lunes, 11 de noviembre de 2024

"El día de la lechuza", de Leonardo Sciascia.

  Quinta novela que leo del autor siciliano. Muchos puntos en común con las anteriores: ambientación en la sempiterna Sicilia, la mafia y la respuesta a la misma como tema principal, el investigador venido del norte como protagonista, toma de partido social y político por el escritor... Sí, son muy parecidas. La calidad es aceptablemente alta en todas, no son las típicas novelas detectivescas que tanto están de moda (aunque, al menos en Italia, Sciascia llegó a ser un superventas en su época). Pero hay una minuciosidad en la descripción psicológica de los protagonistas, tanto individuales como sociales, que permite disfrutarla incluso cuando no se es aficionado a la narrativa policíaca. Por otro lado está la crítica social de los que, en parte por miedo, en parte por pereza, en parte por connivencia miran hacia otro lado permitiendo que la violencia campe por sus respetos. Es Sicilia, claro, pero podría ser cualquier otro lugar, y es que, probablemente, la tendencia natural del ser humano ante problemas serios que comprometen la propia vida es más la huida que la lucha (esto lo admite poca gente, al menos poca gente de la que habla mucho, quizás más los que escribimos más que hablamos). Lo cierto es que esa supuesta cobardía, cuando la violencia es omnímoda, se convierte en prudencia y sensatez, virtudes imprescindibles si se quiere llegar a viejo. Luego está el posicionamiento político de Leonardo Sciascia, que es quizá demasiado evidente en esta novela: en las peligrosas relaciones entre mafia y política, Sciascia siempre barre hacia "su" partido, al menos el partido político del que estaba más cercano, el Partido Comunista de Italia. Cierto es que el contrario, la Democracia Cristiana tuvo, precisamente, un montón de vergonzantes casos de corrupción de altos cargos con actividades mafiosas, pero también es verdad que, a lo largo de los decenios, no hubo partido político italiano que no tuviera su escándalo mafioso correspondiente. Aquello de ver la paja en ojo ajeno y no ver la viga en el propio...
 Argumento de El día de la lechuza: en un pueblo del interior de Sicilia han asesinado de un par de tiros de escopeta a un contratista de la construcción. Ha sido a plena luz del día, en mitad de la plaza del pueblo y cuando salía el autobús hacia Palermo. Pero nadie ha visto nada. Para investigar el caso llega un capitán de carabineros procedente de Parma (aquí lo típico del autor de un detective traído del norte de Italia), que se topará con la famosa ley del silencio siciliana, la omertà. Para más inri, otro vecino ha desaparecido en el momento del asesinato, se teme por su vida, ya que justo salía de su casa en ese momento y, probablemente, fue testigo involuntario del crimen (aquí, como en otras novelas de Sciascia, la muerte del que no tiene culpa ninguna, tan sólo por estar en el sitio equivocado a la hora inoportuna). La frialdad investigadora del capitán de carabineros llevará a la detención de los supuestos asesinos y al descubrimiento de los cadáveres. Gracias a todo tipo de triquiñuelas entre las que están las declaraciones falsas cruzadas, las amenazas veladas en comisaría o promesas de trato de favor si colaboran consiguieron las declaraciones inculpatorias. Lo más difícil es dar el paso siguiente, pues esos dos eran los asesinos materiales, pero ¿quién quiso matar al contratista? El investigador llega hasta el capo mafioso local, el onorevole don Mariano, el cual ya está a un nivel muy superior. Éste es un tipo que tiene intereses en la construcción, tanto de obra civil como de edificación, donde el asesinado también tenía intereses. Pero la dificultad mayúscula estriba en los protectores del honorable don Mariano, quien tiene vínculos en la política nacional al más alto nivel. Es entonces, ya en el juicio, cuando los acusados niegan todo, incluidas las declaraciones en comisaría, que aducen fueron hechas bajo tortura y acaban siendo declarados en libertad por falta de pruebas.
 Una novela breve interesante y bien escrita. Sin grandes aspiraciones, salvo la de denunciar esa ley del silencio que enfanga a la sociedad al impedir que se investiguen asesinatos y otros desmanes graves, además de las graves complicidades del poder político con el poder social que es la mafia.

viernes, 8 de noviembre de 2024

"El club de los incomprendidos", de G.K. Chesterton.

  Chesterton es inconfundible. Es un autor que está a medio camino de la llamada Literatura victoriana y la contemporánea, en buena medida como corresponde a haber vivido entre 1874 y 1936, pero también por su formación y su manera de ser. Así, trata de representar la naturaleza (del mundo que lo rodea o de sus personajes) con un realismo absoluto, sin dejar nada a la idealización, predominando la razón sobre lo romántico; al mismo tiempo tiene una moralización de las actitudes y los personajes, penalizando a los negativos y premiando a los positivos; y, por supuesto, el estilo cuidado, con frases largas, abundancia de frases subordinadas y muy rica adjetivación. Todo lo anterior se podría aplicar sin problemas a la narrativa de Dickens, Henry James, Tackeray, Wilkie Collins y demás autores victorianos, y también a Chesterton. Pero Chesterton es de otra generación, con  lo que los temas son tratados más livianamente, con mucho más humor y despreocupación, con otro estilo, mucho más contemporáneo. Pero lo que define a Chesterton (y precisamente en está pequeña novela es muy evidente) es la paradoja, un juego intelectual, con el que el autor presenta de una forma clara a los personajes y sus relaciones, para darle luego la vuelta como a un calcetín, invirtiendo por completo aquellas relaciones y la idea que el lector se hace de los personajes. Es un recurso que han utilizado otros autores famosos como Kafka o Borges, pero en el que Chesterton destaca sobremanera, haciendo que la lectura sea fresca y sorprendente. Por otro lado, la cuestión moral y religiosa es fundamental en Chesterton, debió ser un hombre de profundas preocupaciones espirituales, lo cual lo llevó de un agnosticismo militante, imbuido por su familia y por el industrialismo y materialismo que predominó en la Revolución industrial, al anglicanismo y, por último, al catolicismo. Así, los personajes encarnan frecuentemente las virtudes evangélicas: la humildad, la misericordia o la bondad, despreciando los valores humanos y sociales que han predominado en toda época.
 El club de los incomprendidos se explicita mejor con su subtítulo, Cuatro granujas sin tacha, pues presenta a cuatro individuos que son precisamente lo más deplorable de la sociedad, pero que al final (ejemplo de la paradoja de la que hablaba antes) pasan a ser verdaderos dechados de virtudes. Así, un ladrón, un charlatán, un asesino y un traidor se transforman en ejemplos a seguir, cuando su verdadera condición es expuesta y se comprueba que no son sino lo mejor de la sociedad, aunque como no buscan honores humanos son repudiados por la misma. Cada uno de los cuatro personajes son presentados en respectivos relatos, que conforman la unidad de la novela. El asesino moderado está ambientado en el Egipto bajo administración británica, donde el gobernador Tallboys ha sido tiroteado. Su agresor, un tal Hume (quizá remedo del filósofo escocés David Hume que postulaba que el conocimiento humano derivaba exclusivamente de la experiencia), se presenta como un "asesino moderado", ese oxímoron, en un principio incomprensible se explicita al final cuando se comprueba que el pistolero había herido superficialmente al gobernador para que éste no fuera asesinado, como se preveía lo iba a ser, poco después; así, ese tal Hume mantenía el poder establecido en Egipto como buen moderado que era. El segundo incomprendido es El charlatán honrado, descrito en un relato detectivesco en el que un médico se ve obligado a inventarse una enfermedad mental para incapacitar e ingresar en un psiquiátrico a un conocido que va a ser acusado falsamente de asesinato. Haciendo eso éste quedará eximido de culpa, con lo que se demuestra que toda la charlatanería falsa del galeno tenía un fin honrado. En El ladrón absorto se narra a un estrambótico personaje, hijo de una familia adinerada que hizo fortuna de formas poco honorables. El tipo, Alan, pasa por ser la oveja negra de la familia, pues no siguió con los negocios familiares y fue enviado a Australia. Allí vio la luz y volvió a Inglaterra con un extraño propósito: enmendar los desmanes familiares. Pero lo hace sin aparentarlo, convirtiéndose en un aparente ladrón, pero que en lugar de quitar dinero a sus víctimas, éstas quedan con más dinero del que tenían. Así trataba de compensar todo el latrocinio que su familia cometió en el pasado. El traidor leal está ambientado en los Balcanes, allí un supuesto revolucionario urde un plan con personajes ficticios para forzar al gobierno a que tenga mejor trato hacia sus súbditos.
 En fin, en todos los relatos está presente la paradoja a la que hacía antes referencia: se presentan una situación y unos personajes concretos de forma clara y meridiana, pero al final es exactamente lo contrario, los malvados son bienhechores y viceversa. En todo, como decía antes, está presente ese huir de las falsas apariencias de la sociedad, buscar la verdadera naturaleza de las cosas y de las personas, siempre bajo una óptica cristiana.

Segundo concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta de Castilla y León, dirigida por Fabien Gabel. Obras de Fauré, Gruber, Richard Strauss y Florent Schmitt.

  Ayer disfrutamos de otro espléndido concierto en el Auditorio Miguel Delibes. La OSCyL estuvo conducida por el director francés Fabien Gabel. Se guardó, como era obligación moral y deseo de todos los asistentes, un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas de las terribles inundaciones acaecidas recientemente en el Levante español. 
 El concierto comenzó con un fragmento de Pelléas et Mélisande, opus 80 de Gabriel Fauré, una de las obras más conocidas, junto con la Pavana, del egregio autor romántico e impresionista francés. No sería el único de la noche, pues su compatriota Florent Schmitt y el bávaro Richard Strauss también pertenecen a ese periodo que supuso el paso de las melodías contrastantes y apasionadas, y virtuosismos del piano o del violín del Romanticismo musical hacia la mayor libertad armónica y rítmica del Impresionismo. Sólo Gruber distorsionó el concierto, luego explicaré cómo. Claro está que Pelléas et Mélisande es una obra escénica para ilustrar musicalmente la pieza de teatro homónima de Maurice Maeterlinck, un drama romántico, el clásico triángulo amoroso. Así, la música de Fauré (también ocurre lo mismo en la obra homónima de Claude Debussy, cuyas melodías estuvieron espiritualmente presentes todo el concierto como comentaré más tarde) es música escénica que debe acompañar a lo que está ocurriendo en la obra teatral, y en ese sentido Gabriel Fauré es un genio absoluto. En el primer movimiento, Prélude, la melodía dulce y suave muestra la ingenuidad doncellil de Mélisande; el segundo, Fileuse (Hilandera), por el contrario, simboliza el trágico destino de los amantes, personalizado por la flauta, el fagot y los violonchelos, mientras que la trompa representa al marido engañado, Golaud; el tercer movimiento, Sicilienne, es uno de los movimientos más bellos jamás creados, un diálogo entre el arpa y la flauta, que enamora al más duro de corazón; por último, termina el fragmento con La mort de Mélisande, que, no podía ser de otro modo, no es sino una marcha fúnebre que acompaña a la muerte de la heroína. Es una obra excelsa, de una belleza pocas veces alcanzada.
 Pero hete aquí que los que programan los conciertos de la OSCyL buscan el mayor contraste posible entre las obras (digo yo que será por eso), y plantean una de las obras más conocidas (absolutamente desconocidas por mí, lo digo sin pena alguna) de Heinz Karl Gruber, un compositor austriaco contemporáneo, ya octogenario, discípulo de la llamada Segunda Escuela de Viena, de la cual sobresalió como todo el mundo sabe Arnold Schoenberg. Es decir, la música de Gruber cae en eso que se ha llamado atonalidad y dodecafonismo, una aberración (en mi humilde opinión) en el que la música es hurtada de la melodía y el ritmo que la hacen comprensible. En concreto, la "música" de HK Gruber es definida como neotonal, e incluso se la considera parte de la Tercera Escuela de Viena... En fin, esto de las escuelas de Viena es otra aberración, pues los musicólogos denominaron Primera Escuela de Viena a la música compuesta por Haydn, Mozart y Beethoven, ¡Nada menos! Pero las comparaciones de los tres gigantes con los otros... Bueno, parece que Gruber compuso Aerial pensando en un trompetista concreto, el noruego Hakan Hardenberg, que anoche nos acompañó. La obra, veinticinco minutos de desatinos atonales, sirvió, al menos, para que el solista demostrara su sobresaliente dominio de la trompeta. Fue muy significativo que en el bis, el propio Hardenberg anticipó con un "I think you deserve some melody" ("Creo que merecen algo de melodía"), y nos premió con un estándar jazzístico. Más claro, agua.
 Después del descanso tocó el turno de Richard Strauss y Schmitt. Del muniqués ya he hablado en otras ocasiones en este blog, pues se representa en el Auditorio Miguel Delibes obras suyas con relativa asiduidad. Hoy tocaba la Danza de los siete velos de la ópera Salomé, basada en el drama homónimo de Oscar Wilde, basada a su vez en la historia neotestamentaria de la decapitación de Juan el Bautista por orden de Herodes. Salomé en esta historia, ya se sabe, era la hija de Herodes y Herodías, quien, al bailar ante su padre con extrema destreza y gracia es premiada  por éste con el trofeo que ella decida, siendo urgida por su madre a que pidiera la cabeza del Bautista. Así pues, nos encontramos con más música escénica, para la que Strauss (Richard, no confundir con la egregia familia creadores de los más hermosos valses encabezada por Johann y continuada por Josef y Eduard) es otro genio sin igual. En Salomé, Richard Strauss propone unas melodías de cierto aroma "orientalizante", con preciosos arabescos interpretado por el oboe e incluso una corta tonada de origen turco; por otro lado, enérgicas entonaciones de resonancias wagnerianas contrastan con las suaves canciones anteriores.
 Y por último, otra versión de Salomé, en este caso a cargo del compositor francés Florent Schmitt, concretamente La Tragédie de Salomé, opus 50. Reconozco que no había escuchado nada de este autor nacido en 1870 y fallecido en 1958, y que hace honor a ese periodo del que hablaba antes del paso del Romanticismo musical al Impresionismo, periodo muy fructífero para el país vecino, con gigantes como Debussy, Ravel, Satie o Fauré. La Tragédie de Salomé está dividida en dos partes, ambientada en el palacio de Herodes, comienza con un Prélude de carácter descriptivo con arabescos orientalizantes a cargo del corno inglés; después, la Danse des Perles es un scherzo que musicaliza la danza de Salomé ante su padre; luego, ya en la segunda parte, Les enchantements sur la mer que inevitablemente trae recuerdos del sublime poema sinfónico La mer de Claude Debussy, con esas olas encarnadas en melodías in crescendo; después, la Danse des éclairs (Danza de los relámpagos) con un frenesí rítmico; y por último la Danse de l'effroi  (danza del espanto), que simboliza el asesinato y decapitación de Juan el Bautista. 
 Ha sido, pues, un concierto muy romántico, todo con música escénica de ese periodo, a medio camino entre el siglo XIX y el XX, con melodías y ritmos apasionados que musicalizan las ansias y pasiones humanas. Tan solo el bodrio de Gruber ha estado fuera de lugar.

sábado, 2 de noviembre de 2024

"Sofía viste siempre de negro", de Paolo Cognetti.

  Las normas (incluso las que uno mismo se impone) están para ser incumplidas. Tamaña tontería que acabo de escribir viene a cuento porque un servidor se llena la boca jurando y perjurando que no lee literatura contemporánea para no caer en el error de leer basura promovida desde las grandes editoriales, que prefiero leer lo que tiene un mínimo de ochenta años, novelas y obras en las que el tiempo ha dejado su pátina de polvo y olvido para así leer sólo aquello que de verdad merece ser leído y no caer en modas y promociones editoriales. Vale, el argumento es simplón, pero incontestable, pero como con todo, también en esto me engaño a mí mismo. Porque la novela que acabo de terminar es de un tipo que tiene menos de cincuenta años y que, claramente, ha sido lanzado al estrellato literario por una de las editoriales más potentes de su país (en un inicio, Einaudi, que a su vez forma parte de Mondadori, que es parte de la multinacional editorial Penguin Random House Mondadori, casi nada). Sí, no respeto ni mis propios principios, esos a los que presumo estar tan adherido. En fin, me perdonaré la vida, por esta vez... Lo cierto es que creo haber leído todo lo que este tío ha publicado en nuestra lengua (con este libro son seis entre novelas, ensayos, o más bien ensayos novelados y "novelas ensayísticas", porque este Cognetti escribe, como es tan frecuente hoy, en una mezcla de reflexiones en voz alta con narración de ficción), y, la verdad, hasta hora todas mantenían una línea común temática y, sobre todo, formal, pero ésta es distinta.
 Las anteriores novelas de Paolo Cognetti que leí eran más consideraciones sobre la soledad del hombre, aunque se viva inserto en la sociedad; sobre el significado último de la vida cuando se pone en la piedra de toque, por ejemplo de la muerte de un ser querido. En esas novelas la forma era bastante deficiente. No me refiero a la sintaxis, sino a la estructura del texto; ésta era anodina, previsible, plana. Eso es algo que se constata con mucha frecuencia en nuestros días. Con todo, disfrutaba de las novelas de Cognetti porque presentan reflexiones muy comunes sobre la existencia, la soledad, la compañía, el paso del tiempo... que todos, en mayor o menor medida, experimentamos, y llegaba a unas conclusiones implícitas en el texto de las cuales yo no me sentía muy lejano. Bien, esta novela es muy diferente en la estructura y forma, si no fuera por los temas tratados cabría suponer que fueron escritos por distintas personas.
 Según parece, Sofía viste siempre de negro es una de sus primeras novelas, concretamente se publicó en 2012 y fue finalista del Premio Strega en 2013 (premio comercial otorgado por la Fondazione Bellonci y que ganaría en 2017 con su famosa novela Las ocho montañas). Lo cierto es que, a diferencia de otros textos de Cognetti, la que nos ocupa en esta entrada del blog tiene una estructura mucho más trabajada, con diez capítulos en los que se desgrana la vida de Sofía Muratore. En ellos, de forma un tanto anárquica, con analepsis, se va dando a conocer el personaje a través de los personajes secundarios con los que trata: su amigo de la infancia, Óscar; su madre, Rossana; su tía, Marta; su padre, Roberto; hasta llegar a Pietro, el escritor omnisciente que lo narra desde el principio. Es interesante y novedoso, porque el cuadro que es la personalidad de la protagonista se va formando en función de las distintas pinceladas que van dando esos personajes secundarios. Además, desde un punto de vista sintáctico, la novela está más elaborada que las anteriores, con oraciones más rebuscadas pero sin resultar artificiosas. No es ni mejor ni peor, va en gustos... Sofía viste siempre de negro (Finalista Premio Strega, 2013) está más desarrollada estructuralmente que temáticamente, mientras que Las ocho montañas (Premio Strega, 2017) es más sencilla en las formas pero más intensa en los temas, tanto, tanto, que parecen de autores diferentes. Lo que me cuesta comprender es el cambio de criterio de los jurados que otorgaron esos premios con tan solo cuatro años de diferencia; siendo malpensado cabría suponer que tenían de antemano tomada la decisión de promocionar a un joven escritor a toda costa y habían elegido al tal Cognetti para lanzarlo al estrellato. Pero eso es siendo malpensado, ya digo...
 La novela que acabo de leer, pues, gira en torno a Sofía Muratore, joven milanesa con problemas de relación en la infancia, tendencias suicidas en la adolescencia y dificultades en la juventud. Pero no hay dramas sensibleros ni nada por el estilo, se narra de forma casi aséptica, como un estudio de laboratorio, aunque, claro, se narran sentimientos más o menos intensos a lo largo de los poco más de treinta años de vida que se narran de la tal Sofía. Volviendo a lo de la estructura formal, aquí Cognetti demuestra ser un escritor capaz de pergeñar historias complejas y de aprovechar todas herramientas lingüísticas a su disposición. Las otras novelas, por el contrario, son más simples, pero llegan más lejos, digamos que parece que Paolo Cognetti ha encontrado su "voz personal" más tardíamente, aunque sea a costa de sacrificar una estructura y forma más elevadas
 Es ésta, pues, una novela muy bien pergeñada, trabajada y cuidada, aunque tiene menos capacidad de tocar el corazón del lector, capacidad que el autor italiano parece haber aprendido con el tiempo.