Nunca he soportado las autobiografías. En realidad, no me gustan las biografías tampoco, aunque supongo que, en mayor o menor medida, toda obra de ficción contiene partes de biografías. Lo malo es que cuando se considera que el texto en cuestión es una biografía se le atribuye una verosimilitud imprescindible. Es ahí cuando todo falla. Seamos honrados: todo escritor es un fabulador que, inevitablemente, toma cosas de su alrededor (personalidades, hechos, circunstancias, características de uno y de otro...) y lo mezcla, omitiendo y añadiendo aspectos. Normalmente no solemos leer lo que escriben personas conocidas, pero cuando lo hacemos es fácil pensar: "esto lo ha cogido de fulano", "esto le ocurrió a mengano". Así, la supuestamente noble tarea de escribir no es sino mezclar de forma torticera e intencionada todo lo vivido, lo sentido, las personas conocidas y las que creemos conocer, dar forma a todo eso y decir: "hala, una novela". Lamento ser tan directo, pero si se es honrado se ha de aceptar. Lo malo es que cuando se especifica que es una biografía, propia o de otro, se supone que se ha de poner en negro sobre blanco sólo lo que es estrictamente cierto, sin obviar ni añadir nada. Como en esas películas americanas en las que, en un juicio, al testigo le preguntan: "¿jura decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad?". Bueno, pues eso, que para que una biografía sea válida ha de contar la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad. Pero conociendo la naturaleza del ser humano es difícil pensar que esto ocurra. Bien porque la trapacería natural del hombre lo lleve a mentir siempre como un bellaco, bien porque la interpretación del otro o de uno mismo conlleve una subjetividad que todo lo deforma. Pues eso, volviendo a la novela en cuestión, Amor y exilio es una autobiografía de Isaac Bashevis Singer, y, o el Premio Nobel de 1978 miente y olvida con mucha facilidad, o los historiadores y sus biógrafos se inventan cosas.
Antes de entrar en faena, vaya por delante que la prosa de Singer es plenamente reconocible aquí. Su calidad está fuera de toda duda, con descripción psicológica de personajes con una calidad apabullante, que hacen al lector tener la sensación de conocer al mismo. Ahora los personajes son el propio Singer, su hermano Yehoshúa y demás familia, así como un sinfín de gentes a los que trata tanto en Europa como en América. Los sentimientos, ésos son los mejor retratados en las obras de Isaac Bashevis Singer. Uno empatiza con sus personajes porque los siente cercanos, verosímiles. Se entienden sus sufrimientos, sus cambios de opinión, sus luchas vitales, sus dificultades, sus profundas tristezas y sus desbordantes alegrías. Son como nosotros. Sí, tal vez son judíos del siglo XIX en la Polonia bajo dominación rusa, pero se parecen a mí; hablan yidis o polaco, pero los comprendo totalmente; practican extraños ritos milenarios, pero no me son ajenos. Esa es la gran virtud de Isaac Bashevis Singer como escritor, su gran capacidad para pergeñar personajes y hacerlos creíbles. Pero... leyendo su autobiografía surgen dudas: ¿pergeñó el autor los personajes o, en realidad, son tomados de personas cercanas a él mismo? ¿Sus estrambóticas vivencias son inventadas o las experimentó el propio escritor? No se pueden responder estas dudas de forma radical, con un sí o un no. Como antes decía, todo escritor, también Singer, toma cosas de su entorno y luego omite y añade a voluntad, creando un totum revolutum que resulta admisible. Así, en Amor y exilio, vendido como autobiografía por su propio autor, hay mucho de otros personajes que se pueden leer en otras novelas de Singer, por no hablar ya de situaciones vividas, bien sea en Varsovia o en Nueva York. La diferencia estriba en que en Amor y exilio se escribe en primera persona y se incluyen los nombres conocidos de hermanos y demás familia del autor judío, aunque los de otros se modifican según se admite en el prólogo.
Bueno, la autobiografía narra la vida del autor desde su nacimiento hasta los treinta y tantos años de edad, cuando ya ha conseguido una estabilidad legal en Estados Unidos. Se estructura en cuatro capítulos muy desiguales en extensión, El principio, Un niño en busca de Dios, Un joven en busca del amor y Perdido en América. Todo lo narrado se encuentra, de alguna forma, en las novelas de Singer, pero, claro, aplicado a otros personajes. Muy abreviadamente, es un relato de pobreza, miseria material (muchas veces también moral), timidez, miedos insuperables, lujuria adolescente y brutalidad vital. La novela muestra a Singer como un hombre apocado, asustado y desgraciado, siempre temiendo una desgracia que se avecina.
Es una lástima la falta absoluta de humor, aunque sea irónico, en el texto. Aquí todo es brutal, sórdido y triste. En las otras novelas de Singer (no recuerdo cuántas habré leído, pero pasan de la docena seguro) siempre hay posos de un humor negro que permite sobrellevar la desgracia o la dureza de la vida. Los personajes son capaces de esbozar una sonrisa dentro de su infortunio, aunque sea aludiendo a la terrible existencia del judío de cualquier época. Pero en Amor y exilio no aparece ese humor, todo es miedo, angustia y desesperación. No he contado cuántas veces el autor se plantea el suicidio como última salida (¿acaso es una salida?), pero no creo que sean menos de veinte veces, desde su primera adolescencia hasta cuando ya está en Estados Unidos, protegido por su hermano Yehoshúa. Por otro lado, en las novelas no autobiográficas de Singer, el sexo tiene un papel destacadísimo, y aunque es verdad que no es un sexo gozoso que le arrime un poquito de felicidad, aunque sea temporal, por lo menos es un motor importantísimo en la vida de esos personajes. Aquí, el sexo es algo pecaminoso pero a la vez de una atracción insoportable; Singer siente el sexo como pecado, pero también como algo sórdido y rechazable, a la vez que no puede dejar de ser arrastrado por él. El concepto de lujuria se impone como esa atracción animal y pecaminosa; ese concepto, claro está, está en la cabeza del autor, no tiene existencia por sí mismo. Además de todo esto, o bien los historiadores mienten, o el bueno de Isaac Bashevis Singer ha decidido no añadir a su autobiografía la relación que tuvo en Varsovia con una tal Runia Pontsch, que fue su mujer y con la que, al parecer, tuvo un hijo, Israel Zamir (1929-2014), y a los que parece ser que abandonó en Europa para huir hacia América. Esto es destacable porque Singer describe milimétricamente otras relaciones que tiene con distintas mujeres, a uno y otro lado del Atlántico, pero parece haber olvidado ésta. Sórdido y triste, cuando menos.
En fin, si Amor y exilio fuera una novela más de Isaac Bashevis Singer, estuviera o no narrada en primera persona, sería muy interesante, quizá demasiado dura, pero interesante y, sobre todo, muy bien narrada. Pero como parece que es una autobiografía, el lector busca una verosimilitud que, como decía antes, parece haber sido intencionalmente modificada.