martes, 14 de enero de 2025

"Amor y exilio", de Isaac Bashevis Singer.

  Nunca he soportado las autobiografías. En realidad, no me gustan las biografías tampoco, aunque supongo que, en mayor o menor medida, toda obra de ficción contiene partes de biografías. Lo malo es que cuando se considera que el texto en cuestión es una biografía se le atribuye una verosimilitud imprescindible. Es ahí cuando todo falla. Seamos honrados: todo escritor es un fabulador que, inevitablemente, toma cosas de su alrededor (personalidades, hechos, circunstancias, características de uno y de otro...) y lo mezcla, omitiendo y añadiendo aspectos. Normalmente no solemos leer lo que escriben personas conocidas, pero cuando lo hacemos es fácil pensar: "esto lo ha cogido de fulano", "esto le ocurrió a mengano". Así, la supuestamente noble tarea de escribir no es sino mezclar de forma torticera e intencionada todo lo vivido, lo sentido, las personas conocidas y las que creemos conocer, dar forma a todo eso y decir: "hala, una novela". Lamento ser tan directo, pero si se es honrado se ha de aceptar. Lo malo es que cuando se especifica que es una biografía, propia o de otro, se supone que se ha de poner en negro sobre blanco sólo lo que es estrictamente cierto, sin obviar ni añadir nada. Como en esas películas americanas en las que, en un juicio, al testigo le preguntan: "¿jura decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad?". Bueno, pues eso, que para que una biografía sea válida ha de contar la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad. Pero conociendo la naturaleza del ser humano es difícil pensar que esto ocurra. Bien porque la trapacería natural del hombre lo lleve a mentir siempre como un bellaco, bien porque la interpretación del otro o de uno mismo conlleve una subjetividad que todo lo deforma. Pues eso, volviendo a la novela en cuestión, Amor y exilio es una autobiografía de Isaac Bashevis Singer, y, o el Premio Nobel de 1978 miente y olvida con mucha facilidad, o los historiadores y sus biógrafos se inventan cosas.
 Antes de entrar en faena, vaya por delante que la prosa de Singer es plenamente reconocible aquí. Su calidad está fuera de toda duda, con descripción psicológica de personajes con una calidad apabullante, que hacen al lector tener la sensación de conocer al mismo. Ahora los personajes son el propio Singer, su hermano Yehoshúa y demás familia, así como un sinfín de gentes a los que trata tanto en Europa como en América. Los sentimientos, ésos son los mejor retratados en las obras de Isaac Bashevis Singer. Uno empatiza con sus personajes porque los siente cercanos, verosímiles. Se entienden sus sufrimientos, sus cambios de opinión, sus luchas vitales, sus dificultades, sus profundas tristezas y sus desbordantes alegrías. Son como nosotros. Sí, tal vez son judíos del siglo XIX en la Polonia bajo dominación rusa, pero se parecen a mí; hablan yidis o polaco, pero los comprendo totalmente; practican extraños ritos milenarios, pero no me son ajenos. Esa es la gran virtud de Isaac Bashevis Singer como escritor, su gran capacidad para pergeñar personajes y hacerlos creíbles. Pero... leyendo su autobiografía surgen dudas: ¿pergeñó el autor los personajes o, en realidad, son tomados de personas cercanas a él mismo? ¿Sus estrambóticas vivencias son inventadas o las experimentó el propio escritor? No se pueden responder estas dudas de forma radical, con un sí o un no. Como antes decía, todo escritor, también Singer, toma cosas de su entorno y luego omite y añade a voluntad, creando un totum revolutum que resulta admisible. Así, en Amor y exilio, vendido como autobiografía por su propio autor, hay mucho de otros personajes que se pueden leer en otras novelas de Singer, por no hablar ya de situaciones vividas, bien sea en Varsovia o en Nueva York. La diferencia estriba en que en Amor y exilio se escribe en primera persona y se incluyen los nombres conocidos de hermanos y demás familia del autor judío, aunque los de otros se modifican según se admite en el prólogo.
 Bueno, la autobiografía narra la vida del autor desde su nacimiento hasta los treinta y tantos años de edad, cuando ya ha conseguido una estabilidad legal en Estados Unidos. Se estructura en cuatro capítulos muy desiguales en extensión, El principio, Un niño en busca de Dios, Un joven en busca del amor y Perdido en América. Todo lo narrado se encuentra, de alguna forma, en las novelas de Singer, pero, claro, aplicado a otros personajes. Muy abreviadamente, es un relato de pobreza, miseria material (muchas veces también moral), timidez, miedos insuperables, lujuria adolescente y brutalidad vital. La novela muestra a Singer como un hombre apocado, asustado y desgraciado, siempre temiendo una desgracia que se avecina. 
 Es una lástima la falta absoluta de humor, aunque sea irónico, en el texto. Aquí todo es brutal, sórdido y triste. En las otras novelas de Singer (no recuerdo cuántas habré leído, pero pasan de la docena seguro) siempre hay posos de un humor negro que permite sobrellevar la desgracia o la dureza de la vida. Los personajes son capaces de esbozar una sonrisa dentro de su infortunio, aunque sea aludiendo a la terrible existencia del judío de cualquier época. Pero en Amor y exilio no aparece ese humor, todo es miedo, angustia y desesperación. No he contado cuántas veces el autor se plantea el suicidio como última salida (¿acaso es una salida?), pero no creo que sean menos de veinte veces, desde su primera adolescencia hasta cuando ya está en Estados Unidos, protegido por su hermano Yehoshúa. Por otro lado, en las novelas no autobiográficas de Singer, el sexo tiene un papel destacadísimo, y aunque es verdad que no es un sexo gozoso que le arrime un poquito de felicidad, aunque sea temporal, por lo menos es un motor importantísimo en la vida de esos personajes. Aquí, el sexo es algo pecaminoso pero a la vez de una atracción insoportable; Singer siente el sexo como pecado, pero también como algo sórdido y rechazable, a la vez que no puede dejar de ser arrastrado por él. El concepto de lujuria se impone como esa atracción animal y pecaminosa; ese concepto, claro está, está en la cabeza del autor, no tiene existencia por sí mismo. Además de todo esto, o bien los historiadores mienten, o el bueno de Isaac Bashevis Singer ha decidido no añadir a su autobiografía la relación que tuvo en Varsovia con una tal Runia Pontsch, que fue su mujer y con la que, al parecer, tuvo un hijo, Israel Zamir (1929-2014), y a los que parece ser que abandonó en Europa para huir hacia América. Esto es destacable porque Singer describe milimétricamente otras relaciones que tiene con distintas mujeres, a uno y otro lado del Atlántico, pero parece haber olvidado ésta. Sórdido y triste, cuando menos.
 En fin, si Amor y exilio fuera una novela más de Isaac Bashevis Singer, estuviera o no narrada en primera persona, sería muy interesante, quizá demasiado dura, pero interesante y, sobre todo, muy bien narrada. Pero como parece que es una autobiografía, el lector busca una verosimilitud que, como decía antes, parece haber sido intencionalmente modificada.

martes, 7 de enero de 2025

"Chevreuse", de Patrick Modiano.

  Antepenúltima novela publicada (por lo menos, en España) del Premio Nobel de literatura de 2014. Y muy suya, en todos los sentidos. Es muy suya porque está ambientada en París (la capital francesa es un personaje más de sus novelas), principalmente en Auteil; es muy suya porque los personajes están como desleídos, como sin fuerza, como sombras errantes sin voluntad propia; es muy suya porque una parte de la novela está ambientada en la época de la Segunda Guerra Mundial y la inmediata posguerra; es muy suya porque el personaje principal, Jean Bosmans, tiene evidentes toques autobiográficos... Vamos, que es muy suya. Los señores de la Editorial Anagrama dicen que "es una novela policiaca poblada por fantasmas", y estoy bastante de acuerdo, es una novela policíaca al estilo Modiano, es decir, sin que haya un detective o investigador propiamente dicho, sino que el protagonista indaga en su pasado remoto en el que se trataba con gente de vidas marginales (como el propio escritor vivió, al parecer, en su adolescencia y juventud); y sí, los personajes son como fantasmas, como siempre en sus novelas. 
 El título de la novela, Chevreuse, hace referencia a la comuna homónima localizada en Ille de France, la región parisina, en la que se encuentra una casa en la calle Docteur-Kurzenne en la que vivió el protagonista en su infancia. Y, en realidad, toda la novela es un ejercicio de memoria. Es como si el tal Bosmans fuera un amnésico que trata de hilar los escasos recuerdos que tiene de su infancia y su juventud, su infancia en aquella casa y su juventud en un piso de Auteuil (barrio parisino limítrofe con Boulogne-Billancourt, localidad natal de Modiano). Así que, referido a Jean Bosmans, la novela se mueve en analepsis continuas desde su presente, a sus sesenta años, a su infancia y su juventud. En esos periodos pasados contactó con tipos de vida un tanto marginal, alguno de los cuales pasó por prisión, especialmente un tal Guy Vicent, que es considerado líder de un pequeño grupo con otros tres: René-Marco Heriford, Michel de Gama y Philippe Hayward. Todos ellos iban tras la fortuna de una rica viuda llamada Rose-Marie Klawer, que, se insinúa, quedó escondida en algún lugar de la casa de Chevreuse. Lo cierto es que, con las analepsis, Modiano va refrescando la memoria al amnésico Bosmans y aclarando así el argumento, entendiéndose al final, que los tres tipos de mala vida lo buscan porque creen que sabe dónde escondió el dinero la ya fallecida ricachona. 
 Pero, como digo, todo muy "modianesco", muy vaporoso, sin que haya desde luego buenos y malos o personajes de carácter fuerte y determinado. Son, como siempre, personajes perdidos, ensimismados, que viven vidas relativamente peculiares pero sin pensar ni menos aún, juzgar y juzgarse. A la vez que escribo esto releo entradas de este mismo blog sobre otras novelas leídas de Modiano, y me sorprendo a mí mismo viendo cuan parecidas son mis críticas sobre sus novelas.

lunes, 6 de enero de 2025

Epifanía del Señor.

 

Rubens, Pedro Pablo (1609). La Adoración de los Magos. Óleo sobre lienzo. Museo del Prado, Madrid.
Imagen tomada del sitio www.museodelprado.es

viernes, 3 de enero de 2025

"Leyendas", de Gustavo Adolfo Bécquer.

  Me siento afortunado de ser voraz lector a pesar de haber tenido los pésimos profesores de Lengua y Literatura española que tuve. Estoy seguro de que muchos que hoy no leen ni las fechas de caducidad de la comida son adultos traumatizados en su niñez y adolescencia por profesores zotes, nefastos profesionales, sin la más mínima empatía ni afán de mejora propia. Yo también tuve a muchos mentecatos por "docentes". No quiero ser injusto, entre ellos también había excelentes maestros, gentes, por el contrario, con verdadera vocación, que buscaban cómo mejorar su labor diaria. Esos, sin embargo, eran exigua minoría. Digo que "me siento afortunado", pero en realidad no creo que sea cuestión de fortuna, sino de inteligencia, perdón por la inmodestia, al darme cuenta del tesoro extraordinario que se encuentra codificado (pero al alcance de quien quiera) en los libros, ya sean de texto o literarios. Quizá ese sentimiento de extrañeza, de no pertenencia a la sociedad, de singularidad un tanto menesterosa que siempre me ha acompañado me hizo buscar algo que no encontraba en el trato con las personas de mi entorno, y tuve la buena puntería de asomarme a la palabra escrita. Gracias a la lectura hoy soy un tipo de cincuenta y tantos años que se soporta a sí mismo lo suficiente para seguir alentando y que ha sabido encontrar la belleza donde otros no ven absolutamente nada.
  Bueno, toda esa parrafada anterior viene a cuento de haber releído las Leyendas de Bécquer, que tuve que leer obligatoriamente en lo que en la época se llamaba "B.U.P.", acrónimo de Bachillerato Unificado Polivalente. No recuerdo ya al tipejo que ejercía como profesor de Lengua y Literatura española en aquel curso y que más hubiera valido que se hubiera dedicado a otra profesión, porque sólo nos inoculó un odio (para mí, felizmente temporal) contra la lectura. Como decía antes, los avatares de la vida y mi propia personalidad me convirtieron en insaciable lector, con lo cual pude superar esas perjudiciales clases de los años ochenta del pasado siglo. De las Leyendas de Bécquer creo que leímos El monte de las ánimas, muy probablemente no la entendimos, e hicimos el correspondiente comentario de texto para cumplir el expediente. Bien, cuarenta años después releo las Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer.
 Gustavo Adolfo Bécquer pasó a la Historia de la literatura española como un talentoso poeta del posromanticismo, autor de arrebatados y pasionales poemas, muchos de los cuales seríamos capaces de continuar si alguien nos da pie: Volverán las oscuras golondrinas... o Tu pupila es azul, y cuando ríes... o Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada... o Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo... o ¿Qué es poesía? -dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul... En fin, todos hemos tenido quince años, todos nos hemos enamoriscado de esa niña  que no nos hacía ni caso y, la verdad, las rimas de Bécquer eran todo un filón, una fuente inagotable de sentimientos que encajaban milimétricamente con los de nuestros jóvenes pero ya magullados corazones. (¡caray, que becqueriana me ha quedado esa última frase!). Pero, claro, Bécquer también es prosa, y bien que nos lo recordaban aquellos infames docentes. Así que en los temarios de aquella época se incluían unas cuantas Rimas y alguna que otra de las Leyendas. Las Leyendas de Bécquer son breves relatos que combinan temas costumbristas, frecuentemente ambientados en zonas rurales de Castilla o de Andalucía, con toques fantásticos y desenlaces sorprendentes. El gusto por lo sobrenatural, aunque en las Leyendas tiene un componente rústico y tradicional, es muy típico de los posrománticos. En España esta narrativa no tuvo tanto éxito como en los países anglosajones, donde la llamada "Literatura victoriana" (por coincidir con el reinado de la más poderosa monarca de la "pérfida Albión") tuvo un éxito apabullante que dura hasta nuestros días. Por dar una referencia, el escritor victoriano más leído y admirado, Charles Dickens falleció el mismo año que Gustavo Adolfo, aunque el español con tan solo treinta y cuatro años, y el inglés con cincuenta y ocho. Este dato, la prontísima muerte del autor sevillano, es fundamental para entender la escasa obra (aunque de altísima calidad), junto con la omnipotencia del realismo literario en nuestro país quizá explique la universalidad de Dickens y la reducción al ámbito hispanohablante de Bécquer. En todo caso, las Leyendas son breves relatos imaginativos de gran calidad, escritos con una prosa muy adjetivada y preñada de oraciones subordinadas, lo que genera una narrativa un tanto anacrónica, como muy chapada a la antigua cuando se lee en el siglo XXI.
 En ese sentido, en cuanto al aspecto formal, los relatos son muy parecidos a los de Lovecraft, por esa prosa tan arcaica, aunque los relatos del "solitario de Providence" se diferencian de todo y de todos por la genial excentricidad del llamado "horror cósmico", mientras que el andaluz es mucho más del terruño. En fin, las Leyendas son cuentos de muy agradable lectura, con ese punto fantástico que les otorga un aliciente extra que el del relato realista, mucho más previsible.

"La historia de tu vida", de Ted Chiang.

  La creatividad es un talento extraño, pero muy deseable. Por supuesto, es imprescindible el trabajo tedioso, rutinario y minucioso para llevar a buen puerto la nave; pero si no hay creatividad, no hay nada que hacer. Quizá se pueda aplicar esto a cualquier actividad humana, pero la creación literaria es, junto con la pictórica o la musical, una tarea que necesita esa chispa que da la imaginación, cualidad que no necesita de trabajo pesado, sino que surge como un impulso natural, algo que no se puede forzar, se tiene o no se tiene. Así que, guste o no, los buenos escritores, no me refiero a los que lanzan las editoriales, sino los buenos creadores que despuntan por talento propio, necesitan tener esa inspiración. Ted Chiang, estadounidense de origen chino, la tiene, estoy seguro. Para ser un hombre de casi sesenta años esta chispa a la que aludo no debe brotarle con mucha frecuencia, pues sólo ha publicado unas pocas decenas de relatos de ciencia ficción, pero, a juzgar por lo que he leído en este tomo, esa inspiración tiene una calidad extraordinaria.
 Ted Chiang es un escritor a medio camino entre la ciencia ficción y la fantasía. Algunos relatos podría haberlos firmado Asimov, otros están más relacionados con leyendas y mitos tradicionales. En todos, sin embargo, se aprecia una originalidad y una brillantez fuera de lo común. Su prosa es cuidada, lenta, muy adjetivada, tanto que no sé que tal se comportaría en una novela larga, que tal vez podría ser un tanto farragosa, pero en cuentos breves es un autor sobresaliente.
 En La historia de tu vida hay ocho relatos, incluyendo el homónimo. Son muy variados de temática aunque la estructura formal, claro, es semejante. La torre de Babilonia es un ingenioso relato que se inspira en la historia veterotestamentaria de la Torre de Babel, dándole un giro para demostrar la redondez de la Tierra. Es francamente brillante, deslumbrante, a medio camino entre la fantasía y la "historia ficción", sacándole punta a una de las historias más viejas de la humanidad: el afán de ser como Dios. Comprende es un cuento que relata otro afán, en este caso en el ámbito científico: conseguir un fármaco que ampliara la inteligencia hasta límites también divinos. Es uno de esos textos que enganchan hasta el punto de no poder dejar la lectura, esperando, imaginando incluso cuál será el siguiente avance en la inteligencia de un conejillo de indias humano. Dividido entre cero es un breve relato que trata de demostrar la inutilidad de las matemáticas, o, mejor dicho, lo relativo de éstas, cómo están planteadas para obtener un resultado previsible. No es poco desafío si sabemos que Chiang tiene formación académica como matemático e informático. La historia de tu vida, cuento que da título al volumen y que ha sido adaptado con éxito a la gran pantalla, explora la posibilidad de comunicación con seres alienígenas. Su mero planteamiento argumental ya despierta atracción: se ha producido un aterrizaje alienígena y los militares convocan a una lingüista para que se comunique con ellos. Las descripciones de los intentos para descubrir el tipo de lenguaje que utilizan los alienígenas y cómo encontrar palabras comunes es un desafío extraordinariamente bien pergeñado. Setenta y dos letras mezcla el Londres victoriano con la apasionante leyenda hebrea del golem, juntando así la producción de autómatas propia de la Revolución Industrial con la leyenda fantástica de ese ser de barro que cobraba vida. La evolución de la ciencia humana es un imaginativo estudio llevado a cabo por unos "metahumanos" que analizan los primitivos avances que han tenido los humanos corrientes.
 Todos los relatos están muy cuidados tanto en el plano formal como en el argumental. En este último sentido no se aprecian incongruencias que suelen ser tan frecuentes en otros escritores de ciencia ficción. Es lo que alguien llamó "hard science-fiction" ("ciencia ficción dura o realista"), es decir,  ciencia ficción escrita por autores con conocimientos muy amplios de las distintas disciplinas científicas, algo así como Asimov hacía con la robótica y la informática. Pero, como antes decía, lo mejor es la originalidad y la capacidad de ingeniar giros argumentales insospechados, que dejan un sabor excelente al leerlo.