumento y del instrumentista en concreto, pero este concierto lo es más aún, pues el propio Shostakóvich lo compuso para su amigo el violinista Isaak Gilkman. Es, pues, una obra para la glorificación del virtuosismo del violinista, papel que ayer Vadim Gluzman cumplió más que sobradamente. El estilo desgarrado y obsesivo del ruso también forman parte de las melodías del concierto para violín y orquesta nº2, opus 129, así como las melodías de origen popular judío, a las cuales era muy aficionado. No es fácil de digerir, como todo lo de Shostakóvich, pero es un espectáculo ver y escuchar los esfuerzos del violín solista para adecuarse a la exigente partitura.
Y nada más contrastante tras Shostakóvich que la Sinfonía nº 2 en re mayor, opus 43 de Jean Sibelius. Es ésta una obra melódica, poco rítmica, con entonaciones dulces y amables, en absoluto discordantes. Se inicia con un Allegretto que contiene esa melodía con un tono "desenfadado y pastoral" que lo reconcilia a uno con la existencia, algo así como la Sexta sinfonía de Beethoven; continúa con el movimiento más sombrío y dramático de la obra, tempo que el propio Sibelius consideró que reflejaba la dura dominación rusa de su país, Finlandia, tanto es así que en ese país nórdico la obra fue rebautizada como la "Sinfonía de la independencia"; prosigue con un scherzo vigoroso; para acabar con un Allegro moderato que propone el discurso triunfal y majestuoso. En toda la obra, el oboe tiene un papel preponderante, especialmente en ese tema desenfadado al que hacía alusión antes. Es, en conjunto, una obra amable pero no exenta de fuerza y vigor, ejemplo claro de lo que una sinfonía debe ser, y las obras que más gusta escuchar en un auditorio sinfónico, con toda la orquesta dando el do de pecho, un verdadero espectáculo.
martes, 11 de febrero de 2025
"En el país de jauja", de Heinrich Mann.
Al terminar de leer esta excelente novela me han venido dos cosas a la cabeza: una, la injusticia que supone que un familiar cercano eclipse el talento de otro, en este caso el de su hermano, el premio Nobel, Thomas Mann; otra, la desgracia que supone que extraordinarios autores como Heinrich Mann pasen al olvido, así, mientras sus obras quedan descatalogadas y son casi imposible de encontrar la industria editorial sigue pujante y publicando basura a troche y moche. En realidad, las dos ideas están relacionadas, pues de Thomas Mann podemos encontrar en las librerías casi toda su obra, al menos lo más señero; tal vez venda poco, pero se lo puede leer. Por el contrario, Heinrich Mann ha pasado al olvido y muchas de sus novelas no serán vueltas a publicar jamás, al menos en otras lenguas diferentes del alemán. Es lamentable porque no hay un salto cualitativo tan grande entre ambos hermanos. Creo haber expresado por activa y por pasiva mi admiración hacia Thomas Mann, su prosa lenta que describe con minuciosidad personajes y ambientes, como un verdadero notario de la sociedad de su época, anticipando los conflictos sociales que acaecerían pocos decenios después. Pero, leyendo a Heinrich se encuentra uno con todo eso y en la misma calidad; se podría, incluso, asemejar su obra tanto que si no se hiciese caso a los diferentes nombres, podría pasar por obra de un solo autor. Eso me lleva a ese viejo pensamiento mío según el cual, o estos grandes premios, el Nobel por excelencia, son merecidos por muchos más o es muy injusto su reparto.
Bien, sea como sea, he conseguido una copia de En el país de jauja, cuyo título original es "Im Schlaraffenland", que se traduciría literalmente como "En la tierra de la leche y la miel", es decir, "En la tierra de la abundancia". El título finalmente elegido hace honor perfectamente a lo que Mann quería decir, pero quizá es muy coyuntural. Hoy en día, pocos jóvenes utilizarían esa expresión popular tan común generaciones atrás de "esto es jauja", con lo que quizá haya quedado un tanto pasada de moda. Se entiende en todo caso y transmite esa sensación de una vida de plenitud y abundancia, de lujo y desenfreno en la que temporalmente vive el protagonista principal.
El argumento de esta novela es, grosso modo, el siguiente: un joven renano, Andreas Zumsee, llega a Berlín con la ambición de llegar a ser escritor de éxito, para lo cual buscará un puesto de redactor en un periódico local. Esa pretensión choca con la cruda realidad al encontrarse con mil puertas cerradas, multitud de jóvenes aspirantes en su misma situación y el desprecio de los directores de esos periódicos, hartos de tanto joven ingenuo que viene de provincias con grandes anhelos y nula capacidad. Así, pues, Andreas es rechazado y expulsado de ese mundo profesional. Sin embargo, alguien le recomienda la influencia que podría proporcionarle un banquero, muy activo en el ámbito social, llamado Türkheimer, de evidente origen judío, por cierto. Andreas, ni corto ni perezoso, buscando cumplir aquel refrán que reza algo así como "quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija", se presenta con su facha de joven pobre y voluntarioso en casa del banquero. Y a partir de ahí, todo cambia...
El joven Andreas Zumsee cae en gracia a los Türkheimer, mejor dicho, a ella, a Adelheid, quien tiene por costumbre buscar jóvenes a los que proteger y promover a cambio de que la sigan haciendo creer que ella es joven y apetecible, vamos, que lo convierte en su amante. Así, la cuarentona Adelheid Türkheimer toma como favorito a Andreas, lo saca del arroyo, lo viste lujosamente, le pone en contacto con la mejor sociedad berlinesa, le proporciona un lujoso piso en la mejor zona de la ciudad y lo promociona como autor teatral. Así, Andreas llega a tocar el cielo con sus manos. No solamente es escritor de éxito, sino que llega a escribir obras teatrales que serán representadas con gran éxito de público y de crítica en los más importantes teatros del país. Obviamente, los Türkheimer están detrás de todo ello. Detrás de las finanzas de Zumsee también está el banquero, quien aconseja su entrada en bolsa con los mejores consejos de quien está acostumbrado a ganar siempre. De ese modo, Andreas Zumsee vive en el país de jauja, todo le sonríe, éxito personal, profesional, es envidado por todos... Pero, claro, todo tiene un fin.
Y el fin viene de las veleidades del joven Zumsee, que, siendo el protegido de los Tükheimer, no entiende que no ha de morder la mano del que lo alimenta. El banquero, al igual que su mujer, también tiene su "amiguita", una joven humilde a la que "pone" una lujosa villa y regala vestidos y caprichos sin fin. Pues bien, esta chica y Andreas cometen el gravísimo error de convertirse en amantes, peor aún, lo hacen a la vista de todos, dejando en ridículo a los Türkheimer. Y esto no puede quedar así. Toda la sociedad sabe que los Türkheimer tienen sus respectivos "protegidos", pero hasta ahora se había mantenido en secreto y con discreción, ahora la evidencia lo ha convertido en escándalo. La influencia del banquero herido en su dignidad hace que Andreas Zumsee sea desposeído de todo: de la noche a la mañana la alta sociedad berlinesa no acepta más al joven advenedizo, las acciones de bolsa no hacen más que perder, sus obras de teatro no vuelven a ser representadas... Cae de nuevo al arroyo. Algo semejante ocurre con ella, con la joven amante del banquero, es desposeída de su villa, debido a las grandes deudas que contraía sin control alguno, y es expulsada de la "buena sociedad". El castigo que les impone Türkheimer será, al final, semejante al de Sísifo, pues les condena a llevar vidas rutinarias de trabajo y precariedad, la vida que les habría tocado en suerte si no hubiera sido por ellos: Andreas y la pequeña Matzke (la ex-amante del banquero) se casarán entre sí, él obtendrá un humilde empleo de redactor en un periódico local y ella se convertirá en ama de casa.
Heinrich Mann. Imagen tomada de Wikimedia Commons
El argumento es, pues, interesante y tiene mordiente social más que de sobra, pero lo mejor es la genialidad narrativa de Heinrich Mann, cómo muestra la llegada del chico a la gran capital, sus primeras desilusiones, el trato con los grandes de esa sociedad, su imparable ascenso social, el éxito absoluto, y la caída de nuevo al punto de partida. En apenas poco más de trescientas páginas, Mann hace un retrato fidedigno de la sociedad de su momento, con sus miserias, sus hipocresías, sus falsedades y su oropel. Esta novela no desmerece en nada a las grandes narraciones de su hermano Thomas, tiene tan excelente descripción psicológica de los personajes como La montaña mágica o La muerte en Venecia. Como decía antes, es lamentable que autores tan excelentes como Heinrich Mann hayan quedado arrumbados por éxitos fraternos y por la desidia editorial que prefiere publicar novelas sin interés.
martes, 28 de enero de 2025
"Amor se escribe sin hache", de Enrique Jardiel Poncela.
Las etiquetas, en principio, no son más que meros nombres que ponemos a las cosas. Supongo que es la necesidad de simplificar y facilitar el conocimiento de todo, la razón por la que se usan tanto. Enrique Jardiel Poncela está "etiquetado" como dramaturgo, a pesar de que también escribió narrativa e incluso ensayo; sin embargo, parece que está bien catalogado como tal. Y no sólo porque haya tenido mucho más éxito con sus obras de teatro que con sus novelas, relatos y ensayos, sobre todo porque sus comedias son muchísimo más interesantes que el resto de sus obras. Amor se escribe sin hache es ejemplo de esto que digo: probablemente ni siquiera habría sido publicada si no hubiera tenido un éxito tremendo con obras de teatro como Eloísa está debajo de un almendro, Carlo Monte en Monte Carlo, Cuatro corazones con freno y marcha atrás o Los ladrones somos gente honrada. Si se echa un ojo a la producción literaria de Jardiel se sorprende uno de la cantidad de relatos y novelas que escribió y lo poco conocidos que son. Amor se escribe con hache no está mal escrita, ni mucho menos, pero seguro que si fuera una comedia habría tenido más mordiente, y como consecuencia, más éxito. Da la sensación de que la novela se le alarga demasiado al autor, que no acaba de tener la experiencia suficiente como para darle un cuerpo apropiado. Hay que recordar, no obstante, que la escribió en 1928, con menos de veintisiete años, con lo que la falta de experiencia puede ser literal. En todo caso, en Amor se escribe con hache se aprecia la mordaz ironía de Jardiel Poncela, su genial burla hacia todo lo establecido, su gusto por el humor absurdo y el uso del doble sentido y la comicidad del lenguaje. Ese sí que es el mismo Jardiel, ya sea en teatro o en narrativa.
Argumento de Amor se escribe con hache: Lady Sylvia Brums, británica, ninfómana ("amó a toda la servidumbre que se afeitaba") se casa con un español, Arencibia, quien, como es de suponer no puede satisfacer las ansias concupiscentes de su mujer. El bueno de Arencibia se limita a escribir una carta a los amantes de su mujer, presentándose y recordándoles que no les guarda rencor alguno. Cuando la pobre Lady Sylvia comienza, por la edad, a tener problemas para encontrar amantes que la requiebren se decide a buscarlo en los anuncios del diario. Así encuentra a Elías Pérez Seltz, Zambombo, otro español, sorprendido por los requerimientos amatorios de tan extraña dama. De ahí en adelante se producen los encuentros amatorios entre Zambombo y Sylvia, la cual se enfría rápidamente cuando no hay novedad en un plazo corto de tiempo. Como consecuencia, Zambombo y Sylvia viajan por París (la ciudad del amor), Londres (y su glamour) y hasta una isla desierta del Pacífico. Finalmente, como era predecible, Sylvia se cansa de Zambombo y desaparece. Él vuelve a España, desanimado de Sylvia, pero sobre todo del amor, aquí se encontrará con un antiguo amigo que le hará partícipe de una herencia millonaria. Finaliza la novela con una disertación sobre el amor, llegando a la conclusión de que todo lo importante en la vida se escribe con hache (se ponen numerosos ejemplos para atestiguarlo), y, como amor no se escribe con hache, el amor no es importante. Esto último, claro, explicita el título.
El argumento es, pues, estrambótico cuando no absurdo, lleno de situaciones cómicas inverosímiles, equívocos léxicos y personajes ridículos. Pero lo más importante no es el argumento, sino los temas que Jardiel cultiva en su novela.
El tema principal es la burla de las novelas rosas que tan en boga estaban en las primeras décadas del siglo pasado. En esas novelas el amor era una fuerza inconmensurable que arrastraba a los personajes hasta heroicidades increíbles. Todo muy ingenuo, ñoño, previsible y pueril. Pero esas novelas rosas, que como digo estaban de moda en tiempos de Jardiel Poncela, han seguido teniendo su público, mayoritariamente femenino, hasta la actualidad, un ejemplo evidente es la superventas Corín Tellado, quien publicó decenas de esas novelas desde finales de los cuarenta hasta el cambio de siglo. En fin, pues Jardiel, al igual que hizo en su comedia teatral ¡Madre! (el drama padre), pone en solfa esas novelas cursis para adolescentes.
Por otro lado, la novela resulta bastante avanzada, incluso temerariamente avanzada, para haber sido publicada en 1929, años en los que la censura dominaba para mantener la "decencia editorial". Se plantea en la novela el entonces llamado "amor libre" como práctica habitual, por no hablar de los cambios de pareja, la sexualidad desinhibida sin el más mínimo interés procreativo, etcétera. Una vez más, Enrique Jardiel Poncela se adelantaba a su tiempo y, supongo, se ganaría la enemistad eterna de líderes sociales y políticos de la época que lo verían como un perverso revolucionario.
Como conclusión diré que la novela no está mal, si bien, como afirmaba al principio, hubiera dado mucho más juego si fuera más corta y, sobre todo, si se hubiera escrito como comedia teatral.
domingo, 26 de enero de 2025
"What a Poem Feels Like", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).
Inciso musical: séptimo concierto de temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Frank Martin, Schumann y Beethoven.
Ayer tuvo lugar el séptimo concierto de la temporada 2024-2025 de la OSCyL, dirigida por Thierry Fischer, se interpretaron obras de Frank Martin, Robert Schumann y Ludwig van Beethoven. Inicialmente estaba prevista la actuación de la chelista Alisa Weilerstein, pero, por razones de salud, fue sustituida por Daniel Müller-Schott, cambiándose el Concierto para violochelo "Dzonot" de Gabriela Ortiz por el Concierto para violonchelo en la menor, opus 129 de Robert Schumann.
El director oficial de la OSCyL, Thierry Fischer, suizo de nacimiento, es un gran defensor y promotor de su compatriota, el compositor Frank Martin. Ha programado ya varias obras suyas tanto con la OSCyL en su sede, el Auditorio Miguel Delibes, como con otras orquestas y otras salas de concierto. Hoy se ha interpretado la Pavana "Coleur du temps", compuesta en 1920, de poco más de siete minutos de duración, que, como toda pavana, es un baile lento de melodías suaves, graves y rítmicas. Parece ser que Martin diseñó inicialmente esta pavana para un quinteto de cuerda, siendo adaptada en varias ocasiones para otras configuraciones, hasta llegar a su adaptación para una orquesta sinfónica completa. Es una obra con una melodía amable, con su ritmo repetitivo pero no cansino. Según los musicólogos, Martin se inspiró en un cuento infantil recogido por Charles Perrault, Piel de asno, con su princesa triste y desgraciada, maltratada por su padre, el rey, y la aparición final de un príncipe azul. Yo, que no conocía el cuento, no he conseguido encontrar una relación directa con la suave melodía de Martin, pero supongo que lo que tiene en la cabeza el compositor es distinto de lo que tengo yo.
Tras esa breve obra, el Concierto para violonchelo en la menor, opus 129 de Robert Schumann. ¿Y cómo fue? Fatal, oiga, fatal. La orquesta, su director, el chelista y todo lo demás estuvieron fantásticos, pero un servidor no. Al poco de comenzar su interpretación sufrí un violento ataque de tos, de esos que no se pueden tener en un auditorio de música clásica, y tuve que salir apresuradamente de la sala para no molestar al resto de espectadores. Afortunadamente, mi localidad está situada muy cerca de una salida y no tengo que molestar a nadie para salir, con lo que mi indisposición pasó desapercibida para todos. Ya en la soledad del foyer pude aliviar mi inoportuno picor de garganta y toser a gusto. El paso del tiempo y un humilde caramelo hicieron el resto.
Recuperado de tan incómoda adversidad, pude volver a la sala para disfrutar del plato principal del día, la Sinfonía nº 5 de Beethoven. Y la verdad es que la genialidad del maestro de Bonn me hizo olvidar el incidente rápidamente. ¿Qué decir de la Quinta sinfonía de Beethoven? Pues, por lo menos, que es asombrosa la capacidad que tenía el genio sordo para combinar enérgicas y heroicas melodías que apabullan a cualquiera con su grandiosidad con tonalidades suaves, sutiles y acariciantes unos segundos después. Los musicólogos incluyen esta sinfonía en su periodo intermedio, el heroico, época de cambios con la progresiva sordera que le acuciaba. Así, las melodías denotan esa lucha interior, esa crisis en la cabeza de un gigante que habría de generar, sin embargo, algunas de las piezas más hermosas que la humanidad ha conocido. La Quinta sinfonía está estructurada en cuatro movimientos. El primero, Allegro con brio, se inicia con unos de los arpegios más conocidos de todos los tiempos. Sí, ese "pa-pa-pa-chán" (perdón por la chabacanería) que hasta los que no escuchan jamás música culta han escuchado decenas de veces e incluso asocian a Beethoven; el resto del movimiento es grandioso, con una fuerza rítmica implacable, con arrebatadores crescendos que embelesan al más frío. El segundo movimiento, Andante con moto, son dos temas musicales que se alternan, uno interpretado por todas las cuerdas y el otro por el viento madera. Continúa con un Scherzo, Allegro que incorpora el ritmo como elemento principal, lo normal en un baile. Finaliza con el cuarto movimiento, Allegro, con una conclusión exhilarante y triunfante que devuelve el carácter heroico a toda la obra. Desde luego, el viento-metal está muy presente, pero hay que asombrarse de la fuerza brutal que tiene la Quinta sinfonía sin casi percusión (sólo los timbales). Esta sinfonía no es la más optimista de Beethoven (lo es, sin duda, la Sexta sinfonía, la Pastoral, mi favorita) pero la fuerza de sus melodías la convierten en un patrimonio cultural de la especie humana. Ahora que escribo esto me doy cuenta de que la existencia de genios como Ludwig van Beethoven lo hacen recuperarse a uno de la profunda misantropía que padezco desde la adolescencia, al fin y al cabo, si Beethoven fue humano y compuso estas maravillas para nuestro deleite, no serán tan malos los seres humanos, ¿no?
Inciso musical: concierto de la Orquesta Nacional de España. Auditorio Nacional, Madrid. Obras de Brett Dean y Rajmáninov.
Dos obras lejanas en el tiempo y el estilo (contrastantes, que dicen) las representadas en el Auditorio Nacional de Música, sede habitual de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE), dirigida la orquesta por su habitual batuta, Jaime Martín. El concierto comienza con In spe contra spem (Esperar contra toda esperanza) del compositor australiano contemporáneo Dean Brett, y terminará con la Sinfonía núm 2 en Mi menor, opus 27 de Serguéi Rajmáninov.
Brett Dean, además de compositor, fue violista de la Filarmónica de Berlín durante catorce años. Antes de ayer, por cierto, estaba en la sala. La obra representa de una forma muy operística la terrible relación entre María Estuardo, reina de Escocia, y su prima Isabel I de Inglaterra, allá por el siglo XVI. María Estuardo, católica, fue reina de Escocia hasta que enviudó de Francisco II de Francia, rey consorte de Escocia. Tras un complot, María fue encarcelada a instancias de Isabel I de Inglaterra, su prima, quien la acabaría decapitando. Parece ser que María Estuardo buscaba la protección de su prima, y ésta, considerando que podía ser una amenaza, no se la ofreció. Los cargos por los que María fue ejecutada fueron los de conspirar para asesinar a Isabel I. Una historia de intrigas palaciegas, pues, propias de la época, con su punto de brutalidad habitual. Sin embargo, se encontraron unas cartas en las que María solicitaba la gracia a Isabel, pidiendo clemencia, aludiendo a su relación de primas. Lo cierto es que ambas mujeres, quizás las más poderosas del mundo en la época, no llegaron a conocerse jamás. En fin, la historia es brutal y sórdida, pero en tiempos posteriores se le dio un baño romántico y literario: la obra de Lope de Vega, Corona trágica, narra los hechos, como también lo harían Schiller o Stefan Zweig. Bien, pues a esos tremendos hechos les pone música Brett Dean. Se trata de una obra profundamente dramática, no podría ser de otro modo narrando esa historia, con melodías discordantes. Dos sopranos, Jennifer France y Emma Bell, representarán a Isabel I y María Estuardo respectivamente. Gran diferencia de potencia de voz entre ambas, siendo la primera una soprano ligera y la segunda una soprano lírica, dando así mayor dramatismo a la voz de María Estuardo, quien va a ser ejecutada por su prima. En general es una obra de gran lirismo, de un patetismo terrible, hasta el punto de que se hace un tanto incómoda de escuchar.
Después del descanso le toca el turno a Rajmáninov y su Sinfonía número 2. Los de la OCNE unen la primera parte del concierto con la segunda haciendo una interesante reflexión acerca de la "prisión interior". En el caso de María Estuardo no hay duda de esa prisión, que no es precisamente "muy interior", sino real y tangible, vamos, hasta la decapitación... ¿Y con Rajmáninov? Bueno, con el compositor ruso recuerdan que vivió atribulado por una falta de fe en sí mismo y confianza a pesar de su enorme talento, parece que también como pianista además de como compositor. Según los musicólogos, Rajmáninov fue un hombre de "sensibilidad extrema y carácter nostálgico, atenazado por una continua sensación de inseguridad económica". Todo eso es bien posible, incluso probable, pero tal vez tuvo algo que ver su amada patria. Espero que no me tilden de "rusófobo", pero lo cierto es que son muchos los compositores, escritores y artistas que han encontrado la paz y valoración necesarias para crear su arte huyendo hacia el Oeste desde Rusia; esto en cualquier época. El propio Rajmáninov salió de Rusia y se radicó temporalmente en Dresde, Alemania, para componer su Sinfonía nº 2 en 1907; tras la Revolución Rusa de 1917 no volvería a pisar su tierra natal, muriendo en California en 1943. Bueno, no sé, pero si fuera así, al carácter taciturno y depresivo del bueno de Serguéi no le vendría bien precisamente la dureza de Rusia (y no estoy hablando del clima). Sea como fuere, la Sinfonía nº 2 sí tiene un tono melancólico, esperable teniendo en cuenta que es modo menor, concretamente en Mi menor. De los cuatro movimientos, el más famoso es el tercero, Adagio, que es la típica melodía romántica, melosa y ensoñadora, siendo interpretado por un corno inglés, llegando a su máximo patetismo, (el corno inglés, como todos los oboes, tiene una capacidad de plasmar sentimientos verdaderamente extraordinaria). La Sinfonía nº 2 de Rajmáninov, a diferencia de la obra de Brett Dean, es una composición dulce, amable, afable y agradable, aunque tiene sus momentos de tensión musical.
En definitiva, un concierto contrastante, según el gusto de cada uno, para mí mucho más interesante la segunda parte, pero para gustos... Eso sí, una pequeña queja: no sé cuantas veces habré ido al Auditorio Nacional, más de diez veces seguro, había estado en el patio de butacas y en el primer anfiteatro; esta vez, por comprar demasiado tarde la entrada, me tuve que conformar con el segundo anfiteatro, aunque en la primera fila. La audición y la visión de la orquesta, inmejorables, pero el asiento es en sí mismo un aparato de tortura: pequeño, duro e incómodo. No era yo el único, la mayor parte de los espectadores se levantaban al descanso o al final con cara de dolor y haciendo movimientos de estiramiento de espaldas y de aquella parte de la espalda que perdió su casto nombre. Supongo que, habiéndose inaugurado en octubre de 1988, los asientos necesitarán una sustitución, o al menos una reparación, al menos la salud física de los espectadores lo reclama fervientemente.
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